Por: Jorge Consuegra (Libros y Letras)
Nunca quiso ser titular de primera página y eso le decía a sus amigos, pero por dentro sabía que sí, que le encantaba que lo llamaran, que lo entrevistaran, que hablaran de él. Y esto desde siempre, quizás desde el mismo momento en que se volviera famoso con su novela Cóndores no entierran todos los días que escribió de principio a fin en Pasto, en la fronteriza capital nariñense. Ya luego vinieron más novelas, más entrevistas, fotos, cámaras, preguntas indiscretas, sus obras en televisión, hasta caer en el programa radial “La Luciérnaga” que lo convirtió en pilar fundamental de este espacio, quizás el más oído de la radio en Colombia en esta franja.
– ¿Cómo era el delicioso acto de escribir hace 30 o 40 o más años?
– La vanidad fue el motor de mi literatura. Ahora que ya no me nutro de ella, ahora que ya no tengo que ventearme el culo con una china de asar arepas, pienso que si no hubiese sido tan vanidoso, no me habría sentado horas enteras a contar y a contar y a seguir recordando, cuando no inventando.
– ¿Es necesario para un escritor tener una especie de sopa con un poco de vanidad, un poco de vedettismo, otro de arrogancia, dos gramos de petulancia…O mejor un buen plato de humildad, silencio, mesura…
– En mi caso no necesitaba mas ingredientes, la vanidad se encargó de hacer aparecer toda clase de interpretaciones para que se creyera que era arrogante, petulante y otras cosas mas que me hicieron a tantos enemigos y que me permitieron disimular casi camuflar completamente la vanidad. ¡A estas horas de la vida, me río de ese juego de tramoyas! No creo que con la humildad se hagan escritores. El oficio de escribir exige una pizca de atrevimiento y los humildes nunca son atrevidos.
– Cuando pensaste en escribir Cóndores ¿es que tenías rabia en el corazón? ¿necesitabas contar esa historia para que a los colombianos les doliera el alma?
– Cuando escribí Cóndores me había graduado en Letras en la U del Valle con una tesis muy joteada sobre la novelística de la violencia en Colombia. Estaba entonces convencido de cual clase de novela le faltaba a ese fenómeno social. La hice así y me fue bien. Si a 37 años de haberse publicado sigue siendo leída, estudiada y pirateada por algo será.
– ¿Cuántos días en vela o quizás insomnio te quitaron las páginas de Cóndores?
– La escribí en Pasto, cuando era profesor de la Universidad de Nariño en la sede de Torobajo, aguantando frío. De noche nunca escribo. El insomnio me lo dan las deudas y los problemas ajenos, nunca mis creaciones.
– ¿Cuáles fueron las reacciones en aquél entonces?¿Qué dijeron los “monseñores” y los “padres de la patria” y la misma prensa de la novela?
– La primera garrotiza fue grave. Recuerdo que Álvaro Bejarano, columnista estrella de entonces, se burló de la novela diciendo que era un acumulado de chismes sacados de los archivos judiciales de Tuluá. Los marxistas, dueños entonces de la crítica literaria, arremetieron contra mi, llamándome copietas del garciamarquismo. En fin fueron tantos, que tendría que buscar en el álbum de recortes que en alguna parte debe estar en mi biblioteca.
– ¿Y esa garrotiza te animó para seguir en la batalla? ¿Te amilanó? ¿Pensaste de inmediato en la otra novela?
– Las garrotizas fueron tantas y por cada novela que sacaba y por cada columna que escribía y por cada opinión que daba, que perdí la cuenta y no se decirte ahora si me animaba a escribir otra o hacia parte de mi manera de ser. Claro, en aquellas épocas decir cosas a través de novelas valía la pena y paraban bolas. Ahora si quieres que algo se olvide, mételo en un libro y si quieres que no te entiendan, mételo en una novela.
– Antes eran muchos y muy buenos escritores y los leía uno con verdadera pasión, casi como un rito, casi religiosamente. ¿Crees que esa pasión se evaporó? ¿Ya no se lee religiosamente sino por moda, por chicanear? ¿Crees que hay muchos y…malos escritores?
– El rito y la religiosidad se la comieron entre el computador y la moto, la comodidad y la cultura mafiosa. Ahora se lee por informarse velozmente sobre algo. Los motivos de reflexión se perdieron. Pero quien más perdió esa capacidad fue la novela. Es, definitivamente, un género en extinción. Leyendo una novela, tratando de hacerla, se siente uno como debió haberse sentido cualquier dinosaurio por los días en que el meteorito oscureció la tierra.
