Artunduaga: de sal y de dulce

Ati Quigua y el doctor Krápula

atikraUna cosa es verla con su indumentaria indígena, atrapada en un insípido camisón blanco, escondiendo sus protuberancias de Pocahontas y engalanada con tanto colgandejo que distrae la atención de sus curvas, y otra muy distinta es disfrutarla (y lo digo espiritualmente porque a mi edad no es posible de otra manera) con bluyin descaderado, blusa ombliguera y escote sugestivo (busto firme, piel canela) y botas de punta larga, mirada felina y pasos de pantera.

Es necesario hacer abstracción de su novio rockero, Darío Jaramillo, de la famosa banda del Doctor Krápula, voz líder del grupo, bajista, guitarrista y el que le canta al oído a la honorable Concejala.

Quitemos del escenario a ese mechudo para poder concentrarnos en este bello espécimen, absolutamente exótico en el Cabildo Distrital.

Que nadie se extrañe. Ella, como muchas mujeres, se transforma en las noches, en los bares, en las discotecas. Le sucede lo que a ciertas jóvenes flacuchentas y desabridas con su vestido de oficina, que disparan el alma y los sentidos en traje de baño.

Se trata –al fin y al cabo- de una joven de 27 abriles, madre de una niña de 3 años, felizmente separada de su marido arahuaco, que se quedó en la tierra de sus orígenes, masticando coca y mirando la luna, mientras ella se vino a conquistar el mundo.

Por muy indígena que le toque ser, debajo de la camisola hay una mujer volcánica (es mi especulación) que no baila sino que se estremece con la música rock-salsa-ska que interpretan Jaramillo y sus amigos. El pibe de mi barrio, su canción estrella, la transforma. Como yo la vi, puedo dar testimonio de todo lo anterior.

Discrepo, obviamente (me parecen abusivos) de quienes la llaman la ‘Concejal Pantano’, porque sólo habla de agua y tierra. Para ella –y me parece bien- no hay transmilenio ni valorización, y mucho menos metro.

-Es posible que piensen que soy la concejal loquita por insistir en los temas ambientales. También sucede que me tratan como concejal de quinta, incluso en mi partido. Pero no importa, sigo pensando que debo hacerlo.

Ati Quigua (Licenciada en Ciencias Políticas y Administrativas de la ESAP) llegó al Concejo de Bogotá, a los 23 años, sin tener la edad constitucional permitida. Logró mantenerse con el cuento (cierto o no, vaya uno a saber) de que en su comunidad la mayoría de edad se adquiere –en las mujeres- cuando llega la primera menstruación.

Y las Altas Cortes de Justicia no entraron a discutirlo ni a exigirle certificados médicos o pruebas testimoniales. Imperó el respeto por la autonomía indígena, una manera contundente de confirmar que aquí hay democracia.

Su trabajo diario en el Concejo consiste en impulsar el Estatuto del Agua, algo así como el Estatuto Tributario. Recuperar todo el tema de la cultura alimentaria. Y que la modernidad se reencuentre con los orígenes.

Lucha, además, para acabar en las comunidades indígenas con algunos prejuicios y tabúes que hoy resultan absurdos a la luz de la ciencia y de las conveniencias de la sociedad.
Su gente no permite la aplicación de vacunas “porque contaminan la sangre”. Una peste cualquiera podría condenarlos al exterminio.

–Si no se adaptan, mueren, acepta con tristeza.

En el plano personal, carga con su propia tragedia. La comunidad indígena no le perdona que se haya separado de su marido. Y menos que se haya traído a Bogotá a su hija, quien –por hacerlo- pierde su condición y su herencia (La tierra no la compran. La transfieren de generación en generación).

La concejal Ati Quigua fue promotora de un congreso mundial indígena, que erigió a Bacatá, ‘Capital mundial del agua, ciudad intercultural de las américas’.
En ese encuentro se determinó “elaborar políticas incluyentes inspiradas en los saberes ancestrales”. Y “reconocen, honrar y respetar el agua como un elemento sagrado que sostiene la vida”.

Sobre su relación con el rockero, la Concejala la confirma, con una carreta medio intelectual, poética y gomela:

–Se ha dado en el marco de las coincidencias de la multiculturalidad, donde no hay fronteras para los afectos. Nos combinamos. El arte y la política transmiten sueños. Compartimos escenarios…

Y baja la cabeza, muy indígena. ¡La prefiero en la discoteca!

Tomado del libro: Artunduaga desnuda al Concejo de Bogotá.

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