El 16 de junio de 1990 en el Estadio Vicente Calderón de Madrid, unos 50.000 fans asisten a la última gira de los Rolling Stones con Bill Wyman. La legendaria banda madrileña “Los Rodriguez” hacen una remembranza de sus legendarios éxitos, como “Sin documentos” que que aún suenan y viven en sus seguidores.
Entre todos ellos, Julián Infante y Ariel Rot. Son los dos guitarristas uno español, otro argentino que habían hecho historia a finales de los 70 en los muy stonianosTequila.
Rot (1960) vivía por entonces en Buenos Aires natal, la suya era una vuelta sólo por vacaciones, pero se encontró con un Infante (1957-2000) que esa noche de junio no paró de insistirle para que entrara en un nuevo grupo que había formado con el cantante Fernando De Diego –autor de dos notables álbumes como solista en los 80– y el batería Germán Vilella.
Vilella era un profesional de la batería nacido en 1964 en Torrejón de Ardoz y criado en EE UU. Desde 1984 había tocado con Luz Casal, Mercedes Ferrer, Suburbano o Álex & Christina. “En un principio, Julián había vuelto a Madrid de su autoexilio en Nerja con la intención de hacer carrera solista, pero nuestra amistad transformó ese proyecto en germen de grupo”, cuenta Vilella a Rolling Stone. A Ariel Rot le atrajo la idea de volver a tener un grupo con Julián Infante, y tenía claro que en él debería estar su amigo Andrés Calamaro, con quien llevaba tiempo tocando y produciendo en Argentina: “Era el candidato natural, formábamos una buena sociedad musical”, señala Rot: “Aparte de amigo, Andrés era y es el mejor cantante que conozco y componía grandes canciones, tocaba genial y producía… Un fichaje incuestionable”. Tras una serie de ensayos informales –“en los que resultó claro que no había química entre Ariel y De Diego”, dice Vilella– se decidió ofrecerle a Calamaro ser el cuarto Rodríguez.
A la propuesta de Rot, Calamaro respondió con un contundente: “Voy como un soldado”. “Daba a entender que estaba para servir a la música en cualquier trinchera, dispuesto a todo, a dejar todo detrás para ir al frente”, aclara hoy.
Andrés Calamaro (1961) no había cumplido los 30 en 1990, pero su bitácora registraba ya muchas millas desde que a los 17 años grabara con el grupo Raíces: en 1982 entró en Los Abuelos de la Nada, grupo histórico del rock argentino, y desde el 84 había tenido algunos éxitos con cuatro buenos álbumes como solista, los dos últimos trabajando junto a Ariel.
Así que el 28 de septiembre de 1990 Calamaro aterriza en Madrid “con un teclado y el equivalente a 700 euros”. “Y desde el aeropuerto”, continúa Rot, “nos fuimos directamente a los locales a tocar. No hubo muchas conversaciones previas sobre qué tipo de grupo queríamos ser”.
Sala siroco (madrid), 6 de diciembre de 1990
Apenas tres meses después del aterrizaje de Calamaro, tiempo pasado en una sucesión de ensayos, composición y trasnoche, Los Rodríguez hacen su debut oficial en la sala Siroco. Frente al manierismo o la vulgaridad comercial en la que habían caído muchos de los grupos de la época de la Movida, Los Rodríguez ofrecían rock energético, sucio y sin complejos (se puede comprobar en los vídeos de esa noche colgados en Youtube), empalmando con la línea imaginaria que trazaron Tequila, pero sin su pulsión adolescente: estos eran cuatro tipos muy curtidos, con la calle y la confianza suficiente para que una de sus primeras canciones fuera una desgarradora rumba rockera sobre una amante heroinómana: “No sé si Engánchate conmigo es rumba o algo ‘bandolero’. Algo del sonido de la rumba se inspira en cuestiones rioplatenses, y así mismo el españolismo está siempre presente en Argentina”, explica Calamaro. Los Rodríguez no eran modernos, pero paradójicamente su sonido de mestizaje latino contribuyó a abrir una importante senda por la que el rock en español transcurriría -con mejor o peor resultado- durante la siguiente década.