– ¿Cómo fue tu infancia respecto a los libros? ¿Alguien te fue prestando libros, sugiriendo lecturas, un profesor, un amigo, el papá, el tío? ¿Cuáles fueron esos primeros libros?
– Yo fui el nieto del librero de Tuluá, del dueño de la Librería y Tipografía Minerva, situada en la esquina suroccidental del parque Boyacá, enfrente de la casa del doctor Uribe Uribe y doña Luisa White. En mi casa siempre hubo tradición libresca, por mi madre, que tenía alguna colección de sus libros o de los heredados a mansalva de la biblioteca del abuelo. Por mi padre, que era un autodidacta y siempre leía. Yo entonces aprendí a montar a caballo, a jugar naipes (soy nieto y bisnieto por todos los lados de jugadores) y a leer. Mi padre me regaló a los 6 años (yo fui precoz aprendiendo a leer, antes de entrar al kinder) la colección del Libro de Oro de los Niños, seis gruesos tomos que recogían todo el material posible de historia, literatura y ciencia que podía aprehender un niño. Después me pase horas enteras en casa de mi abuela Gardeazábal comiendo grosellas con sal mientras leía libros y revistas que sacaba del closet donde refundieron la estupenda colección del abuelo. Los otros niños jugaban. Yo leía. En la adolescencia y como en el colegio donde estudié, los salesianos de Tuluá, no había biblioteca, el doctor Germán Cardona Cruz, un primo hermano de mi abuelo, me facilitó la lectura de su gigantesca biblioteca; allí me nutrí antes de comenzar a escribir. Los otros jóvenes pichaban o bebían, yo leía. Toda la vida he leído periódicos y revistas diariamente porque mi padre compraba al menos 3 periódicos diarios. Y si algo me duele es haber nacido en 1945 y no en 1985. ¡Cómo habría gozado yo leyendo por Internet y con las facilidades que hay ahora!
– ¿Preferías quedarte en casa leyendo o de vez en cuando idas a cine? ¿De pronto a misa, trisagios, primeros viernes, Semana Santa, paseos de olla?
– En mi época de la adolescencia, mientras viví en Tuluá (me gradué a los 17 años de bachiller) ir al cine era casi imposible porque existía la censura y a menores de 18 no nos dejaban entrar. Las películas que vi entonces eran las de “todos”. A misa fui todos los díaas durante todos mis estudios con los salesianos, pues era obligatorio ir a misa diariamente. La Semana Santa nunca fue en mi casa de descanso, por el contrario de exceso de trabajo porque mi madre (y ahora me ha tocado a mi cargar con la tradición así no crea ni en los rejos de las campanas) siempre arregló, mientras tuvo uso de razón, el Santo Sepulcro del Viernes Santo y con orquídeas. Ella lo donó mandándolo a hacer donde Zambrano en Pasto y terminó convertido en un bien inventariado de mi familia así lo guardaran todo el año en la iglesia de San Bartolomé y nos lo trajeran a la casa sino los Miércoles Santo. De todas maneras el problema mío no era el tiempo de los menesteres de obligación, yo usaba para leer el tiempo que los demás gastaban en hacer deporte (nunca lo hice), en jugar a las bolas o al trompo (siempre he sido torpe motrizmente) y cuando se les paró la pinga…preferí esperar quien me comiera mas tarde.
– ¿Cuándo decidiste que tu vida iba a ser la de escritor y no la de arquitecto o médico o abogado?
– Mi padre decidió pues yo apenas iba a cumplir 17 años, y era un bachiller provinciano, que no podía seguir jugando a la misma estructura económica de agricultor y ganadero que nos permitió ser una familia acomodada en un pueblo como Tuluá. Me fui entonces a estudiar ingeniería química en la Bolivariana de Medellín. Allá me di cuenta que eso no era lo mío y como buen lector me puse a escribir un texto que yo llamé novela Piedra pintada contra monseñor Felix Henao Botero, que era entonces el rector de la UPB y a quien llamaba “El cacique banda roja” en el texto. Mi padre que era un alcahuetas me pagó la edición y la repartí en la puerta de la universidad. Al otro día, con toda razón…me echaron. Entonces me vine a estudiar Letras en la Universidad del Valle.
