Por Mauricio Botero Caicedo
En algunos temas, principalmente relacionadas con su pasado y el amor injustificado que le profesaba al finado Chávez, no comulgo del todo con don José Mujica, el presidente de Uruguay. Pero don José indiscutiblemente es todo un carácter: simpático en extremo, bebedor empedernido, ciertamente deslenguado, y sin vacilar bastante mamertongo, es el uruguayo una de esas personas con las cuáles a uno le encantaría departir toda la noche en un bar con varias botellas de ron entre pecho y espalda. Me encanta de don José varios temas: su irreverencia acerca de la petulancia de los Kirchner en la vecina Argentina; su insistencia en desplazarse en un hermoso ‘Volkswagen escarabajo’ que mantiene hace 40 años; su respeto a los dineros de los contribuyentes bajándose el mismo el sueldo de presidente; su insistencia en viajar es en aerolíneas comerciales en clase ‘turista’, sin hacerse acompañar en cada viaje a una recua de lagartos y sabandijas; y sobretodo su actitud franca y corajuda frente a la legalización de la marihuana.
En este articulo quisiera reproducir varios apartes del magnifico escrito de Mario Vargas Llosa sobre este tema, escrito originalmente publicado en el diario ‘El País’ de España hace unos pocos días.
“Ha hecho bien ‘The Economist’ en declarar a Uruguay el país del año y en calificar de admirables las dos reformas liberales más radicales tomadas en 2013 por el Gobierno del presidente José Mujica: la legalización y regulación de la producción, la venta y el consumo de la marihuana.
Es extraordinario que ambas medidas, inspiradas en la cultura de la libertad, hayan sido adoptadas por el Gobierno de un movimiento que en su origen no creía en la democracia sino en la revolución marxista leninista y el modelo cubano de autoritarismo vertical y de partido único. Desde que subió al poder, el presidente José Mujica, que en su juventud fue guerrillero tupamaro, asaltó bancos y pasó muchos años en la cárcel, donde fue torturado durante la dictadura militar, ha respetado escrupulosamente las instituciones democráticas —la libertad de prensa, la independencia de poderes, la coexistencia de partidos políticos y las elecciones libres— así como la economía de mercado, la propiedad privada y alentado la inversión extranjera.
La represión no ha funcionado, y el narcotráfico es hoy el factor principal de la corrupción en América Latina. Respecto a las drogas prevalece todavía en el mundo la idea de que la represión es la mejor manera de enfrentar el problema, pese a que la experiencia ha demostrado hasta el cansancio que no obstante la enormidad de recursos y esfuerzos que se han invertido en reprimirlas, su fabricación y consumo siguen aumentando por doquier, engordando a las mafias y la criminalidad asociada al narcotráfico. Este es en nuestros días el principal factor de la corrupción que amenaza a las nuevas y a las antiguas democracias y va cubriendo las ciudades de América Latina de pistoleros y cadáveres.
¿Será exitoso el audaz experimento uruguayo de legalizar la producción y el consumo de la marihuana? Lo sería mucho más, sin ninguna duda, si la medida no quedara confinada en un solo país (y no fuera tan estatista) sino comprendiera un acuerdo internacional del que participaran tanto los países productores como consumidores. Pero, aun así, la medida va a golpear a los traficantes y por lo tanto a la delincuencia derivada del consumo ilegal y demostrará a la larga que la legalización no aumenta notoriamente el consumo sino en un primer momento, aunque luego, desaparecido el tabú que suele prestigiar a la droga ante los jóvenes, tienda a reducirlo. Lo importante es que la legalización vaya acompañada de campañas educativas —como las que combaten el tabaco o explican los efectos dañinos del alcohol— y de rehabilitación, de modo que quienes fuman marihuana lo hagan con perfecta conciencia de lo que hacen, al igual que ocurre hoy día con quienes fuman tabaco o beben alcohol.
La libertad tiene sus riesgos y quienes creen en ella deben estar dispuestos a correrlos en todos los dominios, no sólo en el cultural, el religioso y el político. Así lo ha entendido el Gobierno uruguayo y hay que aplaudirlo por ello. Ojala otros aprendan la lección y sigan su ejemplo.”
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