Calamaro había compuesto Engánchate conmigo en el cuartel general del grupo, un enorme piso situado en la calle Martínez Campos: “Era una mansión decadente y glamourosa, como sus habitantes”, indica Rot, que lo alquiló junto a su hermana la actriz Cecilia Roth a finales de los 70 (antes había sido la peluquería de Rupert). Andrés vivió allí los primeros tiempos de Los Rodríguez, una época muy nocturna: “Madrid en los 90 era espléndido, se podía vivir de bar en bar”, recuerda Calamaro, y Vilella lo atestigua: “Parecía como si el que tiene las llaves de Madrid nos las entregara a la hora de las calabazas y nos dijera: ‘Toda vuestra hasta el amanecer”.
Los Rodríguez salían por Malasaña y alrededores, pero no sólo por imperativo juerguista: si se podía tocar todos los días, no se desaprovechaba la oportunidad, aunque fuese en disparatados grupos de versiones como los MejiJones o Los Neverly Brothers, muchas veces junto a Fernando y Guillermo Martín (Desperados), que durante una época tocó el bajo con Los Rodríguez (también lo haría Candy Avelló y, sobre todo, Daniel Pato Zamora). Otro socio nocturno habitual era Antonio Flores, con el que Germán Vilella había tocado en las maquetas de lo que sería su disco Gran Vía (1988): “A Antonio lo adoptamos inmediatamente, podría haber sido un Rodríguez”, revela Ariel.
Al grupo le salían las canciones como churros, y para febrero del 91 ya tenían listo su primer disco, Buena suerte, editado en el pequeño sello Pasión, de Paco Martín, ejecutivo discográfico con buen ojo (publicó por entonces a Extremoduro y Antonio Vega, y fue descubridor en los 80 de Hombres G). “Andrés estaba en permanente estado de erección artística”, le contó Ariel a Juan Puchades en su libro de conversaciones (Sin vuelta atrás, 2003). Desde luego, tener 16 canciones listas para grabar en pocos meses no es lo habitual, aunque en ese disco hay muchos más temas firmados entre dos o tres miembros que en los siguientes.
Buena suerte, con su sucio sonido y su amplio abanico de canciones redondas -de la procaz Canal 69 a la delicada Mi enfermedad, pasando por A los ojos o la ya mencionada Engánchate conmigo- es un trabajo de gran nivel para unos debutantes que no lo eran (y sigue siendo el favorito, por ejemplo, de Germán Vilella), pero apenas tuvo repercusión.
Discoteca cemento (Buenos Aires). Abril de 1992
Los Rodríguez dieron su primera actuación en Argentina, con invitados como Charly García. “Allí saboreamos por primera vez las mieles del éxito, había 2.000 personas enloquecidas y en España aún tocábamos en salas medio vacías. Creo que siempre fuimos un poco más grandes en Argentina que en España”, opina Ariel Rot. Buena suerte tampoco vendió en Argentina, pero Mi enfermedad fue un hit en la voz de Fabiana Cantilo, entonces pareja de Fito Páez (amigo de Ariel y su futuro cuñado: estuvo casado con Cecilia Roth). “Maradona dijo que era su canción preferida”, señala Calamaro, “y cuando volvió al fútbol con el Sevilla de Bilardo pidió ingresar en la cancha con Mi enfermedad. Imagínate, éramos campeones sin corona”. “Lo de Maradona fue una gran conmoción”, apunta Rot.
Los Rodríguez habían viajado a Buenos Aires para promocionar el Disco pirata(1992), un directo compuesto de retales que resulta un tanto extraño como segundo disco (más raro aún: se editó en el sello de RTVE). “Fue un invento para generar trabajo musical y sobrevivir”, escribe Calamaro para el libreto de la reedición de Sin documentos que sale ahora a la venta. “Bromeábamos diciendo: primer disco de estudio con 16 temas (que era una barbaridad en tiempos del vinilo), segundo disco en directo… ¡Ahora toca un grandes éxitos!”, cuenta Vilella.
