–El Presidente Juan Manuel Santos rindió un homenaje al Presidente Alfonso López Michelsen en el centenario de su natalicio, durante un acto que se celebró este martes en la Universidad Externado en Bogotá. El Mandatario resaltó su liderazgo y el gran aporte social, económico y político al país.
“Porque la verdadera paz, la que realmente dura, no se construye sobre la humillación del adversario, sino sobre la concepción de un futuro de convivencia”, expresó el Presidente Santos.
Al recordar que López Michelsen se propuso luchar contra las desigualdades, el Mandatario proclamó lo que llamó un propósito del alma: “Vamos a seguir luchando por cerrar la brecha. Vamos a seguir trabajando por las libertades. Vamos a seguir avanzando hacia la paz”.
Así mismo, recordó al Presidente López en las facetas de amigo, intelectual, político y pacifista que trabajó por la paz con absoluta generosidad, que defendió la aplicación y vigencia del Derecho Internacional Humanitario y luchó a favor de los secuestrados.
También exaltó al Presidente López Michelsen como gobernante y como el colombiano que se propuso avanzar en cerrar la brecha de la desigualdad, quien además activó la explotación petrolera dentro del territorio nacional, manejó con prudencia la bonanza cafetera y puso coto a la deuda externa cuando el resto de la región se endeudaba sin medida.
También se refirió al López Michelsen constitucionalista y al maestro de generaciones que “puso su impronta en la reforma constitucional de 1968 y orientó desde afuera las deliberaciones de la Constituyente que dio a luz” a la actual Carta Política.
El siguiente es la transcripción integral del discurso del presidente Santos:
A Alfonso López siempre le dije “Presidente”.
En efecto, la primera vez que lo vi —en Londres— ya era mandatario electo de nuestro país, posición que había ganado después de una intensa campaña electoral y de una fulgurante carrera política de poco más de tres lustros, pues el Presidente López —como bien se sabe— entró a la vida pública cumplidos ya sus 45 años.
Cuentan que su padre, el recordado y admirado Presidente López Pumarejo, decía con frecuencia de su hijo mayor: “A Alfonso no le gusta la política, sino los negocios”.
Cómo se habrá asombrado —pienso yo— el Presidente de la “revolución en marcha” —desde el cielo de los liberales— al ver a su hijo liderar la disidencia de su partido que se opuso a la alternación del Frente Nacional, y verlo ganar luego, dentro del mismo partido, la Presidencia de la República.
¡A quién le cabe duda hoy de que Alfonso López Michelsen era mucho más que un empresario, mucho más que un jurista y mucho más que un político!
Alfonso López fue, ante todo, un estadista.
Alfonso López fue un hombre de ideas que —como hizo carrera la frase— ponía a pensar al país cada vez que hablaba o escribía.
Cuando lo conocí, el 20 de julio de 1974, me impactó su estilo elegante y al tiempo descomplicado, su personalidad amable y a la vez distante, su profunda cultura y sus modales de lord inglés, su inmensa capacidad dialéctica y la amplitud de su mirada sobre el país.
Y ahí comencé a entenderle su pragmatismo.
A la sazón yo ocupaba el segundo cargo en la delegación de Colombia ante la Organización Internacional del Café, y me llamó don Arturo Gómez Jaramillo, gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, para pedirme que me pusiera a disposición del doctor López.
Así lo hice, a sabiendas de que el nuevo Presidente había pedido no ser importunado y quería pasar un tiempo de descanso en la ciudad, sin actos protocolarios ni sociales.
Lo llamé y —cuál sería mi sorpresa— me dijo “invíteme a almorzar mañana”, e incluso me indicó el restaurante: el Mirabelle en Curzon Street.
Fue así como al otro día se cumplió la cita, a la que también llevé a Hernán Uribe, hijo del recordado líder cafetero don Pedro Uribe.
