LOS ANGELES — Con su confesión televisiva de los últimos dos días, Lance Armstrong ha parecido darle la razón a quienes le calificaban de gran mentiroso, soberbio y manipulador, callando más de lo que dijo y actuando como el clásico chico que tira la piedra y esconde la mano.
Por casi tres horas, y como lo hizo en los tiempos en que comandaba el pelotón ciclista por las carreteras del Tour de Francia, Armstrong mantuvo en vilo a millones de personas en todo el mundo, y sólo mostró un poco de emoción cuando habló de su familia y su ruptura con la fundación Livestrong.
Genio y figura hasta la sepultura, el exciclista tejano impuso sus condiciones para su harakiri público, escogiendo a su interlocutora, la popular presentadora Oprah Winfrey, en cuyo diván de las confesiones se han sentado otros ídolos caídos como Marion Jones, la exreina de las pistas que fue a prisión por perjurio en el uso de dopaje.
En la primera entrega salió al aire el jueves, el texano de 41 años admitió por primera vez que una serie de sustancias dopantes le ayudó a ganar el récord de siete títulos del Tour de Francia (1999-2005).
Tras años de negaciones agresivas, incluyendo ataques virulentos contra quienes le cuestionaron, la imagen de Armstrong colapsó el año pasado, cuando fue despojado de sus títulos del Tour y suspendido de por vida por la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA, por sus siglas en inglés).
Privado de sus títulos del Tour francés y la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Sídney-2000, el estadounidense comparó su suspensión de por vida del deporte de competición a una “sentencia de muerte”, la que dijo, “no estoy seguro de merecer”.
Según Armstrong, no se ha sido justo con él. Luego de pasarse casi 15 años negando todo tipo de acusación de dopaje y ganando demandas por difamación en los tribunales, el tejano se queja ahora de trato injusto.
Once de sus excompañeros en el equipo US Postal, varios de ellos controlado positivo en exámenes de drogas, accedieron a decir toda la verdad a la USADA a cambio de cambio de castigos menos severos. “Así que yo recibí la pena de muerte y ellos recibieron … seis meses”, dijo Armstrong. “No estoy diciendo que es injusto, necesariamente, pero estoy diciendo que es diferente”.
————– Lo que no dijo ————–
En la entrevista, calificada por muchos como un ejercicio de publicidad y de control de daños futuros, Armstrong evitó respuestas directas a las preguntas que realmente preocupan a los organismos de lucha contra el dopaje.
El jefe de la USADA, Travis Tygart, calificó el programa de dopaje de Armstrong en el equipo US Postal como el “más sofisticado, profesionalizado y exitoso en la historia del deporte”.
Armstrong no reveló detalles de cómo se instrumentó ese programa y quienes le ayudaban a llevarlo a cabo.
A la la pregunta directa de Winfrey cómo surgió el programa antidopaje, el norteamericano respondió evasivamente “necesitaríamos mucho tiempo”, y pasó a hablar de otro tema, reconociendo la existencia del “Motoman”, el hombre de la moto encargado de llevar en cada ciudad la droga EPO durante el Tour de Francia de 1999.
“No me siento cómodo
con la idea de hablar sobre los demás”, añadió, y acto seguido pasó a defender al médico italiano Michele Ferrari, el llamado cerebro en el plan de dopaje. “Hay gente que no debe ser demonizada en esta historia. Ferrari es un buen hombre”.
Cuestionado sobre si le había hablado a los médicos de todas las drogas que había consumido antes del tratamiento para el cáncer en 1996 en un hospital de Indianápolis, se limitó a responder: “Yo paso en este asunto”.
También evitó decir si estaría dispuesto a hablar con la USADA, bajo juramento, para conseguir una reducción de su castigo y regresar a las competiciones.
En las poco más de dos horas de entrevista, Armstrong aportó mucha paja y poco trigo, y la única conclusión es que su historia de sobreviviente de cáncer a ser un siete veces ganador de la carrera más prestigiosa del mundo era una “gran mentira”, como él mismo la calificó.