Carlos Fradique-Méndez
Abogado de Familia y para la Familia
Parece como si la guerra, en todas sus manifestaciones, fuera de la esencia del ser humano. La guerra genera odios y venganzas y tras sucesivas guerras de odios y venganzas los humanos destruiremos el mundo. La guerra, lucha, contienda, hostilidad y todos los demás sinónimos, comienza cuando el ser humano pelea consigo mismo y siente que gana la batalla cuando se suicida. Hay suicidios a corto y largo plazo. A esta guerra consigo mismo le siguen la guerra con el familiar, con el vecino, con la comuna, con el país y con los demás países. Por un grito o una canción de amor en voz alta de un equipo de sonido, por una camiseta, por una caricia a otro, por una deuda, por una mirada excluyente, por reclamar un derecho evidente, por no entregar un recado, por emular a un sicario, por sentirse discriminado, por necesidad enfermiza, por hacer la tarea que infame nos dejan los mayores, una persona se puede tornar en asesino.
El lenguaje guerrero de los mayores, nos crea palabras guerreras y nos impulsa a cometer actos guerreros. Es la realidad humana que nos ha demostrado desde siglos lo que hoy llaman neurolingüística. Ninguna guerra puede ser civilizada. A un guerrero no le puede juzgar en condiciones semejantes a las de un civilizado. Se afirma que en la primera familia que pobló la tierra hubo guerras y asesinato. Sobrevivió el asesino y para garantizar la subsistencia de la especie se debió cometer incesto. De allí viene toda la humanidad. Esa herencia estará presenta hasta en la última familia que habite la tierra. Si hacemos pactos de paz en la familia, los pactos entre los jefes de combatientes pueden ser eficaces y con tan solo garantizar que se minimizará la guerra en todas sus formas, se podría entender que se dará la verdadera reparación que necesita la humanidad. Que los pactos de paz no sean treguas para encontrar a pocos días nuevos motivos para comenzar nuevas guerras. Que sean acuerdos, pactos honrados, con cambios sustanciales en las circunstancias en las vivimos los aparentes racionales, para garantizar la dignidad humana que es necesaria para una sana convivencia.
La cárcel y la prisión generalmente no rehabilitan y en cambio si hacen más oneroso para la sociedad el daño causado por el delito. La pérdida de la libertad, que sea verdadero reproche social, debe reservarse para los daños a la vida, entendida en su más amplia acepción. Los daños a la propiedad se podrían reparar con el pago de por lo menos el doble del valor del bien lesionado.
Ahora recuerdo una de las estrofas de la bella canción del poeta pacifista, para algunos antibélico, Bob Dylan nacido en Minnesota: “¿Cuántas muertes más / habrán de tomarse / para que se sepa que ya/ son demasiadas?” (1.963)
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