Aunque sirva como declaración de intenciones del grupo (cuatro temas de Buena suerte más versiones de clásicos de Moris, Charly García y Sergio Makaroff y una inesperada lectura del Copa rota de José Feliciano), el invento del Disco pirata no funcionó: “El año olímpico fue una mierda olímpica”, sentencia Calamaro, que a finales de año sopesaba volverse a Argentina: grabaron la maqueta de lo que luego sería Sin documentos, pero no encontraban a ninguna compañía dispuesta a editarlo. “En Argentina llovían los dólares y muchos amigos estaban haciendo giras importantes en toda América”, explica el cantante: “Yo estaba por armar las maletas e irme con las canciones a hacer las Américas”.
Otros, como Germán Vilella, seguían teniendo “fuerza y motivación”, aunque hubieran dejado pasar oportunidades doradas: “En el primer año de vida del grupo dejé escapar la posibilidad de unirme a Mecano en su momento de mayor popularidad. Antes de grabar Sin documentos tuve que trabajar de portero en el Ya’sta [local madrileño por el que paraban, y tocaban, Los Rodriguez] para poder subsistir”.
Afortunadamente, en la Navidad de 1992 la maqueta le llegó a Alfonso Pérez, exbatería de Esclarecidos y fundador del sello independiente GASA, integrado en DRO, que fue comprado en esa época por la multinacional Warner: “Aquella maqueta me impactó muchísimo. Estaba comprando regalos el 24 de diciembre y me la puse en el coche. A la primera escucha tuve claro que quería a ese grupo, tenía una colección de canciones como había oído pocas veces. Tuve que parar el coche, rebobiné la cinta y pensé: ‘Este grupo no se me escapa”, recuerda Pérez, hoy presidente de Warner en España.
“Alfonso nos rescató al borde del abismo, no creo que el grupo hubiese soportado mucho más”, aclara Ariel: “Ya no éramos chavales y con el desgaste de tres años remando sin conseguir resultados, las fricciones y tensiones iban en aumento”.
“Alfonso apostó su puesto por nosotros y nos reunimos en secreto para establecer un vínculo de confianza que sigue en perfectas condiciones”, dice Calamaro, y Pérez lo corrobora: “Un día me llamó Ariel, al que todavía no conocía personalmente, y quedamos en el café Gijón los tres, hablamos de muchas cosas y lo aclaramos todo”. Los Rodríguez firmaron con DRO, recibieron un anticipo salvador y se dispusieron a grabar su segundo álbum de estudio, el famoso Sin documentos que finalmente supondría su despegue.
Plaza de toros de las Ventas (Madrid). 7 de septiembre de 1993
Los Rodríguez telonean en una plaza abarrotada a Manolo Tena, un eufórico concierto que se ha añadido a la reciente reedición de Sin documentos. En realidad, aunque Tena era uno de los grandes triunfadores del año con su Sangre española, se trataba casi de un cartel doble (algo que aún hoy incomoda a Tena: “Mi mánager de entonces, no sé por qué, se empeñó en promocionar a Los Rodríguez casi más que a mí”, cuenta). Sin documentos se editó en el mes de abril y el tema que le da título fue una de las canciones del verano: “Es la canción de 20 veranos, la sigo cantando y es muy celebrada”, apunta Calamaro, que en su composición atendió a cuestiones técnicas relacionadas con la percepción de la música (y un poco de superstición): “Quería escribir una canción en Sol menor y empezar la melodía en la quinta nota, un Re. Diez años antes había tenido un enorme éxito [en Argentina] con Mil horas en ese tono y con ese intervalo. Entendí que existían arzones psico-armónicas que podían provocar una reacción inmediata y positiva en los oyentes”.
? Canciones (españolas) que no creerás que tienen 20 años
Los Rodríguez grabaron por primera vez con un productor, Nigel Walker, un inglés que había trabajado con Hombres G o Fito Páez, y que le dio al disco un brillante sonido pop que respetaba la esencia del grupo, tanto en temas rockeros como la negra Algo se está rompiendo o Mi rock perdido, baladas noctívagas como Especies que desaparecen o 7 segundos, y rarezas como la fiesta mexicanizada de Salud, dinero y amor: “En el primer álbum utilizamos el método del caos, algo habitual en las producciones que había hecho con Andrés”, apunta Rot: “Con Nigel hicimos nuestra primera grabación limpia: impuso disciplina, horarios coherentes y un audio muy superior a lo que estábamos acostumbrados”.
