Por:Raul Gaofre
Un canto vallenato dice por ahí que en la vida hay cosas del alma que valen mucho mas que el dinero. Una de ellas es la amistad, digo yo. Esta nota es un elogio a ese noble sentimiento.
Querido Rodrigo,
No resulta para nada fácil estar aquí parado evocándote y la razón es muy sencilla: cuesta demasiado asimilar esa tremenda evidencia como es que ya no estas más entre nosotros. Y volviendo a los vallenatos que exaltan la amistad de manera recurrente, aquí frente a tus cenizas se entiende mucho mejor lo que en su momento sintió Escalona cuando le compuso esos versos tan sentidos a su amigo del alma Jaime Molina diciéndole que hubiera preferido la otra condición: que Molina le pintara el retrato y no tener que sacarle el son.
Hoy estamos congregados muchos, muchísimos de tus amigos y amigas que tanto te quisimos en vida para rendirte un homenaje a ti y a tu memoria, después que de esa manera tan sorpresiva por lo inesperada y sobre todo por lo prematura se te cumpliera el plazo que te diera el Todopoderoso para llevarte con Él al mas allá, ahora a disfrutar merecidamente de la dicha eterna en compañía de tu Gloria del alma y de todos aquellos queridos amigos que nos han precedido en ese tránsito. Precisamente esa doble circunstancia de sorpresa y anticipación, unida al enorme vacío que deja tu ausencia, es la que nos hace a todos los que estamos aquí presentes quererte mucho más después de tu partida para la Eternidad.
Siempre tuviste el don especial de saberle llegar a la gente y cautivarnos a todos con esa manera de ser tuya querendona, si se quiere amorosa, con la cual siempre conseguiste que hasta tus muy humanas flaquezas quedaran ocultas detrás de esa espléndida simpatía tuya que albergaba tu maravilloso corazón y que sabías irradiar de manera ilimitada.
Quienes tuvimos el enorme privilegio de compartir y recorrer contigo un trecho largo de la vida desde la adolescencia en la juventud hace ya más de medio siglo, tuvimos innumerables oportunidades para asimilar en toda su extensión la verdadera esencia de tu forma muy especial de ser. Ante todo fuiste siempre, en las buenas y en las malas, un amigo así resaltado en mayúsculas y en el mejor sentido de esa mágica palabra.
¡Qué vaina! Ahora que vivimos estos momentos dorados en la adolescencia de la vejez y nos sobran ratos para compartir y evocar recuerdos gratos de felices tiempos vividos, nos vas a hacer una falta demasiado grande para disfrutarlos a plenitud, como tantas veces en que nos invitabas al jardín de tu casa paterna a saborear un delicioso tequila reposado con unas buenas botanas y a dejar que el tiempo transcurriera lento en unas tertulias estupendas.
Esa casa vieja -la única que sobrevive en todo el vecindario- es testigo de tantas experiencias y vivencias, todas ellas inolvidables en buena parte gracias a ti. Allí nos reunimos a festejar tus 18 años, en aquella memorable ocasión en que muchos nos vestimos de smoking por primera vez. Allí también nos ponías los últimos éxitos musicales recién salidos en Europa y que -nunca entendí como lo conseguías- literalmente oíamos en forma simultánea con Londres y París. Eran las mismas canciones que después íbamos en patota a bailar en La Bomba con los Crickets, los Flippers y los Speakers y donde, gracias a ti, no solo nos sentíamos si no que éramos los dueños del lugar.
Como el buen cineasta que siempre llevaste adentro, tu ya habías visto o conocías las mejores películas del momento incluso antes que llegaran a Bogotá; para ti hablar de Antonioni, Buñuel, Fellini, Kubrick, Visconti era lo mas normal del mundo y seguramente ellos marcaron tus posteriores derroteros en ese difícil arte. Y ni hablar de cuestiones de modas, pues siempre tuviste una debilidad especial por la buena ropa y una elegancia sutil para lucirla. Si no que lo diga aquella famosa chaqueta “Pierre Cardin” tuya que tanto dio de qué hablar. En fin, podría extenderme y no acabar nunca rememorando un montón de recuerdos y anécdotas tuyos que tienen un común denominador: la felicidad conque siempre encaraste la vida.
Rosalba, quien te dedicó y a quien le dedicaste los mejores años; Ana María y sus hijos, los tuyos, Manuela y Juan Ruy; nuestra siempre querida Pilar y su familia; y muy especialmente Álvaro, sin duda el mejor y el mas grande de todos tus amigos y tu mejor guía en la vida; todos ellos, aún en medio de la infinita tristeza por la pérdida irreparable que significa tu inesperada partida, estoy seguro que sabrán encontrar consuelo y ojalá experimentar alguna alegría en la enorme satisfacción de sentir y saber que en tu paso fugaz por este mundo fuiste de aquellos que hicieron camino al andar y que ese camino quedará marcado para siempre con la huella profunda e imborrable de todos esos recuerdos eternos y por lo mismo inolvidables de la persona extremadamente jovial, del hombre de bien que siempre fuiste.
Puedes estar seguro que todos y cada uno de quienes vinieron hoy a darte su adiós en esta reunión de amigos tan grata y concurrida me acompañan de corazón para decirte: ¡Gracias Rodrigo; gracias por haberte conocido!