– Entonces ¿desde Cóndores y Piedra pintada fuiste “protestatario” y contestatario?
– Desde antes de sentarme a escribir la primera letra. Fui el organizador de la primera huelga que se hizo en el colegio de los salesianos de Tuluá cuando estaba en quinto bachillerato. Creí que con la edad iba a dejar de ejercer como tal y véame ahora en La Luciérnaga haciéndolo con mas madurez pero con más contundencia.
– ¿Cuándo te diste cuenta que se te habían volteado las chupas?
– Nunca. Yo nunca estuve en un closet. Siempre, desde niño, he sabido quien soy.
– ¿Y en tu pubertad o adolescencia o juventud tuviste reacciones de quienes no podía aceptar a un marica en la universidad o en el trabajo o en dodne fuera?
– La verdad es que ya no tengo chips para recordar a quien le amargaba la vida saber que yo era marica, así he hecho con muchas cosas de la vida, por eso me he demorado en envejecer ,no cargo odios ni recuerdos ingratos teniendo tantas cosas vitales y felices para seguir viviendo.
– Volvamos a la literatura. Primera edición de Cóndores…comentarios, críticas, reseñas, entrevistas. ¿Estabas preparado para todo ese boom que dejó y ha dejado la novela?
– Nunca la vida me ha sorprendido. He sido muy frío ante el éxito. No soy tierno a la hora del amor, ni casi nunca. Es un asunto de formación. No he dejado de ser el mismo de siempre, malgeniado, blindado contra los hijos de puta, pero generoso al infinito y provinciano irredento. No me dejo manosear las pelotas sino de los hombres que me gustan. No me marean los triunfos ni me hunden las derrotas. He tenido muchas satisfacciones y muchas decepciones, pero ni las unas ni las otras me han dejado a la orilla del camino o trepado en pedestales.
– ¿Qué hiciste con ese primer gran cheque de Cóndores?
– Nunca hubo gran cheque. Como la novela fue editada en Barcelona, don Jesús Ordóñez de la Librería Nacional trajo 500 ejemplares desde Destino y se demoró dos meses en traer la siguiente edición.
Resultado: me piratearon y desde entonces no han parado. Después Otto Morales consiguió que Ariel, de Guayaquil, hiciera una edición popular a lo que costaba un periódico y de 250 mil ejemplares para barrera a los piratas. Por eso obviamente no recibí sino el 2%. Pero lo que si pude comprar fue Alcañiz, la finca primigenia de mis caprichos y fue con los derechos que me pagó Francisco Norden. De allí en adelante Condores me ha dado pesitos cada semestre, pero pesitos que recibirlos a casi 40 años de haberla sacado…son una hazaña.
– ¿Cuánto tiempo transcurrió entre Cóndores y la siguiente novela?
– Termino Cóndores en Pasto, en la sede Torobajo de la Universidad de Nariño, en 1971, pero casi al mismo tiempo había escrito Dabeiba con la que participé en el Nadal. Ya estaba en proceso de edición La tara del papa con Haydée Jofre Barroso en Editora Fabril de Buenos Aires, de manera que para Abril del /72 ya estaba con tres libros en vitrina casi al mismo tiempo.
– Eran tiempos de Pastrana (1972) y entraba López…ya estabas con tres libros. Te picó muy duro ese anopheles de la literatura, los libros, porque tres libros ya es una cifra…
– Pasé una adolescencia tan enferma y llena de privaciones por mi mala salud que siempre creí que en una de esas me iría, como lo estuve alguna vez en la clínica El Rosario, de Medellín. Tenía afán de escribir antes de que se me acabara el tiempo. Ahora que estoy mucho más enfermo y la posibilidad de morirse tal vez sea biológicamente más posible que nunca, sé que ya no me alcanzó el tiempo para escribir muchas cosas.
– ¿Cómo era tu rutina de estudio, trabajo, escritura? ¿Los ratos libres?
– Durante mi adolescencia mis ratos libres nunca fueron con los demás; yo trabajaba como liquidador y pagador de las planillas del trapiche panelero y los cultivos de algodón o arroz que tenía mi padre y eso me implicaba trabajar viernes en la noche hasta tarde y sábados todo el día. Los Sábados en la noche iba a cine y los Domingos me masturbaba.