“Creo que la grabación de Sin documentos fue muy fluida, los temas estaban muy rodados”, rememora Alfonso Pérez: “Andrés me escribía todos los días un fax para darme el parte”.
De salida, Sin documentos vendió en España 60.000 copias (al poco llegó a las 140.000, según Pérez), una cantidad que, aunque no espectacular en un momento de auge de la industria discográfica, sí era apreciable. “Era una época en que si tu canción sonaba a rabiar en Los 40 Principales desde marzo a junio, te contrataban en todos los ayuntamientos de España, un modelo de negocio musical muy cuestionable pero que en su momento le dio vidilla a todos los implicados en el show business”, explica Ariel. Explicando el estatus que alcanzaron Los Rodríguez en 1993, Calamaro usa un símil futbolístico: “En nuestro buen punto éramos como la Quinta del Buitre: no fuimos campeones de Europa como el Barça de Pep Guardiola, pero en nuestro terreno no nos ganaba nadie” (Calamaro hacía gala por entonces de su madridismo saliendo a tocar con camisetas oficiales del equipo o con la cara del defensa brasileño Ricardo Rocha. Poco después, cultivaría amistad con madridistas como Fernando Redondo, Jorge Valdano o Rafa Alkorta).
Durante la segunda mitad de 1993 y 1994 Los Rodríguez recogieron en directo lo sembrado desde 1990: más de 113 actuaciones entre Argentina y, sobre todo, España. Sin embargo, el germen de la disensión empezaba a crecer. En 1993 DRO editó el primer volumen de Grabaciones encontradas, un recopilatorio de canciones de Andrés Calamaro registradas en los nueve años anteriores. El cantante acariciaba la idea de retomar su carrera en solitario, estaba en un estado de forma imperial en lo musical y su fama crecía a uno y otro lado de Atlántico.
Así que antes de entrar a grabar Palabras más, palabras menos, el tercer (y último) disco de Los Rodríguez, Calamaro forzó un nuevo reparto de beneficios en el grupo: 40% para él, 30% para Ariel, 20% para Germán y 10% para Julián. “En esa época el grupo estaba un poco dividido entre los que tomaban decisiones y los que no”, cuenta Vilella: “Yo estaba en el segundo grupo, no por propia elección, pero tampoco era muy consciente. En el fondo, sabía que aunque quisiera ya había demasiado cacique para tan poco indio”.
Desde el comienzo, el liderazgo de Los Rodríguez fue bicéfalo. Rot era el organizador de ensayos y grabaciones, el intendente con mando en plaza; Calamaro, a quien el road manager Víctor García puso el sobrenombre de Comandante, era el motor creativo, cantante y compositor principal.
“Teníamos convicción en los ensayos, Ariel nos contagiaba a ser exigentes con el sonido del grupo y de las canciones (sus guitarras tienen estilo propio de sentido y sensibilidad) y la forma en que cantábamos y nos plantábamos en el escenario”, dice Calamaro sobre el rol de Rot, a quien también le tocó plantear al batería y guitarrista el nuevo esquema de porcentajes.
“No estoy orgulloso de haber revolucionado el reparto de dineros, no hacía falta y no estábamos ávidos de pesetas, había suficiente para todos aunque no fuera demasiado”, explica Calamaro 20 años después: “Ese quiebre no ocurre por motivos económicos ni por codicia. Fue una cuestión de manejos y contratos individuales que no creo necesario recordar ni mencionar. Tampoco tengo tanta memoria. Y puedo equivocarme como cualquiera”.
Respecto al papel secundario de Julián Infante en ese reparto, se infiere que el guitarrista estaba algo desligado del funcionamiento del grupo por su adicción a la heroína, aunque ninguno de los supervivientes quiere decir mucho, por respeto al fallecido (murió en 2000, de sida). “Jamás mancharía la imagen de Julián, que fue nuestro emblema y nuestro Rodríguez mas carismático; sin Julito hubiéramos sido simplemente músicos, con Julián fuimos estrellas de rock, aunque jamás llenamos un estadio”, sentencia Calamaro.
Tal vez no los llenaran, pero Sin documentos les había colocado merecidamente en la primera división, y su siguiente disco se planeó acorde con su nuevo estatus: un productor de renombre como Joe Blaney (que había trabajado con los Clash o Keith Richards), un estudio de lujo, El Cortijo (Málaga), donde había grabado Björk (el dueño fue su batería durante un tiempo), e invitados como Joaquín Sabina y Raimundo Amador.
