De tiempo en tiempo, a alguien le da por agredir a un personaje para hacerse célebre o simplemente para matar las horas. En las últimas semanas la víctima ha sido nadie menos que Gabriel García Márquez.
Mario Mendoza debió salir a explicar lo que con su amigo Nahum Montt habían dicho sobre Gabo en la Semana Negra de Gijón, en un foro sobre literatura. Al parecer habían “rajado” del premio Nobel colombiano, porque hacerlo es como sentarse en la cabeza de alguien para verse más alto, aunque la práctica empequeñece.
Mendoza (Satanás) y Montt (Lara) se habrían puesto de acuerdo para decir que Macondo agoniza. Y como siempre caben interpretaciones, algunos dijeron que no sólo estaban difamando del gran escritor sino apurando su muerte.
Montt ha mantenido silencio para confirmar que no se arrepiente de lo dicho. Mendoza, por su parte, más decente y justo, ha explicado que “la literatura, como la vida, está en un movimiento incesante”.
Alejandro Zambra, un buen escritor chileno (Bonsái), sin cumplir todavía los 40 años, opinó que una de las mejores novelas que ha leído es El Coronel no tiene quien le escriba. Y la peor, Memorias de mis putas tristes, del mismo García Márquez, para empatar.
Otros le han dado garrote a Gabo por su postura política, más concretamente por ser amigo del tirano Fidel Castro. En Aracataca, su pueblo, porque nunca quiso ayudar a solucionar los problemas vitales del municipio.
Afortunadamente, ante tanto detractor, también encuentra vehementes defensores. Juan Carlos Botero, el hijo del maestro Fernando Botero, ha salido a reclamar que “aunque suene excesivo, se puede decir que García Márquez, muy probablemente, es el novelista en castellano más importante después de Cervantes”.
Sin ser nadie para decir quién tiene la razón, lo rotundo es que estamos lejos de producir otro García Márquez. William Ospina (Ursúa) es un formidable escritor. Mendoza y Montt, resultan mequetrefes (literariamente hablando) ante el portento del gran maestro.
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