Por: Julio Fernando Rivera Vallejo
No se trata, de ninguna manera, de hacer referencia a personajes que, con turbantes de pintorescos colores o inmaculadas aureolas o imaginarias y relucientes capas blancas, por estos días son protagonistas del acontecer político nacional; simplemente, se quiere aludir a una fiesta que importamos antes que irrumpiera la arrolladora globalización y previo a la entrada en vigencia el TLC con el coloso, o mejor, con el goloso del norte.
Para no herir susceptibilidades y no violar el protocolo, conviene anotar que, el orden en el título no corresponde a las dignidades que en la actualidad ostentan los máximos exponentes de uno y otro bando y se basa exclusivamente en la regla de cortesía según la cual, primero las damas; bueno, ese es un decir.
Originada en una extraña mezcla entre la festividad celta de Samhain y la cristiana del Día de Todos los Santos, arriba a Estados Unidos con los inmigrantes irlandeses víctimas de la Gran hambruna de 1.840 y, probablemente con el beneplácito de fabricantes de disfraces y golosinas se difunde rápidamente por el continente americano, primero a Canadá, llegando luego a países no anglosajones como México y Colombia, ávidos de pretextos para divertirse.
Poco importa saber que la palabreja ´´ Halloween ´´ se relaciona hace siglos con el fin del verano para lo irlandeses o con la fiesta de la cosecha para los romanos y que los Papas Gregorio III y Gregorio IV intentan luego sustituir las celebraciones paganas por la víspera de todos los Santos y , menos aun que, el destemplado estribillo ´´ triqui triqui, halloween, quiero dulces para mí, si no me los das, se te crece la nariz ´´ , proviene del truco o trato: ´´ Trick-or-treat ´´, según el cual, si alguien no acepta el trato sufre una broma, como que le echen espuma a su puerta, o lo que es peor, una maldición.
Mientras los santos junto a las chimeneas de sus aposentos tratan de no ser engañados por los hoy encapuchados de blanco que pregonan a los cuatro vientos trato o broma: muchos dulces incluida la participación política o continúa el conflicto armado, las brujas en sus escobas supersónicas surcan felices y eufóricas los cielos colombianos, luciendo no solamente los tradicionales sombreros de copa, sino los turbantes bolivarianos que hasta hace poco fueron noticia en el Capitolio Nacional.
Con calabazas anaranjadas en mano, cada grupo pide lo suyo: los santos que no haya ni mucha lluvia ni mucho sol y que el pueblo empuje sus locomotoras para que no las pase el transmilenio; los encapachados de blanco que se asemejan a duendecillos cubiertos por gigantescas sábanas, reclaman borrón y cuenta nueva, pero no en rojo sino en verde y con muchos verdes; y las brujas, más modestas, se conforman con que las cosas continúen iguales para seguir haciendo de las suyas, pues, con el pueblo en la olla, son las únicas con trabajo garantizado leyendo las cartas, adivinando el número de la suerte y regresando al ser amado.
Como quien dice, todos a una como en fuente ovejuna, endulzando la vida y sacándole pelos a las calaveras que en la noche del 31 de Octubre o antes, si el comercio así lo demanda, son el logotipo de una fiesta ajena que llegó para quedarse y para hacernos vivir a unos un mundo de ficción y diversión y, a otros, un mundo de horror que lamentablemente ya es superado por su realidad.
Entre santos, brujas y espantos, cada colombiano con fe de carbonero y con la esperanza en un mejor mañana, saldrá a recibir los dulces que el destino le quiera regalar, así al día siguiente se percate de que todo fue un sueño multicolor y se amarre a la ilusión de que en otra fiesta y en otro 31, el de Diciembre, por ejemplo, será la vencida…
Que alegría invadiría a esta sufrida, encorvada y bicentenaria nación, si ´´ Halloween ´´ le trae la tan anhelada paz, que es el pilar sobre el cual se puede construir el futuro que merece…