“A pesar del mar de fondo, la grabación de Palabras más, palabras menos fue relajada y divertida”, señala Ariel Rot. Pero Germán Vilella ofrece una anécdota que puede ser significativa sobre la fractura existente en el grupo: “En El Cortijo había varias habitaciones, unas mejores y otras no tanto (aunque todas de lujo). Cuando llegamos se insinuó que la mejor sería para Andrés. Fue un momento agrio cuando, esta vez sí, yo impuse que se sorteara y me tocó a mí la mejor… En cuanto a lo profesional, creo que en ese aspecto siempre dimos el máximo, desde el primer al último día”.
Palabras más, palabras menos, editado en abril de 1995, es un disco a la altura de los anteriores, y un paso más en la variedad estilística que propondría Calamaro en sus futuros álbumes en solitario: un reggae que podría haber firmado Keith Richards (Aquí no podemos hacerlo); la flamenca Para no olvidar, con la guitarra de Raimundo Amador; una canción con letra de Sabina (Todavía una canción de amor)…
Ariel Rot sólo firmaba dos canciones en solitario, pero curiosamente fueron los dos singles de más éxito del álbum:Milonga del marinero y el capitán y Mucho mejor. En el mencionado libro de Juan Puchades, Rot explica que la compañía discográfica fue intercalando singles suyos y de Calamaro “para compensar los egos”. Así, Mucho mejor (con Coque Malla) no salió hasta el verano de 1996, un año después de la Milonga.
Alfonso Pérez lo matiza: “Bueno, tampoco hubo una intención explícita de intercalar los singles. Sí que recuerdo que lo planeamos con tiempo, y en mayo de 1995 hubo una convención de vendedores de Warner, les presenté el disco y les dije: ‘Aquí está Mucho mejor, la canción de verano del año que viene’. Me miraron como un loco, pero fue así”.
Carpa interpeñas (Zaragoza).Es 5 de octubre de 1996
El último concierto de Los Rodríguez tuvo lugar en las fiestas zaragozanas del Pilar. Era el final de una triunfal gira con Joaquín Sabina. “Siempre admiramos mucho a Joaquín, ya tocábamos Princesa en los primeros ensayos”, indica Ariel Rot. “ El ambiente del rock en España ignoraba a Sabina, estaban locos”, opina Calamaro: “Con una canción de Joaquín, un grupo normal escribe un disco entero. Yo fui el primero que se permitió admirarlo con libertad”.
“Andrés fue el primer roquerito que se atrevió a hablar bien, en la prensa, del veterano cantautor abajo firmante, cosa que ahora parece baladí pero que no era tan fácil por aquellos años”, confirmaba el jienense escribiendo para Efe Eme (2006): “Entre la gran gira con Víctor, Ana, Serrat y Miguel Ríos [bautizada como El gusto es nuestro] y una gira más humildita, golfa y callejera, yo opté por Los Rodríguez, siendo como era, y como sigo siendo, mucho más amigo de los otros cuatro. Nunca me arrepentí”, continuaba Sabina.
Cuando se anunció la gira con Joaquín Sabina, Los Rodríguez sabían que era la última. Calamaro se lo había confirmado a Ariel en un vuelo entre Argentina y España: “Entre los efectos de los calmantes y el vino, y que ya me lo esperaba, no me sorprendió”, contó Rot a esta revista en 2006: “Si ese momento me pilla con 18 años me hubiese puesto a llorar”.
Los Rodríguez no sólo se separaron en la cima de su trayectoria, tras su gira más multitudinaria; otra paradoja más en su corta carrera es que el disco que más vendió (Hasta luego) era un recopilatorio, con algunos temas regrabados y otros en directo, que salió al mercado en abril de 1997, con el grupo virtualmente disuelto, aunque no se había hecho público hasta ese momento precisamente: “Cuando salió Hasta luego fuimos a hacer una radio, Los 40 Principales, tocando en acústico, y Andrés me pasó el fardo a mí, diciendo algo así como ‘cuenta que vas a grabar un disco”, dijo Ariel en Sin vuelta atrás.
