Opinión

Si está la manga, que no aparezca el chaleco

Andrey Porras Por:Andrey Porras
Por una metáfora, es decir, una expresión cargada de significado inconsciente, un general del Ejército Nacional es condenado por omisión (autoría mediata por aparatos organizados de poder) a 30 años de cárcel: la tendencia de la justicia y de la verdad, en un país con más de 50 años de conflicto, debe ser la de transformar la sociedad lejos de la opinión pública.

Las distintas formas que Colombia tiene para clavarse el cuchillo han cruzado un panorama desolador y desgarrante, que bien podía ser material de una realidad imposible: los falsos positivos, la masacre de Mapiripán, el arrasamiento del Palacio de Justicia, la muerte meditada de todos los miembros de un partido político (UP) y las desproporciones depravadas del narcotráfico, son un muy buen ejemplo de la manera como Colombia se vuelve la víctima de los colombianos.

Todo lo anterior tienen algo en común: detrás de su maquinaria está la lógica de clavarse el cuchillo… Colombiano uniformado le clava el cuchillo a otro colombiano indefenso y lo hace pasar por guerrillero; colombiano uniformado olvida a la población civil a conciencia de que su reflejo opuesto, el paramilitarismo, tenía planeada ya la operación de antemano; colombiano uniformado emplea su fuerza desproporcionada sin distinguir entre actores del conflicto y rehenes, con la excusa de vengar su ausente participación en los diálogos de paz con el M-19; y por último, colombiano anónimo, esta vez sin escarapelas ni distintivos, acaba siniestramente con la vida de otros colombianos deliberativos no beligerantes, y erradica de la escena política a la oposición.

La lógica de clavarse el cuchillo significa la realidad de saber que el enemigo está donde habitan nuestras creencias, donde posamos los pies, donde ponemos los ojos. ¿Cómo puede conciliarse la paz cuando dentro se incuba el veneno de una enfermedad letal: un egoísmo exacerbado que traspasa la piel y pone activa la violencia?

Así como la metáfora “si está la manga, que no aparezca el chaleco” demuestra el inconsciente colectivo frente de la violencia justificada, otras ideologías se han acuñado y son las que no permiten un proceso de paz consciente, a saber: la tierra no puede ser distribuida porque los terratenientes piensan como en la edad media y se sienten inseguros o atacados con cualquier sistema diferente al feudalismo; los poderes políticos no pueden transformarse porque andan bajo la axila de tremendos chivos inexpugnables, que marchitan las ideas modernas entre artilugios legales y cortinas de humo; la diligencia de un Estado se ve opacada por la ruana o la corbata de servidores públicos amangualados, que no permiten que nadie, fuera de su ignorancia, llegue a conseguir un contrato; y los secretos lazos de los poderes tienden sus tentáculos hacia la lógica ultraderechista de corte sacro – conservador, para salir a gritarle a la opinión pública sus angustias, infundadas después de la homilía y bajo el decoro de las buenas costumbres.

Y como buen país de declaraciones, terquedades e improperios, gracias al proceso en la Habana, otro caballito de pelea mártir, hoy tenemos una nueva forma de barbarie en boca cínica y descarada: la oposición a la paz con mentiras que mueven a la opinión pública.

Por eso es preciso hacer un pregón de contra argumentos para crear ruido desde la otra orilla, así sea en tan solo uno de los aspectos sonados por estos días: no están en el mismo rango guerrilleros y militares, y esto lejos del honor militar, porque unos no representan la ley y los otros tienen una obligación moral con el país, con los ciudadanos a quienes defienden, con la historia que construyen. Por eso, sus errores son mucho más graves que los de los delincuentes: el representante del estado de derecho tiene un revestimiento moral que poco lo excusa en términos de derechos humanos, es como si un profesor enseñara a golpes la manera como se debe ser paciente, o un médico tuviera que enfermar a los sanos para descubrir la cura de nuevas enfermedades… Entonces, hacer oposición con mentiras, es seguir clavándole el cuchillo a Colombia.

La frase que le da título a esta columna fue pronunciada en conversaciones sostenidas por el general Arias Cabral mientras desarrollaban la operación temible en el Palacio de Justicia. Representa la manera como algunos colombianos, basados en falacias, le siguen clavando el cuchillo a Colombia, tal como lo siguen haciendo quienes exigen que la opinión pública dirija el transcurso de la historia.

Para ellos, un solo mensaje: su tiempo terminó y el chaleco, con mangas y todo, tiene que ser reivindicado.