Nos quedamos hablando como unas cinco horas, de lo divino y lo humano, y recuerdo que en un momento dado el Presidente López soltó una opinión en el sentido de que Churchill debió haber pactado con Hitler para el bien de Inglaterra.
Yo me sorprendí mucho con su afirmación y él, mirándome desde el fondo de sus ojos azules, me respondió: “Cuando jóvenes somos todos idealistas, y los años nos van volviendo realistas y pragmáticos”.
¡Cuánta razón tenía! Y cómo compartimos hoy esa convicción. Aunque la vida me ha enseñado que el mejor pragmatismo es el que sirve para avanzar en el camino de los ideales.
Algunos meses después, el Presidente se trajo a Colombia a mi jefe inmediato, el doctor Juan Camilo Restrepo, para que lo acompañara como asesor de la Junta Monetaria, y don Arturo Gómez propuso que yo lo remplazara al frente de la delegación, una posición muy importante que ya habían ocupado personajes de la talla de Alfonso Palacio Rudas y Jaime García Parra.
Yo tenía escasos 23 años y se armó una discusión en el seno del Comité Nacional de Cafeteros, donde había prohombres del café como Hernán Jaramillo y Leonidas Londoño, sobre si estaba o no preparado para semejante tarea. Pero don Arturo insistía.
Cuando el Presidente López se enteró, me llamó a Londres: “¿Usted se siente capaz?, me preguntó a rajatabla. “Por supuesto”, le contesté. “Entonces considérese nombrado”, me dijo. Y fue así como le debo a él mi primer nombramiento en un cargo de primer nivel.
López Michelsen siempre creyó en los jóvenes y en su capacidad para asumir cargos de responsabilidad, como lo demostró conmigo, y también creyó en las mujeres —en tiempos en que no existía la ley de cuotas— y fue un Presidente que gobernó rodeado por ellas en altos cargos del gobierno.
¡Y no sólo en el gobierno! Toda su vida vivió rodeado de mujeres, bonitas o inteligentes —y, las más de las veces, bonitas e inteligentes—, y digo “rodeado” en el mejor sentido de la palabra,
López, como todos saben, era uno de los colombianos mejor informados en los temas de política pero también en las minucias de la vida social.
Un día le pregunté cómo lo hacía y me dio la fórmula: “Uno las llama y se queda callado por unos segundos. Entonces ellas se ponen nerviosas y comienzan a contar de todo”.
Recuerdo también con mucho afecto un día de clásica niebla londinense cuando lo acompañé a la colocación de una placa conmemorativa en la casa 33 de la calle que considero la más linda de todo Londres —Wilton Crescent—, conmemorando que allá había vivido su padre, quien además murió en la capital inglesa.
Tengo ese momento muy presente porque fue una de las pocas veces en que lo vi con los ojos aguados.
De manera que, como muchos de los presentes, puedo decir con orgullo que fui buen amigo del Presidente López —como lo soy de sus hijos, en especial de Felipe— y que, más que eso, me precio de haberlo contado como mi guía y consejero en muchos momentos de mi vida.
Él me dio buenas luces para escribir muchos de mis editoriales en El Tiempo, e incluso me ayudó a escribir uno histórico en el que, aprovechando la ausencia de mi tío y de mi padre —porque si hubieran estado no me hubieran dejado— defendí la séptima papeleta para convocar la Asamblea Constituyente.
Este editorial fue escrito a tres manos por el expresidente López, por el “Cofrade” Palacio Rudas y por este servidor, y digo que fue “histórico” porque Rafael Pardo cuenta que ese editorial fue determinante para que el Presidente Barco se decidiera a avalar el procedimiento de la séptima papeleta.
Y valga aclarar que el Presidente López me ayudó a pesar de que tenía sus reservas sobre la convocatoria de una Asamblea Constituyente, reservas que luego confirmó cuando la Corte Suprema le concedió atribuciones ilimitadas.
