Jaime Garzón: Un legado en medio de la impunidad
Y como un recordatorio de la mala suerte que traen los viernes 13, en agosto de 1999, a las 5:45 de la mañana, cinco disparos se llevaron para siempre al único periodista que se atrevió a encarar a los políticos con chistes; a llamar a Colombia “país de mierda” y a quedarse en Bogotá pese a las amenazas de muerte. Ese día cabalístico, se convertiría en el único que Jaime nos haría llorar.
Hoy, después de quince años sin Jaime, irónicamente sigue en la impunidad, el asesinato de un asiduo defensor de la justicia y uno de los pocos colombianos que le quedaban a Colombia. Porque como él bien lo decía “en Colombia no hay colombianos”, “los ricos se creen ingleses, la clase media se cree gringa y los pobres se creen mexicanos”.
La investigación de la muerte de Garzón, permaneció por más de una década totalmente estancada. “Históricamente se han perdido muchos años de investigación”, afirma el abogado defensor de la familia del humorista, Alirio Uribe.
Además de la lentitud del proceso, esta década y media ha estado manchada por la muerte: siete asesinatos han sido reportados alrededor del caso; todos, de testigos clave para esclarecer el asesinato:
El primero, fue el de Juan Simón Quintero Baena, detective del DAS identificado con la placa 1123, que llevó la investigación por el crimen. Baena siguió de cerca las declaraciones de Wilson Javier Llano Caballero, alias el ‘Profe’, quien se convirtió en testigo clave contra ‘Bochas’ y ‘Toño’, los supuestos sicarios que habrían disparado contra Jaime.
Luego, a solo seis meses del suceso, fue asesinado en la capital de Antioquia, alias ‘Yiyo’, integrante de la banda ‘la Terraza’ que habría cometido el crimen por orden del exjefe paramilitar Carlos Castaño. A esta muerte, se suma también la del narcotraficante Ángel Gaitán Mahecha, quien era cercano a Castaño y había entregado una comunicación telefónica entre el humorista y el exparamilitar en la que Garzón le pidió que suspendiera su ejecución.
Le siguió Alias el “Chulo”, un exguerrillero de las Farc quien dijo tener casetes y pruebas sobre los verdaderos asesinos del humorista. El “Chulo” fue asesinado el 18 de octubre del 2000 en la cárcel Picaleña de Ibagué antes de ser escuchado por los investigadores.
También fue asesinado por esta mano oscura, Luis Guillermo Velásquez, alias ‘Memo’, quien habría sido presionado para declarar e inculpar a ‘Bochas’ y ‘Toño’ por un crimen en el que no participaron. Velásquez alcanzó a reunirse con detectives del DAS antes de ser asesinado el 9 de mayo de 2001.
Por otro lado, en una carta entregada por los representantes de la familia de Garzón a la Fiscalía, también aparecen citados los asesinatos de Rafael Antonio Moreno Moreno y de Edward Jaír Medina Gallego.
Moreno Moreno dijo tener conocimiento sobre un plan para asesinar a los sicarios que cometieron el crimen de Garzón y se comprometió a entregar la información si lo sacaban de los calabozos del DAS; pero allí mismo fue asesinado en febrero de 2000. Y Medina Gallego, quien fue clave en la logística para asesinar al periodista, fue baleado por dos hombres en Cali, el 12 de julio de 1999.
Jaime nunca supo a ciencia cierta de dónde venían las amenazas que parecían llegar de todos lados y de ninguno al mismo tiempo: “Él me decía todos los días: me van a matar, me van a matar, me van a matar”, cuenta su maquilladora, Mery Garzón, una de las últimas personas que lo vio con vida y su más fiel confidente.
Y sí, Garzón sabía que lo iban a matar; contaba los días que le quedaban. El humorista, periodista y político quien le dio vida a Heriberto de la Calle, le dijo Mery Garzón la noche antes de morir: “hasta mañana tengo plazo de vida” “mañana me van a matar”, palabras que serían premonitorias y el inicio de una encrucijada que ha empañado la historia de Colombia.
El 14 de Agosto de 1999, la Plaza de Bolívar se llenó como nunca antes lo había hecho; los colombianos veían la pérdida de Jaime como la de un amigo, un hermano, un defensor, y adornaban el aire con gritos de paz.
Pero la impunidad siempre ha estado presente; incluso el expediente de Garzón pasó por un juez penal de Bogotá, quien se declaró incompetente, no sin antes considerar que el homicidio fue un “acto callejero” y cuatro años después de su muerte, se condenó a 38 años de prisión a Carlos Castaño, quien no pagó un solo día de cárcel porque supuestamente falleció un mes después en circunstancias misteriosas.
No fue hasta hace dos años que el proceso despertó nuevamente, cuando la Fiscalía General de la Nación llamó a juicio al exsubdirector del DAS, José Miguel Narváez por instigar a Castaño para que mandara a matar a Jaime. Narváez es hoy procesado también por paramilitarismo y el escándalo de las ‘chuzadas’.
Por otra parte, la investigación contra el coronel (r) Jorge Eliécer Plazas Acevedo tampoco ha logrado mayores avances porque el militar continúa prófugo de la justicia y aún no se ha emitido una circular roja para hacer efectiva la orden de captura, que existe en su contra desde hace año y medio.
Solo quedan las historias que dejan ver el asesinato como “crimen de estado” señalando a altos oficiales del Ejército como los responsables del hecho. Además, según el material probatorio, es posible deducir que en este crimen se presentó una confabulación entre paramilitares, agentes estatales y miembros del Ejército para ejecutar y encubrir a los verdaderos responsables intelectuales y materiales.
Según Alirio Uribe, el abogado defensor de la familia Garzón, desde el primer momento se intuyó que el asesinato del periodista tenía relación con su trabajo humanitario, el cual fue objeto de cuestionamientos por parte de los altos mandos militares de la época.
Hace dos años, los familiares de Jaime Garzón, pidieron catalogar el asesinato como “crimen de lesa humanidad”, iniciativa denegada porque el acto no fue una conducta generalizada y sistemática. Características que serían incluidas para que un crimen pueda ser elevado a delito de lesa humanidad.
Sin embargo, algo es cierto: tanto proceso, tanto entorpecimiento y opacidad mediática, no alcanzan a apagar el clamor de Colombia: hasta hace un año, su hermana, Marisol Garzón, seguía exigiendo una justicia que avanza por camino lento y dilatado, en el país que como decía Jaime se “encuentra en una profunda crisis” aunque suene a redundancia.
Pasaron quince años, tal vez pasen otros diez o hasta veinte, no lo sabemos; lo que sí está claro, es que ya nada revivirá a Garzón, uno de los periodistas más sinceros, -sino el más-, que se ganó a la gente por no tener pelos en la lengua, que intercaló su profesión con la mediación humanitaria y se obsesionó con la paz.
Pese a todo esto, sí hay algo que le dará vida a su legado: recordar que “el desarrollo No es cemento” preguntarnos a diario “¿para qué queremos ocho vías en Bogotá si nos agredimos?” empeñarnos en entender “qué es lo que necesitamos y asumir el control del país”, “que si no lo hacemos ahora, bien pueda apague y vámonos” y sobre todo recordar siempre que “Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente” que “con ese solo artículo que nos aprendamos, salvamos este país” como alguna vez lo dijo claro y alto, Jaime Garzón.