Alfonso Pérez, de Warner, cuenta que Hasta luego iba a ser en principio un disco de rarezas: “Yo sabía que había ya tensiones en el grupo, durante la época de la gira de Sabina. Sabía que Andrés estaba con ganas de hacer un disco en solitario. Pero el disco [Palabras más…] había tenido tanto éxito, sobre todo en Argentina, que nos planteamos hacer un disco para el mercado argentino de rarezas, llamado Gran reserva. Un día fuimos Ariel, Andrés y yo a un restaurante tailandés, y les dije que aclarásemos si hacíamos el disco. Les comenté que mi jefe de entonces, Saúl Tagarro, quería sacar un grandes éxitos de Los Rodríguez, porque pensaba que era un grupo con más éxitos y fama que ventas. Andrés me contestó: ‘Me gusta mucho eso de los grandes éxitos’. Y nos pusimos a hacer el repertorio allí mismo con papel y boli. Hasta luego vendió 750.000 copias”.
Estadio de José Zorrilla (Valladolid) 27 de mayo de 2006
Ariel Rot y Andrés Calamaro encabezan el cartel del festival Valladolid Latino. Es la primera vez que dan un concierto junto en casi 10 años. Dos tercios de la duración se los reparten por separado, pero en el restante resucitan los grandes éxitos de Los Rodríguez. Esta actuación, y unas cuantas más que le siguieron, es lo más parecido que ha habido a una reunión del grupo, aunque sus protagonistas aclararon siempre que pudieron que no se trataba de eso: “Es un encuentro entre Andrés y yo, no una reunión de Los Rodríguez”, dijo Rot a Rolling Stone en junio de 2006.
La repercusión que tuvo aquel breve encuentro demostró que seguía habiendo hambre por Los Rodríguez, por los originales, no por los rodriguecitos sucedáneos que salieron en la segunda mitad de los 90. Es un grupo que ocupa un lugar importante en la historia del rock español, pero que de haber durado más de seis años y tres discos (y medio), igual estaría en el podio del rock comercial y de calidad, al lado de Radio Futura (que se separaron en 1992, cuando los hispano-argentinos empezaban a subir) y El Último de la Fila, que lo dejarían un año después que Los Rodríguez, en 1998. Tal vez fueran, recuperando una declaración de Calamaro unas páginas más atrás, “campeones sin corona” en el rock hispano.
“La verdad es que en este momento todo eso me importa bastante poco”, responde Ariel Rot cuando se le pregunta por la trascendencia de su grupo: “Fuimos un grupo acojonante. ¡Suficiente! Lo pasamos bien y dejamos un material insuperable. La trascendencia y proyección que podríamos haber tenido… bueno, no nos podemos quejar. Lo único que cambiaría es que Julián y Dani [Zamora] siguiesen vivos”.
Germán Vilella, retirado del mundo de la música profesional (está acabando pedagogía e investiga temas relacionados con el cerebro, la neurología y la educación musical), también se resiste a hacer historia-ficción sobre un final más tardío de Los Rodríguez, y se siente feliz por lo conseguido: “Visto desde ahora, aquello fue un regalo por el que estar satisfecho. Si hubiéramos tenido una existencia más longeva tampoco es sinónimo de seguir evolucionando o si, como es más frecuente en la historia del rock mundial, hubiéramos empezado a repetirnos”.
Andrés Calamaro, a su pesar (se dice enemigo de la nostalgia), mira por el retrovisor de la historia y encuentra pocos arrepentimientos y muchas satisfacciones, aunque matiza: “No siento ninguna clase de remordimientos y prefiero ser discreto respecto a las verdaderas razones por las que no seguimos. A veces creo que la historia se contó al revés. No soy un santo pero soy discreto, tengo espalda para aguantar el peso de la historia. Había insatisfacciones, mal humor, Julián no se sentía valorado, German estaba disgustado… Contrariamente a lo que se dijo, yo era el psiquiatra que contenía a todos. Voy a respetar la leyenda y no dar demasiados detalles porque son cuestiones que no aportan al color de la entrevista. Quiero suponer que todos nos arrepentimos de algo. Nunca volví la vista atrás, recuerdo todo con amor y gratitud”.
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Fuente: EFE; Rolling Stone