Por: Andrey Porras
Las imágenes de Iván Márquez, Timochenko, Fabián Ramírez, Jorge 40 y Salvatore Mancuso, expuestas esta semana por el Representante a la Cámara, Álvaro Hernán Prada, sólo son un indicio mueco de lo que la oposición entiende por proceso de paz, eso sin dejar de pronunciarse como débil terapia de choque.
Las terapias de choque son una posibilidad interesante para crear conciencia impactante sobre algún tema de interés público, es más, pueden ser efectivas a la hora de transmitir, en muy poco tiempo y a velocidades alarmantes, un significado ante muchas personas de distintas condiciones existenciales.
Por ejemplo, dado el sonado aviso de la naturaleza sobre la escasez de agua, en Colombia, es una interesante terapia de choque el que cualquier empresa de acueducto exija entre sus usuarios consumir cierto porcentaje de metro cúbicos de agua, cortándole el servicio o duplicando su precio cuando éste sea excedido. Si no hay agua, esa medida es una terapia de choque efectiva, que ayudaría a la conservación del líquido más preciado del mundo.
Sin embargo, y casi porque el espíritu humano no tiene fondo, terapias de choque como la electro convulsiva, que aún desarrollan algunos psiquiatras, aunque legalmente esté reservada para pacientes en riesgo de vida y con tratamientos anteriores desafortunados, demuestran lo contrario: las terapias de choque no en todos los casos funcionan y sus consecuencias son letales para la conciencia de los pacientes (a propósito del tema, es muy recomendable la lectura de la obra de teatro “La muerte y la doncella”, escrita por el chileno Ariel Dorfman).
La polémica con respecto a estos métodos sigue estando abierta, pero lo que sí debe verificarse es la intención de quien aplica la terapia de choque: en el primer caso, la necesidad de regular la relación entre la naturaleza y el ser humano; en el segundo, la imperiosa lógica de establecer una relación de poder que termina en el sometimiento. Detrás de la terapia de choque está, siempre, la intención de quien la aplica.
Esa misma intención fue debatida, esta semana, gracias a lo ocurrido en la plenaria de la Cámara de Representantes, cuando el hombre de leyes, Álvaro Hernán Prada, colocó cerca de su escritorio las imágenes, en tamaño real, de Iván Márquez, Timochenko, Fabián Ramírez, Jorge 40 y Salvatore Mancuso. La terapia de choque propuesta puede resumirse a la frase “imagínese el día en que los tengamos en este recinto”, tergiversando todo lo que un proceso de paz significa, pero también, dejando muy claro el motivo que lo llevó a realizar tal acto irrisoriamente irreverente: el miedo.
El gran problema de algunos sectores democráticamente participativos, en Colombia, es el de no querer enfrentar al enemigo mirándolo a los ojos y creer que con señalamientos o estigmatizaciones se soluciona el problema: es mucho más fácil encerrarlos o asesinarlos que sentarlos a la mesa y conversar, venciendo el miedo que ello produce. La paz exige esa valentía, valentía que algunos sectores no quieren asumir.
Sin el rencor de la venganza, pues de ello se nutrió toda la política de seguridad nacional invocada por otros gobiernos, tener a los artífices de tantos males cerca para poder pedirles cuentas y afrontarlos con todo el peso de la ley, bajo el juicio de muchos colombianos que quieren la paz, es la mejor terapia de choque que debe enfrentar este país tan inundado de tragedias.
Los ojos firmes, la mirada fija reflejando el dolor, la palabra exigiendo respuestas y verdad, pero todo ello lejos del miedo… mejor…cerca de la valentía para poder afrontar lo más temible, pero con la seguridad de estar amparado por un proceso sumido en la legalidad, la reparación, la justicia.
Tal vez la intención del Representante Prada haya sido la de advertir peligros y, salvo el ridículo, no haya deseado obstaculizar, sin argumentos, el proceso de paz. Lo cierto es que los debates deben tener una profundidad más arraigada en las ideas que construyen la paz y no en los antiguos anquilosamientos que ya no dan respuesta.
@andreyporritas
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