– ¿Y de actores te quitaron el sueño? ¿Clark Gable? ¿Peter O´Toole? ¿Sean Connery?
– El insomnio solo me ha llegado con la vejez, y tal vez me ha dado más fuerte porque siempre me enseñaron a dormir poco, a levantarnos temprano y a no perder el tiempo en la cama. Por eso no me quedé mas tiempo del debido pensando en “Lawrence de Arabia”, la película que más me ha impactado. Mucho menos en Peter O´Toole o en cualquiera otro, nunca he deseado lo que no me he podido comer.
– Además del maravilloso oficio de escribir, de ir los Sábados a cine, de no desear lo que no te podías comer ¿también te quitaba el sueño la violencia en el país? ¿el desafecto? ¿los desaparecidos? ¿O eso siempre fue ajeno para ti?
– Soy hijo de la violencia. Vivir en Tuluá en plena violencia fue terrible. Tenerse que acostar a las 6 de la tarde, encerrados en la casas sin poder salir, a contar en el silencio de la noche el numero de tiros que se escuchaban en lejanía, marcó mi vida para siempre. Tener que esperar, antes de salir para el colegio en las mañanas, que los mayores revisaran la puerta y el andén para ver si ya habían recogido los muertos (porque las sábanas que los tapan, son de ahora), te deja con un punto de vista frente a la muerte que no creo que tengan los urbanos que no vivieron la violencia como pan a diario, que no la viven en la comodidad de la ciudad. Mi madre fundó en 1953 una asociación, “Damas de la caridad”, exclusivamente para atender a los desplazados y como todos iban a la casa.
– ¿Y qué hacían en casa entre las 6:00 de la tarde y el amanecer? ¿Rezar? ¿Rogar? ¿Pensar? ¿A veces llorar? ¿O a veces se ponían a leer? ¿Apagaban las luces?
– Comer, rezar el rosario, oír radio y antes de acostarse leer hasta que dejaran de sonar los tiros.
– ¿Y te emputaste con Dios al oír tiros, encontrar muertos, salir con miedo y, además de eso, rezar el rosario y no encontrar solución al miedo, a la zozobra?
– Nunca me he emputado con quienes no conozco.
– ¿Cómo era tu relación con tu mamá? Mientras ella ayudaba con las “Damas de Caridad” a los desplazados ¿ella te iba contando historias? ¿ayudabas a los desplazados? ¿tomabas notas de eso que veías? ¿esas imágenes te arrugaban el alma?
– La relación con mi madre ha sido siempre, desde niño, distante y fuerte y ahora que la cuido en su espantoso Alzheimer, sigue siendo igual. Ella no ofreció jamás ternura. Ahora no acepta, pese a su locura, que sea tierno con ella. Como tuvo un nivel cultural y libresco bastante alto, fue artista consumada, pintora y violinista, la marca del arte y del humanismo fue fundamental en nuestra relación. Ella era la hija de su padre, el librero sabio, en toda su dimensión y creo que lo que me transmitió fue traído desde las canteras inmensas del abuelo que no conocí. No tomé apuntes de niño, siempre confié en mi memoria. Todavía, pese a la edad, sigo confiando en ella.
– ¿Fue muy duro para ti tener a una madre distante y fuerte, que jamás te dio ternura? Y hoy, desde la distancia ¿comprendes esa actitud de tocar el violín y plasmar imágenes en un lienzo, sin darte un abrazo, un beso, una caricia?
– ¿Duro? ¿Por qué? Creo, por el contrario, que esa frialdad de mi madre me hizo el que soy, duro y reacio a dispensar o recibir la ternura. Ella contrastó esa ausencia de afecto con una generosidad ilímite. Es que manejarme a mi de niño debió haber sido una hazaña para ella y para mi padre. Yo no era un niño del común, pensaba, actuaba y preveía las cosas con facilidad asombrosa y esos debió haber sido muy difícil compaginarlo con mis otros hermanos y con los pocos amigos que tenía.
– ¿Qué hacían los adolescentes y los jóvenes en Tuluá cuando tu estabas por la misma edad? ¿cigarrillo? ¿beber? ¿Coca-colas bailables? ¿paseos de olla? ¿Tú qué hacías?
– Ellos…ir donde las putas, beber los fines de semana, jugar fútbol, viajar a Buga conseguir novias…nada de eso hice yo.
– En lugar de llenar álbumes de “monas”, ¿disfrutabas con los “monos” y las manos?
