Con 96 camas, habitaciones con camarotes, equipadas de baño y duchas colectivas, recepción y comedor. Así quedó conformado el hotel que la administración Petro adecuó para los habitantes de la calle en un edificio ubicado en la zona de tolerancia de Bogotá.
Los durmientes de la Plaza España ya están en pie, solo unos pocos continúan arrullando el sueño. “Profe buenos días, hoy si voy para Javier Molina”, grita un hombre con porte de “Chuck Norris” colombiano.
Los Gestores de Contacto Activo, o profes como les llaman los habitantes de calle, funcionarios y contratistas de la Secretaría Distrital de Integración Social –SDIS-, ya conocen a muchos de ellos. Son los encargados de tener el primer contacto con los ciudadanos habitantes de calle directamente en el terreno. Son el primer eslabón de la ruta social de restablecimiento de derechos para esta población que atiende la SDIS.
“Centros de auto-cuidado, de acogida, de desarrollo personal e integral, comedores y jardines infantiles son parte de lo que les ofrecemos acá a los habitantes de calle”, me dice el profe al que “Chuck Norris” le gritó que iba para “Javier Molina”, uno de los Centros de Acogida de la SDIS. Estamos hablando de eso, cuando la paz se ve violentada por la correría de uno de los habitantes de calle que persigue a otro por el simple hecho de haberlo mirado.
“Acá la cosa es de paciencia, carácter y constancia”, repite una y otra vez el profe mientras sale a calmar los ánimos de quienes protagonizan el alboroto.
Camino al Centro de Acogida
Los habitantes de calle que deciden ir a alguno de los Centros son transportados en buses colectivos. Yo voy acompañado por varios de ellos, dentro de los cuales se destaca al que he apodado “Chuck Norris”, por su porte serio, acechante y retador. Vamos para el Centro de Acogida Javier Molina ubicado en la calle 35 # 10-69, barrio Pensilvania, de la localidad de Puente Aranda.
Las conversaciones en el bus son verdadero material de realismo mágico. De cómo la lluvia solo llegó a algunos cambuches para mojar los pies izquierdos de sus ocupantes y nada más. De cómo alguien que huía se topó con un cultivo de marihuana sin dueño en unas de las cloacas de Bogotá. De cómo las pulgas se amañan en el saco amarillo y no en el verde de uno de ellos, etc.
Por el camino un taxista mira con insistencia a los ocupantes del bus, y uno de ellos le grita con amabilidad: “si se está preguntando para dónde van todos estos loquitos, le respondo que estos loquitos van a bañarse, comer y que los traten como angelitos”.
Ya en el Centro de Acogida cada uno de los que venía conmigo parecen saber exactamente qué hacer. Unos van directamente a las baterías sanitarias, otros hacen fila para reclamar mudas de ropa limpia, otros van a los talleres de artes, otros van a las salas de odontología, medicina general y psicología, en fin, todos se integran al desarrollo cotidiano de este Centro que tiene un cupo de 600 personas en modalidad de acogida y 500 en la de autocuidado.
Patricia y Esteben se conocieron bailando
– Estábamos bailando, o sea haciendo aseo en el parque cañizares –Kennedy-, y yo le dije: estamos como cansados, vámonos pa`l pastizal. Pero eso estaba todo mojado y nos toco devolvernos; eso yo le iba diciendo cosas y todo, y él se me fue y se me hizo así:
Patricia se le acerca a Esteben por detrás y le pone su barbilla sobre el hombro izquierdo, mientras éste voltea su cara y queda a pocos centímetros de la de Patricia y continúan como ensayando el diálogo de una obra teatral.
-Entonces yo me le parqueo así y tal, ¿si pilla? y le dije: ¿entonces qué?
– Ah, entonces yo le dije usted está muy rico y tal. ¿Nos vamos a cuadrar?
-Y yo le dije: no le creo.
-Hmmm ¿no me cree?
Muack, muack, muack (Esteben besa una y otra vez su brazo)
-¿ahora si me cree?
Las risas de Patricia interrumpen en ese momento el diálogo y, como una niña que se avergüenza tras confesar una travesura, se levanta, da media vuelta, corre tres o cuatro pasos y se devuelve sonrojada al lado de Esteben.
– Él me dijo que trabajaba calibrando y me regaló dos mil pesos. Me dijo que nos viéramos en la noche. En la noche nos vimos y desde ahí estamos juntos, eso fue hace…
Piensan y al fin convienen: hace dos meses.
Patricia Calvo Vega tiene 29 años, 20 los ha sobrevivido en las calles a las que llegó producto del consumo de drogas psicoactivas. Trabaja como retacadora, es decir pidiendo todo lo que le puedan dar, y ha sido mamá en nueve ocasiones; esto último lo dice riendo por la cara de sorpresa que no puedo encubrir.
– Jajaja ¡sí! nueve “pelaos” he tenido. Cuatro con un man de una finca, dos con un “parcero” de la calle que ya mataron, unos gemelitos con un man que por ahí anda y el último producto de una violación. Después de ese que nació muerto me operaron. Me preguntaron cuántos hijos tenía, les dije que 8 y eso hicieron una cara y me dijeron que me operaban de una. Remata con una gran carcajada.
De los nueve hijos de Patricia, ocho vivos: los primero cuatro están a cargo del papá, mientras los otros entraron a ser parte de los programas del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar -ICBF-. Patricia no conoce a ninguno de ellos.
