Por: Andrey Porras Montejo
Al periodismo le corresponde no disfrazar los planteamientos personales, desfasados y desmedidos, en lo que puede denominarse libertad de expresión.
Utilizar una grosería como calificativo hacia una persona, puede ser considerado como superficial, aunque la mayoría de la sociedad lo acepte como un gesto común entre amigos o como un acto justificable en la calentura de una pelea.
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Sin embargo, escucharla en un medio radial, refiriéndose a una persona que acaba de emitir un comunicado por algún altercado, simplemente, resulta frívolo.
El caso mencionado ocurrió el 5 de marzo del presente año, durante el programa “Mañanas BLU”, en la emisora Blu Radio. Felipe Zuleta calificó al joven Nicolás Gaviria, protagonista del reciente escándalo entre las altas esferas sociales bogotanas y la Policía Metropolitana, de “Huevón”, después de que se leyera su comunicado abierto, en el que dicho joven afirmaba asumir las consecuencias legales de sus actos. No habiendo terminado la noticia, Juan Lozano, antiguo director del Partido de la U, quien oficia también en la mesa periodística, quizá para salvaguardar la imprudencia anterior, reafirmó el calificativo grosero, esta vez con eufemismos propios de su condición de ex congresista y excandidato a la alcaldía.
Por otra parte, el programa de la emisora mencionada tiene una interesante presentación cada mañana donde se afirma que el periodismo debe realizarse “…sin exageración, sin especulación…”, lo cual obedece a una manera distinta de presentar las noticias, siempre en contraste de opiniones y con una buena dosis de pensamiento crítico. Sin embargo, el caso descrito arriba, así sea por espacio de unos cortos minutos, contradice completamente la ideología promulgada por el programa y manifiesta una negación implícita que ataca la profundidad del periodismo colombiano.
Pienso que es troglodita la discusión de si los medios de comunicación deben o no producir significados no banalizados, salirse un poco del amarillismo y hacer investigación para lectores u oyentes avisados, que cada día exigen más altura en lo que consumen. Es troglodita porque las esencias no se negocian, lo que define una disciplina, no es cuestionable, por lo tanto, por más emotividad que proponga una noticia, como la de la borrachera fenomenal del sobrino de un expresidente, a quien no disculpo, no es justificable, bajo ningún motivo, el utilizar esa clase de calificativos, máxime cuando se trata de un programa radial con una reconocida altura periodística.
Estoy a favor de las nuevas propuestas, celebro desde los portales de ironía hasta las transformaciones de lo tradicional, aplaudo igual la inteligencia de un artículo publicado en Actualidad Panamericana o Mundo Today, como la profundidad y el seguimiento del periodismo investigativo en cualquiera de nuestros bien calificados medios de comunicación, y esto porque la inteligencia se transforma en lucidez o en mordaz parodia muy fácilmente. Pero con lo que resueltamente no me siento a comer es con los argumentos amañados, las versiones del mundo tendenciosas o alarmistas, y por sobre todo, las generalizaciones ignorantes.
El periodismo puede cometer errores, su recurso a la fe de erratas o a la rectificación le da la coyuntura de ser hermosamente falible, como son falibles los significados humanos, pero a lo que sí no tiene derecho el periodismo es a, en nombre de la libertad de expresión, preconizar caprichos personales.
Allí, el azul se vuelve negro, y la radio regresa al espíritu irresponsable de hace algunos años.