Por: Andrey Porras
Los 15 largos días del paro de maestros dejan un sinsabor gigante en la opinión pública, pues de sus interpretaciones solo queda una idea tremenda y general: en Colombia se sabe muy poco sobre educación.
Los primeros acusados por esa ignorancia son los medios de comunicación, quienes desviaron el debate hacia la injusticia de hacer ver la felonía de los maestros por dejar a sus alumnos sin clase. Error, el problema no era ese, pues el derecho a la protesta es universal, el problema reside en necesitar de la desesperación, de las medidas de hecho para que en Colombia haya transformaciones.
Segundo acusado, los maestros (¿o FECODE?). Los puntos fundamentales de la negociación giraban en torno al incremento en los salarios y la eliminación de las pruebas de ascenso. Error por omisión, los problemas no son solo esos, nadie planteó el tema de la calidad sostenible a través de la jornada extendida, o el problema de las diferencias que hay entre los dos grupos salariales, gracias a los maestros del decreto 2277 o los del 1278. Además, qué tiene de presentable pelear por una evaluación cuando son los profesores quienes la aplican constantemente a sus estudiantes. Una máxima pedagógica versa que, en el ideal, el profesor evalúa lo que él mismo sabe hacer, entonces, ¿por qué molestarse por medir su propio conocimiento?
Tercer acusado, el gobierno y su ministra. Sacando pecho por su negociación, llegó hasta entenderla como un “caminar por la senda de una Colombia más educada”. Error, ni el salario ni la evaluación de los maestros a partir de su práctica educativa tienen que ver, directamente, con la calidad de la educación. El verdadero problema reside en los procesos de aprendizaje, la disposición del currículo, la didáctica, la evaluación cualitativa y/o cuantitativa, los niveles de lectura, escritura y lógica matemática, los resultados en exámenes estandarizados internacionales, y el plan de formación del carácter. Además, el evaluar la práctica educativa es tan solo una de las dimensiones que exige el ser maestro, por lo que si solo se evalúa este criterio, tal valoración resulta incompleta.
Como maestro, padre de familia y ser humano, lamento que nuestra sociedad tenga tantas confusiones alrededor de una profesión que sienta las bases del futuro: porque si los medios de comunicación, los maestros y sus instituciones representativas, y el gobierno mismo no tienen claro por dónde atacar el problema, la cadena de quejas, injurias, reclamos e insatisfacciones se extenderá por otras cuantas generaciones más.
Es conmovedor ver en las redes sociales la desilusión de los maestros con el paro y su posterior recolección de firmas para destituir a los directivos de FECODE (o ¿MEJODE?); es irrisorio escuchar en los medios cómo los periodistas no pueden explicar ni comprender el problema, aliviando a sus escuchas o lectores con lugares comunes como el de “noticia en desarrollo” o el de hacer preguntas obvias durante entrevistas; y es indignante ver el rostro de algunos gobernantes quienes, en su gesto para la foto y el titular, demuestran la satisfacción por haber sacado provecho político de toda la situación.
La educación es otra cosa diferente, no tiene nada que ver con intrigas salariales, ni con demagogias políticas ni con angustias noticiosas ingenuas; quienes la intentamos ejercer, creemos en una labor silenciosa, que transforma la perspectiva de entender el mundo.
Nada más lejos de ello que lo expuesto en estas últimas semanas donde pareciera que la educación quedó en el último lugar.