Esteben tiene 26 años de los cuales lleva 13 habitando la calle por culpa, según él, de un ambiente familiar insoportable que lo llevó a conocer el bazuco. Tiene dos hijos que conoce, pero que no ve hace dos años.
***
Patricia y Esteben son una de las varias parejas que comparten con un centenar de habitantes de calle el Centro de Acogida Javier Molina. Allí llegan los ciudadanos habitantes de calle en condición de dependencia que deciden entrar a programas de rehabilitación a través de modelos de atención integral para prevenir, mitigar y transformar este fenómeno en Bogotá. A la fecha los Centros de Acogida han atendido a un total de 6411 personas.
Son una pareja que comparte y vive el amor de una forma libre y sin ataduras. Su condición de habitabilidad en calle no es un impedimento para el amor.
“Es que la gente cree que por que uno duerme y “parcha” las calles no siente. Si uno se pone a pillar, lo que hay son parejas. Parejas de todo, hombres con mujeres, mujeres con mujeres y hombres con hombres, eso el amor es pa` todos” comenta Esteben mientras uno de los usuarios del Centro que va pasando con otro dice “lo único que le baja el aletear a uno es una vieja, a lo que es real” y su acompañante remata cantando: “todo lo que yo trabaje, todo es para ti”.
Esteben y Patricia, llevaban dos años solos hasta que se conocieron. Al mes del primer beso, que relatan con talento de actores, se fueron a vivir juntos. Instalaron el cambuche en un potrero cercano al exclusivo sector La Riviera de Bogotá. Allí tuvieron el primer problema en su relación y allí fue donde tomaron la decisión que los tiene ahora en el Centro de Acogida Javier Molina.
“Nosotros nos queremos resto. El problema es que este socio es muy celoso, eso no me deja hablar es con nadie y eso si es muy feo. Yo pensé que lo del polideportivo era solo un goce, algo pasajero, algo de solo tin y tan, pero no más, pero pues resulta que no, eso nos enamoramos y por el amor pues uno hace de todo” dice Patricia refiriéndose al principal problema de Esteben y tal vez uno de los principales problemas en toda relación humana, los celos.
“De ella me atrae algo así bonito, “chimba” que ella tiene. Horrendos ojos, horrendo cuerpo, un lunarsote, 1.60 de estatura… noo parceee, yo la miro y digo esa es mi mujer… buuu yo ando muy enamorado de esta nena, y por eso ya me bajé del pony con los celos. Un día le dije que se lo iba a demostrar, que saliéramos adelante, que iba a dejar de meter vicio, que eso andar todo “carramañeado” (nombre que le dan al efecto producido por el bazuco) era paila y por eso nos internamos”, remata Esteben.
Les pregunto por el sexo, y la respuesta es una mirada candorosa y un contundente, “lo hacemos cuando queremos, cuando nos dan ganas como a todo el mundo. Lo hacemos en el cambuche o nos pagamos la piecita para ser más románticos. ¿Qué es lo raro?, lo hacemos como todo el mundo”.
Lucio y Diana
Caminando el Centro de Acogida me reencuentro con “Chuck Norris”, pero esta vez su porte serio, acechante y retador está almibarado con un llanto apenas perceptible que le da un aire de dios caído en desgracia.
– ¿Quiere saber por qué lloro?
– Por supuesto
– Mi esposa me dejó hace un año, y hoy la acabo de ver, esta acá, y está rehabilitada.
Se llama Lucio. Oriundo de Cali, se entregó a las drogas hace 15 años luego de presenciar el asesinato de su esposa, su cuñado y su hijo, por haber dejado caer un negocio entre paramilitares.
“Era muy jodido mantener la cordura luego de ver a mi familia muerta. Durante muchos años solo encontré consuelo en la droga. Anduve varias ciudades hasta que me establecí en Bogotá, donde conocí a Diana, la única persona que me estaba ayudando a superar las pesadillas, hasta que un día le aventé la mano y me dejó”.
De eso fue hace ya dos años, hoy Diana ha pasado por un proceso de año y medio de rehabilitación.
Lucio, que trabaja de sacaborrachos en la zona rosa de Bogotá dice querer salir del vicio y afirma que el amor es lo único que le puede ayudar. “Estoy muy enamorado de esta mujer y sé que eso me va a ayudar a empezar mi tratamiento de rehabilitación… de hecho ya lo empecé, estoy aprendiendo artes marciales, eso me ha bajado la ansiedad de consumir… ¿quiere que le muestre una de las llaves que he aprendido?” me dice, y sin esperar respuesta alguna me hace la que él llama destroncadora. Realmente funciona, solo dos segundos y me tiene un minuto tosiendo, sin poder hablar y con un dolor de cuello que se prolonga por horas.
Diana decidió rehabilitarse porque quiere salir adelante y tener una vida feliz sin sentir la ansiedad que le produce la droga. Está convencida que el amor por sí mismo y hacia otros es lo único que nos salva. “Yo salí de la droga porque me quise querer. Y voy a ayudar a Lucio mostrando que él también se puede querer, en eso yo le voy a ayudar, al final el amor es lo único que nos salva” dice.
Lucio y Diana; Esteben y Patricia, son tan solo dos parejas con historias dignas de contar, habitantes de calle en la ruta de rehabilitación y restablecimiento de sus derechos. Cuatro entre los más de 9.000 usuarios de los programas de la Secretaría Distrital de Integración Social.
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