Entre las bacterias que producen meningitis, el meningococo es una de las más frecuentes y prácticamente por cada minuto que transcurre, se produce en el mundo un nuevo caso de meningitis meningocócica, una infección causada por una bacteria llamada Neisseria meningiditis que ataca las meninges, las membranas de tejido que cubren el sistema nervioso central.
La meningitis meningocócica es una de las más frecuentes y puede causar también una infección generalizada -sepsis meningocócica o meningococcemia- y producir la muerte en 24 o 48 horas. [1]
La enfermedad es letal en uno de cada 20 niños afectados por meningitis y además muere uno de cada tres con meningoccemia. En casos de sepsis meningocócica, la muerte puede ocurrir apenas 12 horas después de iniciados los primeros síntomas. [2]
La enfermedad, que causa unos 500.000 casos al año y al menos 50.000 muertes, es prevenible por vacunación. [3]
Según en el Instituto Nacional de Salud de Colombia, se han notificado 146 casos de meningitis bacteriana, de los cuales se han confirmado 52 (20 casos por meningococo, 20 casos por neumococo, 8 casos por Haemophilus y 4 casos por otras bacterias) a la semana 14 del Boletín Epidemiológico Nacional.
Si bien esta enfermedad puede ocurrir a toda edad, sus víctimas más frecuentes son los menores de 5 años, y dentro de este grupo el impacto mayor ocurre entre los lactantes menores de un año, con un pico entre los 3 y 6 meses de edad. Sin embargo, en muchos países de Europa y América del Norte (EE.UU. y Canadá) se observa un segundo pico en adolescentes y adultos jóvenes.[4]
Los países que han establecido estrategias efectivas de vacunación para controlar la enfermedad han optado por la vacunación a adolescentes, ya que al ser estos generalmente los portadores de la bacteria, si se los inmuniza se corta la circulación del virus. Tal es el caso del Reino Unido, Canadá y Holanda. Argentina, en línea con esa estrategia, ha anunciado en marzo de 2015 la vacunación contra la meningitis por meningococo para adolescentes además de niños.
Una enfermedad que requiere prevención por vacunación
Aun con los cuidados apropiados y el tratamiento oportuno, muere entre el 10 y el 20% de los afectados, pero la mortalidad aumenta hasta la mitad de los casos si la infección se agrava y disemina a través de la sangre (sepsis o meningococcemia). [5] La meningitis siempre debe considerarse una urgencia médica y es de notificación obligatoria.[6]
Además de su alta mortalidad y de la rápida progresión de sus síntomas -que inicialmente pueden confundirse con los de la influenza, y por eso no siempre es fácil el diagnóstico-, la meningitis meningocóccica deja secuelas: uno de cada 5 sobrevivientes sufre daño cerebral, pérdida auditiva, amputación de alguna de las extremidades y/o dificultades para el aprendizaje. [7]
El meningococo es, actualmente, la principal bacteria que genera la propagación de brotes de meningitis. [8] Las tasas de incidencia oscilan entre el 0,2 a 2,4 casos/100.000 habitantes, pero en la zona de mayor expansión de la infección, el llamado “cinturón de la meningitis”, en África, puede atacar a 1.000 de cada 100.000 habitantes durante las epidemias. [9]
El año 2000, poco después de una peregrinación a La Meca, se registró el último brote a nivel mundial con la expansión del serogrupo W. Ese serotipo de la bacteria había sido aislado durante la década del ’60 en los EE.UU pero hasta ese momento no revestía agresividad. Sin embargo, ese año causó unos 400 casos de meningitis por meningococo reportados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ningún país de América Latina está exento de sufrir un brote.[10] El serogrupo W ha incrementado el número de casos en Chile desde el 2012 y hoy es el principal serogrupo causante de enfermedad meningocócica invasiva, asociada a una alta letalidad.[11]
Es importante resaltar que la meningitis por meningococo es una enfermedad prevenible por vacunación. Hay vacunas conjugadas contra el serogrupo C y otras, también conjugadas pero tetravalentes, que cubren contra los serogrupos A, C, W e Y. Las vacunas conjugadas, a diferencia de las polisacáridas, reducen la portación y ayudan así a la protección del resto de la población no vacunada (inmunidad de rebaño).[12] Actualmente, las vacunas conjugadas pueden aplicarse en niños menores de un año y hasta adultos mayores. [13]