Y hablando de la Asamblea, recuerdo que en la campaña para elegir a Carlos Fernando Giraldo como constituyente liberal por el departamento de Caldas, Víctor Renán Barco nos invitó al expresidente López, a Rodolfo González, a Rodrigo Garavito y el suscrito a una manifestación en La Dorada, su fortín político.
La plaza hervía de calor y de gente, y era una sola mancha roja, y fue allí, en La Dorada, donde me tocó dar mi primer discurso de plaza pública, luego de la intervención de López.
Él dijo, con su chispa de siempre, que hacía 40 años un Santos y un López no hablaban desde la misma tribuna. Y era cierto.
Luego de esa manifestación nos fuimos para una especie de discoteca. Había una jovencita muy linda a la que saqué a bailar y, cuando me estaba entusiasmando, el expresidente me mandó a llamar y me dijo susurrando, con esa sonrisa socarrona y su mirada pícara: “Mucho cuidado, que esa es la novia de Víctor Renán”.
Por todo esto; por esta mezcla de recuerdos políticos y humanos, y por haber sido testigo de su positiva influencia durante medio siglo de vida pública en el país, me siento hoy muy emocionado y muy feliz al hacer parte de este homenaje.
Quiero saludar con cariño a doña Cecilia, quien es una de las primeras damas más recordadas y queridas de nuestra historia; a sus hijos, a sus nietas, a sus bisnietos, y a todos los “lopistas” que hoy se congregan aquí, no necesariamente en su significación política, sino por su aprecio y admiración al Presidente López Michelsen.
Hablar del Presidente López bien puede ser un cuento de nunca acabar. Son tantas sus facetas humanas; tan variadas sus actividades, sus obras y sus intereses, que cada una daría para una tesis.
López, el constitucionalista, maestro de generaciones, puso su impronta en la reforma constitucional de 1968 y orientó con su opinión —desde fuera— las deliberaciones de la Constituyente que dio a luz nuestra actual Carta.
López, el rebelde: el hombre de avanzada que tuvo la audacia de fundar y liderar el Movimiento Revolucionario Liberal en contra de las tradicionales mayorías políticas; el liberal de tiempo completo que reformó el Código Civil para asegurar la igualdad legal de la mujer, que hizo posible el matrimonio civil y su divorcio en una sociedad que aún se escandalizaba con el tema.
López, el pragmático: con él hablábamos mucho sobre la diferencia ente la escuela realista y la idealista en la diplomacia y la política, como ya habíamos anticipado en nuestra primera conversación en Londres.
Discutíamos, por ejemplo lo que sucedió en el Congreso de Viena, después de las guerras napoleónicas, cuando el diseño pragmático del Príncipe de Metternich y de Lord Castlereagh —el de la famosa frase “los derechos marítimos de Gran Bretaña no son negociables”— garantizó la paz en Europa por 100 años.
Otra cosa fue el Tratado de Versalles, luego de la Primera Guerra Mundial, en el que los idealistas impusieron tan humillantes condiciones a los vencidos que la paz resultó frágil y duró muy poco.
Porque la verdadera paz, la que realmente dura, no se construye sobre la humillación del adversario, sino sobre la concepción de un futuro de convivencia.
A la escuela realista pertenecía Kissinger, por ejemplo; a la idealista, Woodrow Wilson.
La diferencia se puede resumir en que los realistas asumen los problemas del mundo de acuerdo a como el mundo es, en tanto los idealistas lo hacen de acuerdo a como quisieran que fuera.
Tal vez fue con ese pragmatismo que el Presidente López aceptó a ir a Panamá a hablar con el Cartel de Medellín para escuchar sus propuestas de sometimiento a la justicia y transmitirlas al gobierno.
Entonces yo era subdirector de El Tiempo y me enteré de la reunión porque me lo contó mi hermano Enrique. Al comienzo, no podía creerlo, porque acababa de suceder el asesinato del Ministro Lara Bonilla, y la indignación del país era tremenda.
“Voy a publicar la noticia”, le dije a Enrique. “¡No puede!”, repuso. “A mí me lo contaron en secreto”.
