Rodeados de violines, guitarras, flautas y otros instrumentos musicales, niños y jóvenes del selvático departamento colombiano del Chocó pasan mañanas y tardes en la Fundación Nacional Batuta de Quibdó dedicados al estudio de las partituras clásicas de Mozart, Chopin o Beethoven.
Algunos tienen tan solo siete años, otros están cerca de la mayoría de edad, pero la sonrisa en su rostro es la misma cuando se acomodan en uno de los asientos de la academia que desde 2001 funciona en Quibdó, capital del Chocó, para recibir la clase del día, de instrumento, de canto, o una iniciación de armonización musical.
Todos estos chicos tienen algo en común: son víctimas del conflicto armado en Colombia, niños desplazados del Chocó, una región selvática en la costa del Pacífico, que además de ser una de las menos desarrolladas del país, es también de las que más ha sufrido la violencia de grupos guerrilleros, paramilitares y bandas criminales.
Sin embargo, la música es un aliciente para ellos porque cuando llegan a la academia, en la que forman parte del programa “Música para la reconciliación”, del Ministerio de Cultura de Colombia, solo piensan en acordes, en notas musicales y en sacarle el mejor sonido a una flauta, a un saxo o a una guitarra.
“La música es un gancho para atraer a los niños y trabajar toda la parte de resocialización y especialmente el trabajo en grupo, porque son niños en condición de desplazamiento, víctimas del conflicto armado”, manifestó a Efe Constantino Herrera, coordinador y profesor de la Fundación Batuta y de la Orquesta Sinfónica Libre de Quibdó.
Según Herrera, en la Fundación se reúne todo tipo de niños. “La atención es para todos, para diferentes etnias indígenas, mestizos, afrodescendientes, aquí no se le dice ‘no’ a nadie, ni le hacemos examen a nadie, todo niño que llegue a Batuta y quiera estudiar música se le recibe sin cobrarle nada”, comentó.
Herrera, que trabaja con Batuta desde hace diez años, explicó además que a nivel de enseñanza los niños comienzan con estudios de ensamble (armonización) musical durante cinco semestres.
“Y si se les ve aptitud y deseos de desarrollar bien la parte musical inician trabajo con orquesta pues la idea es que lleguen a formar parte de la Orquesta Sinfónica Libre de Quibdó”, afirma.
Para no reñir con el horario de clases en los colegios, Batuta trabaja todo el día, “así los niños que estudian en la mañana vienen en las tardes, y los que estudian en las tardes vienen en la mañana”, asegura Herrera.
El profesor destaca entre los que llegan a la Fundación a un grupo de indígenas que también son desplazados por la violencia.
“Tengo un grupo de casi 25 niños y jóvenes desplazados que son de la comunidad Waunaan, están en las riberas del Atrato”, un caudaloso río que atraviesa Quibdó y que está notablemente contaminado.
Para acudir a las clases de música estos menores tienen que hacer una caminata de unos 30 minutos bajo un sol tropical o la lluvia habitual de la zona, y llegar hasta un punto donde los recoge un autobús que los lleva a los ensayos, afirma.
“Son muy talentosos, muy activos y a ellos les sirvió mucho entrar acá, compartir con otros compañeros, incluso para mejorar el español, porque se reúnen a conversar, hacen música, escriben, y hasta cantamos canciones en la lengua de ellos”, dice.
Herrera asegura que la música ayuda a estos niños y jóvenes a recuperar la confianza que habían perdido.
“Vuelven a tener amigos, vuelven a confiar en las personas después de haber pasado por la difícil situación de escapar de grupos al margen de la ley”, añade.
El programa “Música para la reconciliación” cuenta con 132 centros musicales en 84 municipios y 32 capitales del país, en zonas apartadas y afectadas por la violencia.