La Crónica Radio Santa Fé

Yo traje a Mohamed Alí a Colombia: Gustavo Castro Caicedo

Yo traje a Colombia a Mohamed Alí el 9 de octubre de 1979. Cuando les comenté a algunos de mis colegas que sobre mis planes, me dijeron que estaba loco. Que él no vendría por acá. Y yo lo hice. Lo curioso es que Mohamed nunca visitó otro país de América Latina, a excepción de Cuba donde estuvo enfermo.
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Yo lo conocí en 30 de septiembre del ‘79, después de su pelea en el Madison Square Garden. Entonces frente a ese coloso de New York había un hotel en el cual él me puso una cita después de su pelea.

Duré seis meses tratando de convencerlo que viniera a Colombia a hacer una exhibición a beneficio del instituto Roosevelt, que era manejado por mis suegros. El instituto se había quedado sin dinero y necesitaba una inyección económica que se logró con la traída de la estrella del boxeo mundial.

El día que yo llegué con Mohamed Alí, al bajarme del avión llore de la emoción.

Había un colombiano que era conocido de él, que se llamaba Jorge Benjur, un hombre de color negro, y había sido nombrado como corresponsal de la revista Hit de Hollywood. Un día se me ocurrió decirle a él que me ayudará a conseguir contacto con Mohamed, hasta que lo conseguí.

Me puso la cita en New York y fue tan especial que el día siguiente de su pelea, permitió salir con migo en Manhattan para dar una vuelta y tomar una fotos para una nota para la revista Cromos.

Posteriormente me invitó a su matrimonio que fue por esos días con Verónica Alí, la mamá de Laila la campeona de boxeo actual.
Cuando llegó a Bogotá, Verónica fue con Laila en el vientre de su madre. También vino con su suegro que se llamaba Horacio y con diez de sus guardaespaldas.

Yo tuve la oportunidad de seguir siendo amigo de Mohamed Alí. Nos vimos en seis oportunidades. Y lo logré conocer muy bien. Alí es un hombre que tiene las dos caras de la moneda. De una parte, es ‘mamagallista’ y de la otra es un hombre serio, convencido totalmente de sus creencias, respetuoso con los demás, inteligente, pero muy reservado para hablar y para entregar amistad a alguien.

Cuando vino a Colombia, le puse una cita en el aeropuerto de Miami. Yo tenía la sensación que de pronto no venía pero no me quedó mal. Llegó a la hora acordada.

Su llegada fue un acontecimiento en Colombia. Me acuerdo que se desbordó la gente en el aeropuerto el Dorado. En su estadía en Colombia hubo muchas anécdotas. Por ejemplo conseguí que hiciera un saque de honor en el partido, Millonario- Santa Fe y fue tal la patada que le pegó al balón que salió casi sobre la maya del estadio.
También Jorge herrera, el torero esposo de Margarita Suarez, montó una corrida de toros, en la cual Mohamed estrenó una ruana que le trajeron de Boyacá.

Allí aplaudía a las vaquillas, cuando le pegaban un golpe a los toreros. Para él fue algo sensacional. Me decía que nunca en su vida, en ningún país que había visitado había encontrado un calor humano y una entrega de la gente como el de Bogotá.

Hizo una exhibición en la plaza de toros de Santamaría con un boxeador colombiano que era peso pesado, Bernardo Mercado. Cuando yo contacté a Bernardo en New York, para que hiciera la exhibición con Alí me dijo ¡si yo voy pero cobro 20 mil dólares!. Entonces yo le dije ¿Pero Bernardo usted teniendo una oportunidad! Y al fin el manger de el entendió y no cobraron por la venida. Después de esa exhibición, Mercado salió de anonimato y comenzó a cobrar fuerte para boxear en el mundial.

Lo de la plaza de toros de Santamaría fue a las ocho de la noche, estaba de secretario de gobierno Julio Nieto Bernal, que tuvo que hacer todos los papeleos, para que no le cobraran el uso de la plaza al instituto Roosevelt y poder entregarles todo lo que se consiguió en la exhibición.

Lógicamente no alcanzaron las boletas y fue una noche en la que Alí hizo de payaso, el hizo con Bernardo Mercado una exhibición, en la que se dejaba pegar de mercado y se caía al suelo. Fue magnánimo con el espectáculo.

Estuvo ocho días en Colombia. Tiempo durante el cual, la que era entonces mi suegra se dedico junto a mi exmujer a pasear a Mohamed por todas las calles de Bogotá.

Alí era un hombre de paz, pero sincero. Yo recuerdo que él todo los días oraba. Pedía que le cerraran una ventana para poder orar en silencio y prácticamente a oscuras. Su meditación era profunda y sincera. Los ocho días que yo compartí con él, pude ver no solamente al hombre bueno, al hombre positivo internamente, al hombre pacífico, sino también al hombre creyente en las cosas espirituales.

Ese día que traje a Mohamed Alí, comprobé que uno en la vida puede hacer lo que quiere si se propone a hacerlo. Ese día cuando estuve con Ali, una de las grandes satisfacciones fue una nota del tiempo que decía “Gustavo Castro Caicedo no estaba loco”.

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