El relato que hizo Alan Jara sobre algunos episodios de su cautiverio fue desgarrador, aunque tuviera –en ocasiones- pizcas de humor y derroche de valor.
Jara ahondó en lo que el mundo ya conoce: la sucesión de infamias por parte de los captores: cadenas, torturas, presión sicológica, agresión física, como si no bastara la privación de la libertad, de manera humillante.
Pensar que tanta vejación pueda hacer parte de cualquier catálogo revolucionario es infame, ironía burda, aberración mental.
Quienes todavía defienden políticamente a las Farc deberían ser perentorios en impedir que la práctica del secuestro se mantenga como arma de guerra o mecanismo de financiación.
Nadie puede enarbolar bandera alguna de ninguna reivindicación humana, encadenando hombres o mujeres, manteniéndolos en un infierno prolongado e indefinido, con la mera justificación arbitraria de presionar a otros.
A riesgo de lo que sea, nuestra condena es vehemente al secuestro. El rechazo inaplazable a la crueldad de alejar por años a seres humanos indefensos, encerrados en jaulas y amarrados como animales.
Las Farc….cualquier grupo guerrillero o paramilitar. NADIE puede sacar pecho ante tanta ignominia.
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