Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)
“La lepra se encargaba de poner distancia con los otros y de recordarle al enfermo lo inmundo que era. Aunque el mal comenzaba a manifestarse con pequeñas vejigas o manchas en la piel, tarde o temprano acababa macerando la carne podrida y a expeler un olor fétido a carroña, para desfigurar la cara, las manos y los pies hasta el punto de que nadie se atrevía a mirarlos por temor a enseñar el fastidio y el asco que despertaba”.
Este es apenas un muy breve segmento de la maravillosa novela El puente de los suspiros cuya autora es la enfermera profesional Elena Peroni quien, además, fue voluntaria en varios hospitales en donde se le “pegaron” esas ansias continuas de ayudar a los más necesitados. Por eso iba todos los días a recorrer esos enormes espacios con olor a limpio, llenos de camas inundadas de angustia, dolor y desesperanza; por allí se paseaba Elena Peroni cargada de valor y de una hermosa sonrisa que aliviaba, así fuera por algunos segundos, el dolor de quienes esperaban el medicamento salvador que nunca llegaba.
Elena Peroni supo sobre la lepra y se puso a investigar casi hasta las últimas consecuencias, de lo que fue esa mortal bacteria, la Mycobacterium leprae o por Mycobacterium lepromatosis descubierta en 1874 por el médico noruego Gerhard Armauer Hansen, debido a lo cual se lo denomina bacilo de Hansen. La lepra fue históricamente incurable, mutilante y vergonzosa, al punto de que, entre otras medidas, se decretó en 1909, por demanda de la Sociedad de Patologías Exóticas, “la exclusión sistemática de los leprosos” y su reagrupamiento en leproserías como medida esencial de profilaxis. Y esa injusta exclusión, llevó a crear una especie de “campos de concentración” a donde llevaban a los enfermos y los aislaban del mundo.
Esta historia le dolió tanto a Elena Peroni, que un día resolvió escribir El puente de los suspiros ( B ), para hablar de quienes la padecieron, hombres, mujeres y niños que, aunque llenos de amor y de ilusiones, fueron discriminados, alejados y satanizados.
– ¿A qué edad supo que podía sentarse a escribir cuentos o novelas?
– Comencé a escribir una novela corta cuando tenía trece años tal vez y curiosamente también se desarrollaba en la época de la guerra de los Mil Días. Un señor amigo de la familia puso en unas vacaciones a su secretaria para pasarla en máquina de escribir de mis cuadernos. No dejó de ser una novela rosa en la que los personajes cada rato tomaban “un espumoso chocolate”.
– ¿Había muchos libros en su casa?
– No muchos, pero cuando descubrí las librerías de segunda mano en Medellín, con mucha frecuencia compraba libros para hacer mi propia biblioteca.
– ¿Con quién compartía la alegría de la lectura?
– Mi hermana mayor leía mucho, pero con quien más compartíamos el gusto por las novelas era con una prima de mi edad y una tía alcahueta, sin hijos, donde pasábamos vacaciones literarias en Buga.
– ¿Participaba activamente en los Centros Literarios del colegio?
– No había mucho de aquello, pero si tenía fama de hacerle todos los trabajos de obras literarias “aburridas” a la profesora. Me encantaba el teatro y fui la directora del grupo un tiempo. Además y por mi cuenta iba a los talleres literarios de Manuel Mejía Vallejo en la biblioteca pública Piloto de Medellín, donde realmente poco escribíamos, el escritor hablaba al tiempo que daba vueltas al ron de un vaso que no lo desamparaba en aquellos encuentros.
– ¿Qué sensación le produjo el conocimiento de la lepra cuando supo por primera vez de ella?
– Estudié enfermería y era una de esas enfermedades escasas y antiguas que no pasaba de reconocer en los enfermos que de vez en cuando uno veía en los semáforos pidiendo limosna. Mucho más no conocía de la enfermedad hasta que me puse a escribir el libro.
