Opinión

LA PROSTITUCIÓN DE LA PAZ

Andres Burgos por: Andres Burgos
A un año de haberse iniciado el proceso de paz, Juan Manuel Santos lanza en alocución presidencial su candidatura para el próximo periodo presidencial porque como dice hay que terminar la tarea. Al respecto habría que decir que la paz no se puede supeditar a un nombre y que si bien fue él quien inició el proceso, para que este se lleve a buen término no es obligatoria su continuidad. De hecho, sería bien refrescante para los diálogos un nuevo presidente más cercano a lo social y alejado del nefasto modelo neoliberal que comparte tanto el presidente como su oposición, que en realidad no es tan opuesta. Un nuevo presidente que realmente comprenda la dimensión del perdón, de la reparación de las víctimas, del drama humano detrás de la guerra; quizás un candidato de la tercería que se salvara de milagro del juego sucio que le espera.

Tristemente la posibilidad de que un tercer candidato llegue a la presidencia es ínfima porque el debate político que se avecina tendrá por centro una paz prostituida de la que las dos principales campañas sacarán provecho. Para unos, será su principal carta porque nos harán pensar a los que anhelamos la paz que no la alcanzaremos sin Juan Manuel Santos, que cada vez tendrá mayores ínfulas caudillistas; y para otros, sus opositores en el terreno de la reconciliación, será la promoción de una impunidad bárbara que incluye estatus político para los jefes de las FARC y condenas irrisorias. Así las cosas, en este país polarizado no habrá espacio para una tercería y en un panorama pesimista pero muy factible, nos veremos abocados a votar en la segunda vuelta o bien por Juan Manuel Santos y su paz redentora o por Óscar Iván Zuluaga que prometerá una ofensiva bélica contra los terroristas, con ideas prestadas de su mentor y mesías.
Y en el plano de la especulación yo no sabría a quién elegir entre esos dos porque no veo la vida en blanco y negro. Quiero la paz negociada de Juan Manuel Santos pero recuerdo que fue el ministro de defensa del anterior gobierno y que con la misma vehemencia con la que hoy habla del perdón, años atrás se oponía a cualquier tipo de diálogo con la guerrilla. Quiero la paz pero no entiendo por qué está en manos de quien, como ministro de defensa, emprendió la más cruenta cacería de guerrilleros, a los que ahora quiere desmovilizar porque tarde comprendió – o finge comprender- que muchos de ellos son niños reclutados a la fuerza y mujeres violadas en la cotidianidad de la selva. Quiero la paz pero no olvido a los más de 1200 civiles asesinados a sangre fría por parte del Ejército bajo su ministerio, que luego fueron disfrazados de guerrilleros y pasaron a engrosar las estadísticas de seguridad del gobierno Uribe. Quiero una paz sin Juan Manuel Santos.
Y ni hablar del candidato de la guerra. No podemos permitir que un conflicto de sesenta años se perpetúe mientras colombianos mueren. Esos que justifican la intervención militar no comprenden –o fingen no comprender- que la guerra es trauma y muerte. Se satisfacen con las ofensivas de las Fuerzas Militares y las muchas bajas que exhiben como medallas aunque en un gran porcentaje, esos guerrilleros muertos sean niños reclutados a la fuerza y mujeres violadas. Me duele la muerte de esos guerrilleros pero también me duele la muerte de los soldados que a falta de oportunidades y educación aprenden a matar. Es indignante para la sociedad colombiana y para las víctimas que un candidato a la presidencia no pondere la dimensión humana del conflicto y haga de la guerra un negocio y un trampolín.
Habrá que ser optimistas y esperar las consultas de la Alianza Verde. Quizás de ahí salga un candidato sensato que vea en el proceso de paz la oportunidad que Colombia se merece. Quizás logre convencer a muchos colombianos sensatos antes de que la megalomanía y el juego sucio de sus contendientes lo derroten, como suele pasar en este país polarizado en el que todo es blanco o negro y los matices no le sirven ni a unos ni a otros.

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