La desesperación y la ira aumentaban en Haití tras el seísmo que destruyó Puerto Príncipe, donde saqueadores armados añadían más terror en sus calles mientras las autoridades criticaban problemas de “coordinación” para la distribución de ayuda humanitaria.
La muerte, presentada de la manera más cruda y despiadada, inundaba irremediablemente las calles de Puerto Príncipe, destruida por el temblor del martes de 7,0, que dejó un saldo parcial de más de 50.000 muertos.
Mientras funcionarios de las Naciones Unidas clamaban por más ayuda, los saqueos se propagaban y se registraban enfrentamientos en los puestos de distribución de ayuda.
“Hay hombres armados, muchos saqueos”, dijo Eglide Victor, cuya precaria casa es la única que permanece en pie en toda una manzana en el corazón de Puerto Príncipe.
En el Mercado de Hierro, uno de los barrios más pobres de Puerto Príncipe, los habitantes buscaban frenéticamente en los edificios destruidos bienes para su supervivencia, ignorando a los cadáveres hacinados, abrasados por el sol.
Pero la irrupción en las últimas horas de los primeros contigentes extranjeros de ayuda lograba al menos cambiar el humor de algunos haitianos.
“La falta de electricidad es menos grave que el hambre, la sed y la falta de medicamentos, sobre todo algo para las infecciones. Estamos rodeados de muertos”, explica Victor, una profesora de 26 años.
La inseguridad reinante y la falta de coordinación con las autoridades locales son las principales dificultades señaladas por las autoridades y los equipos de rescate.
El presidente de Haití, René Preval, destacó la respuesta internacional, pero se quejó de mala coordinación en la entrega de la ayuda que llega a diario desde el exterior.
“Necesitamos la ayuda internacional, pero el problema es la coordinación”, declaró el mandatario en una entrevista con AFP.
Preval destacó que 74 aviones que venían de varios países, entre ellos Estados Unidos, Francia o Venezuela, llegaron en un solo día al saturado aeropuerto de Puerto Príncipe.
“Lo que vamos a hacer (…) es pedirle a los donantes que trabajen con comités que establecimos en el seno del gobierno”, indicó Preval, que estableció la sede temporal del gGobierno en una comisaría próxima al aeropuerto internacional de Puerto Príncipe -bajo control de Estados Unidos-, debido a la destrucción de varios edificios públicos, incluido el palacio presidencial.
La ONU lanzó el viernes un llamamiento a la comunidad internacional para recolectar 560 millones de dólares con destino a las víctimas.
La secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, indicó que viajará a Haití este sábado para observar la organización de la asistencia al país.
Unos 30 países, entre ellos Cuba, Venezuela, México Estados Unidos y Francia, participan en las operaciones de ayuda y están presentes en el país, según el Departamento de Estado norteamericano, pero las dificultades son inmensas.
Una vanguardia de 10.000 tropas estadounidenses desplegadas en Haití tomó el control del aeropuerto, cargados con toneladas de reservas, y comenzaron la primera distribución masiva de ayuda.
La misión está concentrada en el rescate de vidas humanas pero las tropas norteamericanas podrían ser llamadas a mantener el orden si las condiciones de seguridad se llegan a deteriorar, según responsables en Washington.
Haití, una de las naciones más pobres del mundo, que hace tiempo vive inmersa en violencia y baños de sangre, no tiene ejército y sus fuerzas de policía casi han desaparecido en el caos que siguió al terremoto.
El mantenimiento del orden descansaba casi totalmente en la fuerza de la ONU: unos 7.000 soldados y 2.000 policías de Naciones Unidas desplegados desde 2004 para contribuir a la estabilización del país.
Tras el seísmo, unos 6.000 presos huyeron de las cárceles de Haití, que quedaron parcialmente destruidas y sin vigilancia.
Los contigentes extranjeros tienen aún varios frentes que resolver. En una carrera contrarreloj, intentaban rescatar a las personas que pudieran estar vivas bajo los escombros.
Mientras tanto, varios cuerpos comenzaban a apilarse en una fosa común que las autoridades cavaron en un intento de limpiar las calles de cientos de cadáveres.
“Hemos perdido cualquier dignidad ante la muerte”, afirma Mezen Dieu Justi, un anciano que apenas soporta las náuseas al pasar ante esta sórdida escena.