– Por el contrario siempre llené álbumes de monas y me inventé cuadernos de recortes de prensa sobre ciclismo, sobre presidentes, sobre caballos de carreras…
– ¿Eran días solitarios recortando, pegando, leyendo, recortando, pegando? ¿Qué presidentes tenías más? ¿Por qué?
– No puedes olvidar que mi infancia trascurrió entre Ospina Pérez, Laureano, Urdaneta y Rojas Pinilla, que en mi casa se leían tres periódicos por lo menos al día, que a más del rosario diario estudiaba con curas salesianos fascistas de cuño mussoliniano. No recuerdo cuáles fotos pegue ni de cuáles presidentes, pero lo que sí recuerdo es que nunca guardé fotos de mujeres y mucho menos desnudas…
– A veces, en las soledades de la adolescencia o en tu juventud ¿lloraste con amargura? ¿con tristeza? ¿con desolación? ¿por qué?
– Ni en mi infancia ni mi juventud lloré, fui un insensible en todo el sentido de la palabra, prefería imaginar que lloriquear, prefería soñar que doblarme. En la vejez lloro viendo el entierro de Alfonsín…por todo se me salen las lágrimas. Debe ser la dosis diaria de metropolo…
– No importa que sea en la vejez, pero ¿lloras por el hambre de los demás, por recordar que todo lo que nos rodea es una mierda, por los “falsos positivos”, por el cinismo, por la insensatez?
– Me llamo Gustavo Álvarez Gardeazábal, no sor Teresa de Calcuta y soy marica no guevón.
– ¿En tus columnas o en tus cuentos o en tus novelas escribiste alguna vez con seudónimo? ¿Qué te atrajo hacerlo así?
– Alguna vez en Occidente, cuando hubo necesidad de conseguir unos pesos adicionales escribí con el seudónimo de “Sofrosiaco”, pero donde lo hice a conciencia y para mamarle gallo a la norma que me aplican con estricta medida mientras estuve preso, fue por aquellas calendas. Escribí bajo el seudónimo de “Marcianita Barona” (uno de los personajes de mis novelas) y todos sabían que era yo.
– ¿Alguna vez en tu juventud o en tu madurez hiciste parte de tertulias literarias? ¿Cómo eran?
– Cuando ya era estudiante de Letras en la Universidad del Valle participé del taller de Literatura que presidía Jorge Zalamea. Recuerdo que en ese taller leí Ana Joaquina Torrente y le pude sacar una sonrisa a esa momia que era Zalamea agonizante. Iba todos los Viernes y Sábados a dirigirlo. Fueron unos tres meses no más porque el último Sábado no volvió…se murió. Después dirigí talleres literarios con el mismo esquema en la Universidad de Nariño en Torobajo y en la Universidad del Valle. Del primero surgió Alejandro García Gómez, quien hoy escribe todavía en El Mundo de Medellín y ha sacado algunos libritos y de la U. del Valle; Aguilera Garramuño y José Cardona…. no participé en tertulias ni cuando monté “Los dialogantes” e hicimos la oposición al nadaísmo. Ahí viene mi historia con Andrés Caicedo…
– ¿Lo que acaba de suceder ha sido lo más jodido en tu vida o ha habido algo comparable a esto?
– Nunca había estado tan cerca de la muerte como ahora, pero igual frustración de vida sufrí cuando me mandaron a la cárcel.
– ¿Se siente impotencia? ¿tristeza? ¿dolor en el alma? ¿ganas de llorar? ¿gritar? ¿o mejor la soledad después de ver que entran a la casa a matarlo?
– No había querido responder a esa pregunta porque he estado muy achantado y no quería mirarme al espejo para decirte que el trauma es de tal naturaleza que no he tenido tiempo de analizarlo y he preferido ocuparme al máximo para espantar el fantasma.
– ¿Duele más este hecho de canallas o la indiferencia de los buenos?
– Después del allanamiento: anoche en el insomnio, antes de tomarme el stilnox de las dos de la mañana para poder dormir algo, estuve pensando que el achante me lo causa fundamentalmente el exceso de vigilancia de la que estoy gozando. No solo perdí mi privacidad sino mi soltura para hacer lo que quisiera cuando me diera la gana. Pero siempre he tenido ánimos para sobreponerme a crisis peores y volver elementos de humor y alegría hasta jodas como esta