Un hombre de la ciudad búlgara de Lovech que no podía pagar la hipoteca de su casa, gastó lo último que le quedaba en demolerla antes de que las entidades bancarias se la quitaran a él y su familia.
La familia atravesaba una complicada situación financiera y tras pedir clemencia al banco, les respondieron que no podían hacer excepciones y que tenían una semana para vaciar la residencia.
El terreno donde fue construida la vivienda no estaba incluido en la hipoteca, por lo que la familia prefirió destruir la casa y entregarla así a la entidad financiera.
Los restos de la construcción fueron llevados en un camión hasta la oficina del banco ubicado en la ciudad de Teteven, donde se firmó el contrato de la hipoteca.