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Artunduaga: de sal y de dulce

UNA HISTORIA DE AMOR QUE TERMINA

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El ex senador Jorge Eduardo Gechem (recién liberado por la guerrilla de las Farc) y su esposa, Lucy Artunduaga, están terminando una bonita historia de amor, que comenzó a desmoronarse el día que a él lo secuestraron, en un cinematográfico episodio, que también acabó con el proceso de paz del gobierno Pastrana (forzaron el aterrizaje de un avión en plena carretera).

Lucy no ahorró esfuerzos (y lágrimas) hasta que obtuvo el regreso de su marido a la libertad. Por esos días fueron entregados Gloria Polanco de Losada, Orlando Beltrán, Consuelo González, Luis Eladio Pérez y Clara Rojas.

El alma humana, grande en generosidades y pequeñeces, hizo lo suyo en cada uno y los condujo a la determinación, respetable por ser mutua.

Me atrevo a revelar esta confidencia, con base en que años atrás tuve la oportunidad de adentrarme en esa relación, con la anuencia de Lucy, en una crónica que incluso publiqué en “El Circo de la Política”.

Dije entonces que se amaban como dos jóvenes empezando a escudriñar las honduras de la pasión. Ella, hermosa, exuberante, de risa franca y espontánea, ojos claros y vivaces, inteligente y guerrera en al vida, sumisa en el amor. Él, pausado, amable, con las palabras adecuadas y exactas para todos, como quien escoge la canción precisa, en el momento preciso, para el gusto del interlocutor.

Se conocieron en un bazar de pueblo, en Gigante, Huila, en el barrio ‘8 de Mayo’, haciendo campaña política, el día exacto a la hora justa. Y se vieron con los ojos de la sorpresa de hallar a la persona que se estaba buscando con ansiedad. En medio de millones de miradas, de hombres y mujeres, ese flechazo fue un milagro de Dios.

Ella fue alcaldesa de su pueblo, concejal, diputada, gerente, activista, esposa, madre, consejera, luchadora y amante enamorada.

Gechem, como árbol que da sombra pero no opaca, se hizo diputado, Representante, Gobernador, Senador, hombre público, líder sobresaliente, figura liberal, hombre respetuoso y respetado, paciente defensor de las batallas de su pueblo.

Lucy Artunduaga, mi parienta -que no lo es de sangre sino de afecto- y Jorge Eduardo Gechem Turbay, trasegaron la vida con alegría, como asumimos cada día los huilenses, con esfuerzo, con humildad y con ese humor que nos hace reírnos de nosotros mismos.

Razones poderosas habrán tenido. Lágrimas habrán rodado. Discusiones profundas se han debido sostener en la intimidad de su hogar y los vericuetos de sus corazones.

¿Y quién puede descifrar y –más grave- determinar lo que sienten dos almas que eran gemelas y han dejado de serlo?

El hoy Canciller de la República, Fernando Araújo, regresó de su secuestro y su mujer ya no lo era. Se había convertido en la esposa de otro.

Y hace varias décadas, estuve en Bucaramanga celebrando el regreso a casa de los hijos (hombre y mujer) del ex congresista Norberto Morales Ballesteros. Se habían fugado con la ayuda de un guerrillero, al que en represalia le asesinaron a su madre e hirieron gravemente a un hermano.

Los esposos de los secuestrados, que se quedaron en la libertad peleando el regreso de sus cónyuges, revelaron esa misma noche –en medio de sollozos- que se habían enamorado. Lo hicieron delante de sus hijos y familiares. Yo fui testigo de tan conmovedora situación.

Siento –pero obviamente respeto- lo que ha sucedido entre Lucy y Jorge Eduardo. Y me alegro que él haya tenido el carácter para afrontar tan dura situación, después de la tragedia de su encierro. También le asiste el derecho de experimentar nuevas glorias.

Como dice el filósofo de Pitalito, todo pasa. Y pasa.

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