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Armero ya no existe, fue borrado del mapa

El piloto que la mañana del 14 de noviembre de 1985, confirmó al país que la erupción del volcán Nevado del Ruiz había sido devastadora, no pudo ocultar el asombro cuando exclamó “Armero ya no existe; fue borrado del mapa”

La historia de la tragedia de Armero

Voz sobreviviente

25 años después, Colombia recuerda aquella terrible madrugada, cuando un lahar del Nevado se desprendió causando el desastre natural más grande en la historia del país, al venirse encima de 23.000 de los 40.000 habitantes de este municipio tolimense.

Al día siguiente las imágenes de centenares de los habitantes de Armero, semidesnudos, con pieles de color ceniza, untados de lodo de cabeza a pies le dieron la vuelta al mundo.

Sus casas, los comercios, las iglesias, sus habitantes, parte del hospital, colegios, parques y calles, quedaron sepultados en una enorme sopa, entre café y gris, que a los pocos días era una capa reseca en una gigantesca planicie castigada por el sol canicular de la tierra caliente del trópico.

El cráter Arenas del volcán del Ruiz, conocido también como “el león dormido”, rugió en la noche del 13 de noviembre, lo que produjo el deshielo y el aumento inusitado de los caudales de los ríos Lagunillas y Gualí, así como de algunos arroyos, que desde los casi 6.000 metros de altura descendieron de la mole andina hacia el valle en el que se asentaba Armero.

La erupción produjo la expulsión de flujos de fuego que fundieron los glaciares y la nieve, lo que generó las avalanchas que descendieron por las vertientes y las faldas del volcán, situado a 129 kilómetros al oeste de Bogotá, en la cordillera Central andina colombiana.

La planicie sobre la que se levantaba Armero es hoy un desolado y ardiente camposanto con tumbas, sembrado de cruces, una de ellas gigante en el centro, quizás donde se ubicaba la iglesia principal de la pujante localidad desaparecida y en la que se recostó a orar el Papa Juan Pablo II durante una visita a Colombia en 1986.

También el país recuerda con amargura, el rostro inocente y dramático de Omayra Sánchez, la niña símbolo de esa tragedia y quien resultó atrapada en el fango y sus piernas atenazadas por estructuras de concreto que no pudieron romperse, tampoco han desaparecido de la memoria.

La agonía de Omayra, con el fango hasta el cuello, fue seguida por socorristas y periodistas, quienes escucharon de sus labios mensajes para su madre, como que tenía que salir de allí para hacer sus exámenes de fin del curso y porque debía encontrar a su padre, a una tía y a un hermano menor.

Pese a los esfuerzos que realizaron los equipos de rescate, finalmente la niña se desvaneció y murió frente a todos esos testigos.

Omayra agonizó durante sesenta largas horas en el fango y sucumbió, víctima de una gangrena gaseosa.

Hoy, horas antes de que se cumpla el cuarto de siglo de la tragedia, María Aleida Garzón, madre de Omayra, recordó en la Radio Nacional de Colombia los dramáticos momentos que padeció.

Sus últimos recuerdos de Armero son los de un pueblo “pujante, con gente sonriente y cosechas de algodón, arroz y maní”.

En el lugar en el que presumiblemente está sepultada la casa de los Sánchez, en el barrio Santander de lo que fue Armero, hay un altar. Es una especie de tumba y es de las más visitadas. Allí murió Omayra.

Sobre las lozas hay decenas de letreros de agradecimiento de quienes aseguran haber recibido un milagro y una romería intermitente de personas silenciosas que oran cada año, cuando llegan a llorar y a pedir por sus familiares desaparecidos en la tragedia.

El Servicio Geológico de los Estados Unidos calculó entonces que la masa total de material expulsado, incluyendo magma, fue de 35 millones de toneladas y, según el Journal of Volcanology and Geothermal Research, el dióxido de azufre expulsado en la erupción fue de aproximadamente 700.000 toneladas.

Todos esos materiales arrasaron los 52 barrios y las 70 calles del pueblo, con sus árboles y animales de corral, es decir, borraron del mapa a Armero.

(Santa Fe con información de EFE)

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