Entonces se me salió mi idealismo y le dije: “Lo voy a publicar pero entiendo que hay que mantener la reserva de la fuente, luego sólo lo haré si lo puedo confirmar”.
Llamé al Presidente López y le dije que iba a publicar lo de su reunión en el Hilton de Panamá con el Cartel de Medellín. López se quedó callado varios segundos, que a mí me parecieron horas, y entonces replicó con su parsimonia inglesa: “No fue en el Hilton. Fue en el Marriott”.
Ya ustedes conocen lo que sucedió después.
Años más tarde García Márquez fue a mi casa y lo primero que hizo al entrar fue preguntarme si había reflexionado sobre la sangre que se habría ahorrado el país si no hubiese publicado esa noticia.
¿Por qué esa pregunta tan dura?, le dije asombrado. “Es que ahora mismo vamos a negociar con esa gente para lograr la liberación de la hermana de Germán Montoya”, me explicó.
Yo le dije que pensaba que había hecho lo correcto pues no se podía confiar en la buena fe de esa gente, y le aseguré, además, que no diría nada sobre las negociaciones que iban a emprender.
Una semana más tarde, trágicamente, los narcotraficantes mataron a doña Marina Montoya.
Hoy sigo pensando que hice lo correcto; que hay que ser pragmáticos —es cierto— pero sin incurrir en exceso de pragmatismo, porque todo exceso es perjudicial.
En el caso del narcotráfico, era claro que ese negocio, con sus ramificaciones criminales, iba a continuar, así en su momento hubieran ofrecido acabar con el negocio.
Por eso hoy, décadas después, el hemisferio y el mundo estamos analizando con objetividad los resultados de la llamada guerra contra las drogas y las alternativas que existen para ser más efectivos —realmente efectivos— en combatir este flagelo.
También recordamos a López, el gobernante: el que se propuso avanzar en “cerrar la brecha” de desigualdad —algo que hoy seguimos haciendo con absoluta convicción—, el que reactivó la explotación petrolera, el que manejó con prudencia la bonanza cafetera y puso coto a la deuda externa cuando el resto de la región se endeudaba sin medida.
Y a López, el amigo. Tenía —como ya dije— más amigas que amigos, y uno de los más íntimos, Fernando Londoño Henao, se nos fue hace pocos días.
También pienso en Álvaro Escallón Villa, en Carlos Pérez Norzagaray, en Julio Mario Santo Domingo o en mi propio padre, a quien puedo incluir en esa lista aunque nunca fue tan cercano como los anteriores.
Mi padre me contaba que habían compartido casa en Cartagena cuando estaban recién nacidos sus hijos mayores, Alfonso y Enrique, aunque después se distanciaron a raíz de la creación del MRL.
Y aquí hay otra historia que vale la pena contar. Cuando el Presidente Lleras Restrepo le ofreció a López, después de haber sido gobernador del Cesar, el ministerio de Relaciones Exteriores, esa era una noticia espectacular, pues confirmaba el fin del MRL y la unión liberal.
El expresidente Eduardo Santos, sin embargo, en ese ejercicio de vanidad o de soberbia —diría yo— que tienen algunos exmandatarios —y ruego todos los días a Dios que me proteja de caer en esas veleidades del espíritu—, se enfureció con ese nombramiento porque Lleras, de quien era su mentor, no le había consultado.
Fue tal su furia que dio la orden a El Tiempo de no publicar la noticia. Mi padre, que nunca quiso rendir pleitesía a su tío y no se dejaba manipular como periodista, decidió publicarla —¡era una súper noticia!— y eso acabó de dañar una relación que no había sido propiamente fluida, lo que después se reflejó en el testamento del Presidente Santos.
Fue así como mi padre perdió las acciones de El Tiempo que le habrían correspondido pero recuperó la amistad con López, una amistad que mantuvo hasta el fin de su vida. Me parece que hizo un buen negocio… así yo a la postre resultara damnificado.
