La mujer que revolucionó la industria editorial al crear quizá la agencia literaria más importante para los escritores en español apagó su llama a los 84 años, Carmen Balcells, la custodia, impulsora, editora, de la carrera literaria del escritor y Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Marqués. Carmen Balcells, “La Mama Grande” quien falleció este lunes en Madrid era quien movía los hilos de la literatura hispanohablante desde que el ‘boom’ latinoamericano eclosionó en los sesenta.
La ‘Mamá Grande’, como le llamaban en alusión al omnipotente personaje de Gabriel García Márquez (quizá el más ilustre de sus representados), marcó un hito en el negocio editorial al tener en su cuerda, en distintas épocas, una constelación que incluía también a Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, Manuel Vázquez Montalbán, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Vicente Aleixandre, Camilo José Cela, Rafael Alberti, Alfredo Bryce Echenique, Miguel Ángel Asturias, Juan Goytisolo y Juan Marsé, entre otros.
Era el año 1975 y ya García Márquez era García Márquez. O Gabo, a secas. El fundador de ese país sin márgenes llamado Macondo. La trama de la novela que estaba próxima a llegar a las librerías de Hispanoamérica aquel año era bien conocida por Carmen Balcells.
Narraba la historia de un dictador que se hacía viejo a orillas del Mar Caribe. Un retrato que podía tener el rostro de cualquiera de los tiranos que derramaban sangre y lágrimas en este lado del Atlántico. Duvalier, Pinochet, Trujillo, Somoza.
Se llamaba ‘El otoño del patriarca’ y había sido escrita por Gabo en un hotel pobre de París. Desde su agencia en la Diagonal 580 de Barcelona, frente al parque Calvo Sotelo, Balcells seguía página a página la historia y apuraba al escritor colombiano para que terminara lo más pronto posible.
Ella tenía sus razones: el hijo de Aracataca no solo era una de las figuras cardinales del Boom latinoamericano sino uno de los más leídos desde que había sorprendido al mundo con sus ‘Cien años de soledad’.
En medio de la prisa y de la presión de decenas de librerías, los primeros ejemplares de ‘El otoño del patriarca’ se imprimieron rápido y se pegaron mal.
Tanto, que lo que ocurrió justo el día de su lanzamiento mundial, en México, quedó para siempre grabado en las retinas de esta catalana obstinada que se había convertido en agente literaria por pura casualidad: cuando el presentador de la obra, Jacobo Zabludovsky, abrió la novela delante de todos, las hojas del libro salieron a volar.
“La hojarasca propiamente dicha, el otoño de verdad”, se lamentaría la mujer muchos años después ante el diario El País de España.
Cada vez que regresaba a esa fecha de 1975, Balcells se veía a sí misma como una mujer que no paraba de llorar, agobiada por la vergüenza y apenas consolada por un esposo impotente. “No puede ser, no puede ser” —se repetía la mujer—. “Con tanto amor que se ha hecho, con tanta genialidad que esta novela ha sido escrita”.
Pero la anécdota habría de sellar para siempre la amistad de Gabo y de su agente. Fue de allí que nació la frase que hasta hoy, el día de su muerte, conservó enmaracada, tal y como el colombiano se la regaló: “El sueño de mi vida es poner una agencia literaria y tener un autor como yo”.
Fue de allí, también, de donde nació la dedicatoria que el futuro Nobel le dejaría estampada en el primer ejemplar de esa edición mediocre y apurada. Y la dedicatoria eterna de una de las más bellas novelas de amor que se han escrito en lengua castellana, ‘Del amor y otros demonios’: “Para Carmen Balcells bañada en lágrimas”.
Es que Balcells fue, sin duda, la ‘Mamá grande’ de la obra literaria de García Márquez. Quizás ella no lo intuyó la noche en que comenzó a leer, por recomendación de un amigo, los cuentos que un joven escritor colombiano había escrito más de una década atrás, justamente ‘Los funerales de la mamá grande’.