– ¿Por qué se satanizó tanto esta enfermedad a tal punto de crear “casi” campos de concentración en Colombia?
– Por el número de enfermos que aumentó de forma desproporcionada y que luego al inflar las cifras se convirtió en una calamidad pública. El miedo de los sanos a padecerla, la imposibilidad de curarla, el desconocimiento sobre su causa y los factores de riesgo, la deformidad y el rechazo, fue lo que realmente llevó a la estigmatización de los enfermos. Los motivos para cerrar con alambradas los lazaretos y poner retenes e instaurar las diferentes medidas como si fueran presos son tomadas por el general Reyes y el motivo era puramente de imagen en el exterior y el daño económico que estaba causando al país que estaba sufriendo las consecuencias de la guerra de los mil días y la separación de Panamá.
– ¿Por qué quiso escribir sobre ella?
– Porque vi los enfermos, edificios y parajes al pasar por Agua de Dios y escuché los cuentos sobre su historia y de la de sus enfermos que ahí había una historia para contar que las nuevas generaciones no conocíamos y que los de las anteriores generaciones conocían mal. Porque el dolor y el sufrimiento de esos enfermos de Hansen, bien merecía la pena escribirlos. Era un reto meterse en su mente y en su corazón y eso me gusta.
– ¿Cómo empezó el proceso de investigación?
– En la biblioteca Luis Ángel Arango en la sala de manuscritos. En el pueblo con las hermanas del padre Luis Variara, en el archivo nacional de la nación, en los museos del pueblo y entre sus calles y asilos hablando con todo aquel que quisiera contarme algo sobre el tema.
– ¿Por qué quiso novelar una historia tan dramática?
– Porque la vida está llena de dramas corrientes y tristes como la enfermedad y el dolor, la impotencia y el miedo, los amores entregados e imposibles, las aventuras con final incierto y la trascendencia.
– ¿Cuál fue su mayor dificultad en la redacción de la novela?
– Pensar en querer hacerles un tributo a los enfermos de lepra y que de pronto se ofendieran con algunos de los cuentos que echo, bueno y la ortografía. Nunca le puse cuidado y los computadores le juegan a uno malas pasadas. Otra de las dificultades desde luego es la vida cotidiana que parte los momentos de escribir y uno se va a recoger hijos pensando en el párrafo que dejó empezado, o cocina inventando un dialogo, y sale para una cena de amigos dejando en agonía a un personaje. Eso de conjugar la historia del papel con la propia historia es muy difícil.
– Es, sin lugar a dudas, una hermosa novela ¿Ese fue su propósito inicial y final?
– Sí. La trama de la novela la vi entera desde el principio, pero uno le va añadiendo personajes que se aparecen en la historia e historias que se cruzan en la vida de los personajes inventados. Pero sí definitivamente la tracé desde el principio con lenguaje sencillo para todo el público que quisiera leerla, algo poética, romántica, histórica y visual. Espero haber logrado un poquito de cada una de esas cosas.
– Es una novela muy llena de alegría, de amor, de vida, de esperanzas ¿Se trazó esa meta desde el comienzo?
– Claro que sí. Quería escribir del tema pero dejando algo más entre las líneas. Quería reconfortar, entretener, enseñar que el amor verdadero existió y aún existe cuando se comparte el dolor. Sacarle chispa a la vida y no dejarnos arrastrar por los dolores y sufrimientos que a todos nos llegan. Trato los temas universales de cualquier historia pero quería darle un toque diferente, sin ser costumbrista mostrar a la gente de nuestro país, los problemas políticos que hemos tenido siempre, las dificultades de ser pobres pero poniendo por encima de todo eso la naturaleza generosa y altruista que todos los seres humos podemos tener.
– ¿Qué quedó por fuera de su novela?
– Qué pasó con los niños hijos de enfermos de lepra que se llevaron a los asilos en Boyacá. Creo que detrás de eso hay muchas más anécdotas que valdría la pena conocer y contar. Haber sabido que fue de la vida de esas víctimas indirectas de la enfermedad.