Hay que resaltar también a López, el internacionalista: el que, como Canciller, cambió el polo del país desde el norte hacia nuestros vecinos; el que reanudó relaciones con Cuba y fue pieza fundamental en la devolución del Canal de Panamá a los panameños; el conocedor a profundidad de nuestros litigios con Venezuela y Nicaragua.
¡Cuánta falta nos hacen hoy su sensatez, sus conocimientos y sus aportes!
Y López, el pacifista: el hombre solidario que trabajó por la paz siempre que pudo con absoluta generosidad; el que defendió la aplicación y vigencia del Derecho Internacional Humanitario en nuestro conflicto armado; el que luchó hasta el último día por los secuestrados, al lado de sus familias; el que a sus 94 años —6 días antes de morir— se puso una camiseta blanca y tuvo fuerzas y ánimos para participar en la marcha del país por la libertad.
O, finalmente, López, “el pollo”: el orgulloso nieto de Rosario Pumarejo Cotes; el creador del Cesar y su primer gobernador; el cofundador del Festival Vallenato; el infatigable conversador e inmejorable amigo, que decía —según contaba Escalona— que “con los acordeones y cantando vamos a lograr la paz del país”.
¡Ojalá sea así! Y ojalá más pronto que tarde escuchemos en nuestros pueblos —como él soñaba— solo acordeones, solo música, solo alegría, y nunca más el dolor y el llanto de 50 años de conflicto.
¡Para eso trabajamos! Y estoy seguro, podría jurarlo, que el Presidente López Michelsen —como la inmensa mayoría del país, como tantos que nos lo han manifestado en el mundo— estaría al lado nuestro, apoyando, impulsando este esfuerzo de paz que estamos haciendo.
Al recordarlo hoy, al hacer esta breve pero sentida semblanza, nos damos cuenta de la trascendencia que tuvieron su vida, su palabra y su obra, que lo convirtieron en uno de los líderes que ejerció mayor impacto e influencia en nuestro país en la segunda mitad del siglo pasado.
Parece increíble que haya partido hace ya más de seis años. Tan cerca y tan presente lo sentimos.
Recuerdo la última vez que lo vi, el día de su último cumpleaños, el 30 de junio del 2007.
Él estaba en Anapoima y no quería ver a nadie. Se acababa de publicar una interesante biografía suya, escrita por Stephen Randall, y Felipe le dijo a María Luisa Mesa que fuera y le hiciera compañía, y entonces López le dijo a ella que me quería ver.
Yo también estaba en Anapoima y acudí de inmediato. Lo encontré en la cama, en su cuarto, y me senté a su lado.
Nos pusimos a charlar y María Luisa se retiró discretamente. Hablamos de varios temas, como siempre —por entonces yo era Ministro de Defensa—, pero recuerdo vívidamente lo que me dijo al final:
“Juan Manuel: lo que le recomiendo es que siempre siga los dictámenes de su conciencia y de su corazón, que a veces coinciden pero a veces no. Cuando no coincidan, encuentre y fije usted mismo el término medio”.
López murió 11 días después…
¡Cuánto nos inspira todavía!
Él le dijo a su nieta María, en una entrevista que ella le hizo:
“Yo quisiera que se me recordara como un servidor público que intentó mejorar la condición de los colombianos y que concibió durante su mandato cerrar la brecha entre los ricos y los pobres”.
¡Así lo recordamos, Presidente López!
Por eso hoy, como homenaje a su memoria, en esta universidad de estirpe liberal como la suya —y como la mía—; ante su querida familia, sus amigos y su partido, quiero proclamar, como Presidente de Colombia, un propósito del alma:
Vamos a seguir luchando por cerrar la brecha. Vamos a seguir trabajando por las libertades. Vamos a seguir avanzando hacia la paz.
Eso —y nada más— quisiera él. Eso es lo que nos piden los colombianos. ¡Eso es lo que vamos a hacer!
Muchas gracias”.
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