El Gobierno de Pakistán se vio sometido a nuevas presiones para llevar estabilidad al país, luego de que uno de los ataques con bomba más letales en más de dos años dejó al menos 89 personas muertas.
El ataque del viernes 1 de enero en un partido de voleibol sugiere que insurgentes talibanes relacionados con Al Qaeda se están concentrando en grandes multitudes de civiles para provocar el máximo de víctimas y difundir el terror, en lugar de atacar blancos complejos como las fuerzas de seguridad.
La explosión pondrá a los esfuerzos de Pakistán para contener a los cada vez más osados milicianos bajo un mayo escrutinio y provocará alarma en Washington, que ve a Pakistán como un estado clave en el frente de batalla contra los talibanes en Afganistán.
Un día después de que los milicianos hicieran estallar un vehículo utilitario deportivo en el campo de voleibol en la aldea de Shah Hassankhel, en el noroeste del país, socorristas y campesinos aún buscaban por víctimas.
“Nosotros aún creemos que hay más cuerpos sepultados entre los escombros y la cifra de muertos podría aumentar”, dijo Zahid Mohammad, un campesino, quien estaba entre las decenas de personas que ayudaban a los socorristas.
“La gente está excavando entre los escombros con sus manos y palas y no hay maquinaria pesada para ayudarnos. Es simplemente patético”, agregó.
El presidente Asif Ali Zardari está bajo presión de diversos frentes, tanto en casa como el extranjero. Está en disputa con el poderoso Ejército de Pakistán, que decide sobre las políticas de seguridad, y sus colaboradores podrían enfrentar nuevamente acusaciones de corrupción.
“(La violencia de los milicianos) está aumentando la presión sobre Zardari y brinda más oportunidades a sus rivales para atacar a su Gobierno”, dijo el analista político Hasan Askari Rizvi.
“El Gobierno necesitará una cierta perspectiva a largo plazo en el sentido de que tendrán que fortalecer la seguridad interna, que fue descuidada en el pasado porque nunca pensaron que las cosas podrían ir tan mal”, agregó.
Subrayando el descontento público con la creciente ola de violencia, la sureña ciudad de Karachi, la más grande del país y su capital comercial, fue escenario de huelgas el viernes.
Las huelgas fueron convocadas por líderes políticos y religiosos luego de que un suicida con bomba dejó el lunes 43 personas muertas en una procesión religiosa. Los talibanes se atribuyeron al responsabilidad y amenazaron con más violencia.
La violencia ha aumentado en Pakistán desde que las tropas del Ejército lanzaron una gran ofensiva contra los milicianos relacionados con Al Qaeda en su bastión en Waziristán del Sur, sugiriendo que las operaciones de seguridad no serán suficientes para estabilizar al país, que cuenta con un arsenal nuclear.
El ataque de Año Nuevo fue uno de los más sangrientos en Pakistán desde octubre del 2007, cuando la ex primera ministra Benazir Bhutto regresaba de un exilio autoimpuesto y un ataque dejó al menos 139 personas muertas.
Los milicianos han matado a cientos de personas desde mediados de octubre.