Preguntando aquí y allá dio con otro volumen de cuentos, ‘La increíble historia de la Cándida Eréndida y su abuela desalmada’. Carmen estaba recién casada con Luis Palomares y el día la sorprendió leyendo, junto al esposo, los dos igual de hipnotizados, todos las historias de aquel libro.
Muchos años después, frente a la grabadora de alguno de los pocos periodistas que tuvo la suerte de entrevistarla, ella recordó haber haber memorizado, desde entonces, el que toda su vida creyó el mejor de los relatos de Gabo: ‘Muerte constante más allá del amor’… “Al senador Onésimo Sánchez le faltaban seis meses y once días para morirse cuando encontró a la mujer de su vida”…
Carmen no tenía aún 30 años pero sí una novel agencia cuando comenzó a descubrir, uno a uno, a los autores del Boom latinoamericano. Al Vargas Llosa que en 1963, y con algo más de 26 años, se quedaría con el premio Seix Barral gracias a ‘La ciudad y los perros’.
Al Julio Cortázar que en ese año de delirio publicaría ‘Rayuela’. Al Carlos Fuentes que fundaría un estilo de narrar con ‘La muerte de Artemio Cruz’. Al José Donoso de ‘El lugar sin límites’. Al Cela que se quedó con el Nobel de 1989.
Al Gabo que tapizó de mariposas amarillas nuestras letras con la leyenda de una estirpe entera condenada a cien años de soledad y llevó los sonidos del vallenato ante la Academia Sueca de las Letras.
La catalana acabó convertida, pues, en la matrona del Boom. En la mujer encargada de no solo de venderlos, si no de traducirlos. Al mismísimo mandarín, si era necesario, como lo logró con Gabo. Y a veces en una fabricante de caprichos.
Se sabe que García Márquez, por los días en que volvió a sus buenos tiempos de reportero, la llamó un día desde México pues necesitaba el número exacto de los latinoamericanos exiliados en España para escribir una nota.
De inmediato, alguien de la agencia, por orden de Balcells, comenzó a llamar a todos los consulados para tratar de llegar a una cifra. Otro día, el hijo en apuros era Vargas Llosa.
Estaba en las antípodas y había perdido su American Express. Enterada de la urgencia, Balcells hizo enseguida una llamada y gestionó un duplicado de la tarjeta que al día siguiente debía ser entregado en el mismísimo rincón del mundo.
Conocida por su carácter recio, por no dar consejos sino órdenes y por parecer a veces más preocupada por las cuentas que los cuentos, gestos como esos eran tal vez las formas que inventaba para demostrar cariño. El propio Gabo escribió que alguna vez la llamó por teléfono para preguntarle: “¿Me quieres, Carmen?”. La agente respondió con una frase que en la pluma de García Márquez pronto se hizo leyenda: “No te puedo contestar, eres el 36,2 % de nuestros ingresos”.
Ella misma no quiso nunca escribir esas anécdotas. Parece sacado de una prodigiosa imaginación —como la de Gabo, sí— pero es verdad: la mujer que descubrió a la más grande generación de autores latinoamericanos y desechó a malas plumas en ese camino se declaraba incapaz de escribir con gracia un solo párrafo.
Ella prefería declararse una lectora más que una agente literaria. “La lectura es el acto más libre y solitario de un individuo. No se puede aprender nada sin leer y, cuando encuentras algo que te complace, es un placer irrepetible, una auténtica orgía del cerebro. Para experimentarla, no es ni siquiera necesario dedicarle muchas horas: leer 20 páginas de un libro importante te puede cambiar la vida”.
Porque si eres un buen lector, repetía, podrás develar los misterios con los que una buena obra ha sido escrita. En eso consistía realmente el misterio mismo de su oficio: “El secreto, si lo hay, es encontrar 25 o 30 años antes a ese escritor que se quedará con un Nobel”.
El País de Cali.