Por Mauricio Botero Caicedo
En la hermana República de Venezuela la izquierda, con aquel ‘bobote’ de Nicolás Maduro en el timonel, se encuentra atrapada en su propia incompetencia. Para disfrazar la catástrofe económica y social por la que atraviesa el país, el chavismo busca echarle la culpa de todo lo que no funcione a alguien, o a algo. Antaño era relativamente fácil señalar que la culpa la tenía ‘imperialismo’ en general, y al ‘imperialismo yanqui’ en particular, pero esta desgastada y aburrida estrategia ya no tiene el efecto que tuvo en el pasado. Bastante más de moda está el echarle la culpa a un enemigo invisible, inodoro, e incoloro como es el ‘sabotaje’.
Enfrentado a un nivel de desaprobación del 67%; y más de 11 meses ininterrumpidos de agua escasez de alimentos y desabastecimiento general, a Maduro no se le ocurre nada diferente que el culpable directo de todo los males no es el ‘modelo’, sino los ‘saboteadores’. Es más, Venezuela cuenta desde el fin de semana con una nueva herramienta para ‘luchar’ contra la ‘guerra económica y alimentaria’ que, según la literatura oficialista, resquebraja el sueño revolucionario de Hugo Chávez. Un número de teléfono para recibir denuncias: 0800-SABOTAJE.
El ‘sabotaje’ es culpable varios otros cr[imenes, aparte del desabastecimiento: Maduro lo señala para justificar el origen de la explosión hace un año en la refinería de Amuay que costo la vida de 47 personas. Según el ‘bobote’ y sus áulicos, la explosión fue debido a la misteriosa desaparición de unos pernos. Igualmente el chavismo señala que las sistemáticas fallas en el suministro de electricidad, incluyendo el incidente que dejo al 70 por ciento del país sin luz hace unas semanas, es culpa de los saboteo.
La política de señalar a los ‘saboteadores’ como los responsables de todos los males que aquejan a Venezuela tiene tanto de largo como de ancho y si no se quiere que se vuelva un ‘bumerang’, hay que manejarlo con cuidado. En primer lugar el chavismo tiene que asegurarse que el ‘saboteador’ sea tan anónimo como etéreo. El día en que un ‘saboteador’ de carne y hueso aparezca se derrumba la farsa ya que habrá tantos ‘huecos’ en cualquier versión que llegue a suministrar, que le será a los chavistas imposible mantener la caña.
En segundo lugar, este tipo de artimañas por definición tiene los días contados. Como bien lo señalaba el presidente estadounidense Abraham Lincoln, “Se puede engañar a todo el mundo parte del tiempo; se puede igualmente engañar todo el tiempo a parte del mundo; más lo que es imposible es pretender engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
El fin de Maduro se acerca. Aquel antiguo chófer de bus ha demostrado que su intelecto está muy por debajo de su nivel de educación, ya de por si casi inexistente. Sus idioteces públicas, entre ellas la referencia a los ‘millones y las millonas’; la tan cacareada ‘multiplicación de los penes’; y sus continuos diálogos con ‘pajaritos dejan entrever que el futuro de el pobre hombre no es nada promisorio.
Lo que es un misterio para este columnista es como no se dan cuenta los venezolanos pensantes (que entre otras son muchos) que los cimientos de todos los males que enfrenta la Venezuela de hoy se deben precisamente a este estúpido embeleco denominado ‘Socialismo del Siglo XXI’. La explosión en la refinería es causa de haber puesto a PVDSA a adelantar funciones para las cuales no estaba preparada, como los ‘mercados populares’; los ‘apagones’ son el resultado de la falta de mantenimiento en un país en que todo recurso económico se va en comprar respaldo nacional e internacionalmente; la aguda escasez de alimentos y otros productos como el ‘papel higiénico’ se debe a las nacionalizaciones de las empresas industriales y agropecuarias, a los controles de precio, y a la insensata política cambiaria. En resumen, la práctica totalidad de los problemas que enfrenta Venezuela es el resultado de poner en práctica un modelo económico y social que nunca no tiene ni puede tener éxito. El intentar tapar el fracaso del modelo socialista en base a supuestos ‘saboteadores’ no pasa de ser una ‘cortina de humo’ que en un lapso breve el mismo viento va a disipar.