En el marco de un convenio entre la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte y la Escuela Taller de Bogotá, con el apoyo de la Secretaría de Integración Social, 146 habitantes de calle participaron de un proceso de formación en oficios tradicionales.
En el momento en que Manuel Granados recibió tres tiros (uno en su pierna derecha y los dos restantes en cada brazo) tomó finalmente la decisión de dejar de consumir sustancias psicoactivas. Vivió en la calle los últimos siete años y había sido recluido en la cárcel cuatro veces, por periodos entre cinco y once meses.
“Comencé a consumir bazuco a los 18 años porque quería ser aceptado entre mis compañeros”, cuenta este hombre de 35 años quien desde el pasado 7 de julio estudia cocina en la Escuela Taller de Bogotá, gracias a un convenio entre la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte y la Fundación Escuela Taller de Bogotá, apoyado por la Secretaría de Integración Social.
En total 146 habitantes de calle, entre los que se encuentran tres personas de la población LGBTI y 14 personas en ejercicio de prostitución, iniciaron los cursos de cocina básica, repostería y pastelería, fibras y tejidos, ensambles y elaboración de juguetes, fabricación de instrumentos musicales, mampostería y adecuación de espacios, según su elección. Del total de participantes, 91 personas asistiron durante tres meses, por lo que este 4 de octubre reciben su certificación.
Mauricio Malaver ingresó al taller de fibras y tejidos porque solía ayudar a su madre a elaborar productos hechos con textiles. Mientras teje una manilla, relata sus difíciles momentos de infancia. Cuenta cómo decidió convertirse en transexual y comenzó a consumir sustancias psicoactivas. Cuando sus padres murieron y quedó solo, empezó a vivir en la calle.
“La mayoría de nosotros ha tenido situaciones familiares difíciles. Este curso nos sirve para olvidar por momentos lo que hemos vivido porque uno se entretiene y hace nuevos amigos” explica Mauricio, quien ha aprendido a confeccionar portavasos, manillas, brazaletes, aretes y bolsos.
John Castro decidió ingresar al taller de repostería porque quiere seguir los pasos de su padre quien tenía una panadería propia. Cuenta que por culpa de una decepción amorosa comenzó a consumir droga. Ya está cerca de cumplir su sueño porque actualmente sabe hacer hojaldres, milhojas, muffins, brownies, galletas y pan de yogurt, entre otros. Además, en sus ratos libres, investiga sobre cómo crear una empresa.
Antonio Ortiz estudió música en Alemania y es licenciado en pedagogía musical. Optó por ingresar al taller de elaboración de instrumentos musicales, atraído por la idea de poder construir los elementos con los que crea su música. Comenzó el consumo siendo un adulto mayor y ahora quiere recuperar los años perdidos. Mientras agita una maraca, cuenta cómo su sensibilidad le permite buscar el sonido perfecto a cada instrumento.
Cada tejido es una historia
El encuentro con las artes y los oficios estimula a los habitantes de calle a reflexionar sobre su vida y a retomar o crear nuevos sueños. Así lo demuestran las historias de los 91 que ya culminaron el proceso. De acuerdo con Juan Carlos Quiñonez, trabajador social de la Fundación Escuela Taller de Bogotá, fue evidente que en el taller de fibras “cada tejido que ellos van elaborando es una historia. De ella van recordando y pensando sobre lo que les sucedió y sobre qué les gustaría de su vida. Es poético y realista al mismo tiempo”.
Ismenia Benítez, coordinadora de competencias humanas de la Escuela Taller, añade que generalmente se tiene un concepto genérico y errado del habitante de calle. “Son personas que si se logran involucrar en un proceso, pueden cumplir las metas que se establezcan. Es cuestión de oportunidades”.
En el taller, Manuel Granados ha aprendido todo lo relacionado con el alistamiento de cocina y sueña con trabajar en un barco para conocer nuevas culturas. Dice que no pensó que se fuera a recuperar de los impactos recibidos y está emocionado de que su madre vea los resultados del proceso del taller el próximo 4 de octubre. “Quiero que esté orgullosa de mí”.
John Castro, desde su propia experiencia, quiere ayudar a los habitantes de la calle; mientras que Antonio Ortíz acepta que ha sido renovador volver a ser estudiante y que ha aprendido mucho de su profesor. Manifista que desea elaborar instrumentos, venderlos entre sus allegados y dictar clases de música a jóvenes que tengan problemas de drogadicción. “El arte aleja a la gente de las drogas”, asegura con convicción.