Por: Carlos Fradique-Méndez
Abogado de Familia y para la Familia
DIPLOMADO EN EDUCACIÓN PARA LA VIDA EN FAMILIA
Se aferra la idea de que tenemos una generación que puede llamarse los hijos de la tecnología o hijos de la revolución tecnológica. El avance del mundo de la tecnología es inevitable, pero hay que impedir que los PC reemplacen los CP (Cerebros personales) y que el chat sustituya la conversación oral y directa entre humanos, que los televisores releven los abrazos y la ternura de los padres y que el computador y el celular en todas sus formas se empoderen como elemento esencial del ser humano.
La aparición de nuevas máquinas ha generado verdaderas revoluciones en el entorno de las personas y en la economía de los pueblos. Desde la rueda hasta los maravillosos computadores. Basta con recordar la llamada Revolución Industrial a partir de 1.750 que duró cerca de 100 años y que transformó las máquinas manuales por las movidas a vapor, acortó las distancias, multiplicó la producción y redujo los tiempos de producción.
De manera más transcendente el transistor y luego el computador han cambiado el mundo y ahora lo hacen a velocidades inimaginables desde hace un par de décadas. El llamado hardware de computación es la máquina física, es como cuerpo y carne, que para funcionar requiere de software que puede ser como la mente de la máquina. Sus transformaciones asombran y más ahora con el recurso de la nanotecnología o manejo de la materia a escalas pequeñísimas de tal manera que en una memoria micro se pueden almacenar millones de datos. Pretende semejar las células humanas.
En todos los hogares hay un televisor, un computador y un celular. Estos aparatos han desplazado al personal humano que ayuda a la crianza contando entre ese mundo de aparentes zombis a los padres y criadores. Un niño que tiene sueño se deja al cuidado de un televisor para que se duerma. Ya no son los brazos que arrullan sino el narrador de Disney el que provoca el sueño. En los restaurantes el cuadro es aterrador. El niño de dos o tres años sentado en la silla de bebés y al frente una tableta que repite una película de entretención en tanto que la mamá o el papá chatean con sus amigos o amigas. La mesa se ha deshumanizado y la familia se ha desintegrado. En la mesa se rinde culto al silencio oral, a la comunicación entre mudos porque todos están atentos a las voces o llamados de sus máquinas de tecnología lo que al final genera adicciones tan graves como las del alcohol, cigarrillo o drogas.
Y si los niños lloran o demandan la atención de sus padres lo común es que estos levanten la voz y les ordenen que se callen. Y como los papás están ocupados con sus labores profesionales o con el amigo o amiga afectiva de turno los hijos se van sintiendo desplazados ignorados y para llamar la atención ante oídos sordos toman decisiones que lesionan gravemente su futuro. En gran parte el resentimiento, la rebeldía, el consumo de sustancias prohibidas, los embarazos tempraneros, el inicio de la convivencia en pareja se debe al maltrato físico, psicológico, económico y afectivo de los progenitores.
Y como los niños son considerados problemas en las escuelas y colegios la receta inmediata es la de que deben ser orientados por psicólogos que practican sesiones interminables y sin resultados aparentes, a sabiendas de que las terapias y recomendaciones deben ser para los padres que se consideran autosuficientes y libres de culpa, siendo que muchas lesiones que tienen los hijos son causadas por el pésimo manejo que los padres dan a la educación, formación y afectividad de sus hijos.
Es necesario hacer un llamado a todos los padres para que impidamos que haya MAS HIJOS DE COMPUTADORAS Y CELULARES y regrese al hogar, el afecto, la ternura, la caricia, la canción de cuna en labios de la madre o del padre. Que el hogar se vuelva a humanizar.
Bogotá, 16 de marzo de 2015
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