Opinión

La máscara de la muerte roja y el ébola

Andrey Porras Por: Andrey Porras
El impresionante relato de Edgar Allan Poe, Máscara de la muerte roja, invita a realizar una breve reflexión sobre las maneras como el ser humano afronta la inevitabilidad de la muerte, gracias inminente presencia de una peste o una epidemia… El Ébola incita a sobreponerse a esa realidad, buscando mecanismos sensatos que al mismo tiempo protejan a los sanos y curen a los enfermos.

El miedo a la muerte es tan viejo como el mal olor en el cuerpo, las secreciones indeseables y el mal aliento, es decir, nace con el primer pálpito de existencia. Y durante la vida, existen cosas que nos lo recuerdan con cierto grado de veracidad (un accidente, un muerto cercano o ajeno, una inútil película de terror). Pero no hay nada más escandaloso e impresionante que el terror a la muerte producido por el miedo a una epidemia o a una peste.

Quizá porque es una razón colectiva a la cual nadie puede culpar o quizá porque es la manera como se expresan fuerzas inmanejables e inexplicables dentro de la fragilidad del ser humano, pero lo cierto es que en todas las generaciones humanas el terror a las epidemias ha causado desmanes y malas decisiones.

En la edad media se le puso color a la peste que acabó casi con un cuarto de la población de Europa, la peste negra, ocurrida en el s XIV. La viruela no abandonó al mismo continente durante el siglo XVIII y hasta hizo retardar el bautizo de los niños hasta saber si contenían o no la terrible enfermedad. El tifus, en pleno siglo XX, azotó la humanidad con hálito característico y relacionado con la guerra…. Y lo que sobresale después de todo es la manera como el ser humano entra en pánico colectivo y extiende su sensación y sentimiento hasta el borde del paroxismo.

Pareciera que dos cosas se multiplican con la llegada de una peste: la superstición (una de las tantas formas del miedo) obstinada e ignorante; y la justificación de cualquier tipo de mecanismo, violento, ilegal, por encima de la naturaleza humana, para alejarse del virus, de la muerte, de las personas infectadas.

Estas dos realidades ya se han empezado a ver con los miedos y las noticias causadas por el Ébola…. las peluquerías de la zona donde la infectada enfermera española vive, están a punto de quedar en bancarrota, pues la gente teme el contagio, aún a pesar de estar 150 cuadras lejos de la peluquería donde se depiló antes de contraer la enfermedad… los países le meten cerrojo a sus aeropuertos y fronteras con el fin de separar su humanidad de la contagiada y tener la moral de que el contacto indeseado no llegará cerca de sus ciudades.

Pero estas dos reacciones son muestra de la superstición y la barbarie que se ejerce en el inconsciente cuando vemos de frente el rostro de la epidemia, es decir, el rostro de la muerte.

Bajo este contexto sorprende un poco la iniciativa que ha tenido Cuba al llamar a reunión a los países que conforman el ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de América) no sólo a revisar datos sino, en palabras castizas, a ponerle el pecho a la enfermedad, y esto involucra la unión de esfuerzos científicos para lograr controlar el virus, teniendo una iniciativa de ayuda frente a los países afectados.

Por supuesto que es preciso tomar precauciones y establecer todos los esfuerzos para hacer que la enfermedad no entre a los países sin ella, pero en lo que no se puede convertir una situación como estas es en la oportunidad de revivir racismos, exclusiones y supersticiones que no abordan el problema desde las ventajas científicas que se tienen en este momento, sino desde la inutilidad humana cegada por el miedo.

Que no pase la paradoja que la literatura ampliamente ha descrito en textos como el de Poe y otros (como por ejemplo El Decamerón y Ensayo sobre la ceguera): cuanto más se huye de la peste, más fácil resulta encontrarla.

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