Por: Carlos Fradique-Méndez
Abogado de Familia y para la Familia
DIPLOMADO EN EDUCACIÓN PARA LA VIDA EN FAMILIA (60)
El matrimonio, como institución y contrato para formar una familia y para garantizar DE MANERA RESPONSABLE la subsistencia de la especie humana, es tal vez el más importante acto en la vida de las personas. Por eso no puede ser improvisado o celebrarse al azar.
Diciembre es el mes en el que más se casan las personas, bien que celebren matrimonio solemne o ceremonia o que celebren matrimonio simplemente consensual. Todavía se escucha el eco de que el matrimonio se celebra para toda la vida y personalmente creo que es un ideal posible. El secreto para que el matrimonio, o si se quiere simplemente la vida en pareja, sea duradero es la renovación permanente, diaria, recíproca de la voluntad política de perseverar en la familia y más si hay compromiso con los hijos, el que dura por lo menos hasta cuando el menor de ellos cumpla 25 años.
Si todos los días al nacer somos nuevas personas, lo cuerdo es que nos aceptemos como nuevos seres. Con la plusvalía que nos da la vida o con las dificultades que nos depare el destino. Escuché decir que nunca los mares tranquilos formen buenos marinos. Así mismo la vida: Sin retos, sin trabajos rudos, sin tareas difíciles de resolver, sin enigmas que demanden razonamientos profundos y agilidad de pensamiento, los días se van sin dejar rastros, ni marcar huellas. Que el matrimonio permanezca es un reto diario que al final de los días, deja valiosas satisfacciones.
Ensayemos lo mínimo que las personas deben saber para contraer matrimonio solemne o simplemente consensual.
Primero: El matrimonio a edad temprana o sin el mínimo de recursos para el cumplimiento de las obligaciones tiene mucho riesgo de fracaso. Primero la formación profesional, el aprendizaje competente de un oficio y luego sí la familia y los hijos. De 23 a 25 años es la edad mínima para pensar en formar una familia.
Segundo: En el matrimonio uno más uno no siempre suman dos. El ideal es que sumen más porque se trata de dos personas diferentes y con respeto y tolerancia por esas diferencias. El matrimonio debe ser sinónimo de crecimiento.
Tercero: El respeto, el diálogo constructivo, la sinceridad y honradez son pilares fundamentales en la relación de pareja y por sobre todo frente a los hijos. El engaño genera decepción y desconfianza.
Cuarto: La amabilidad, el saludar con amor, el dar las gracias, el tolerar, el no gritar, el no lesionar, ayudan a fortalecer día a día en el matrimonio.
Quinto: El matrimonio es una empresa de dos y como tal ambos deben aportar para formar un patrimonio y para el crecimiento del hogar. El recostarse en el apoyo del otro genera duras consecuencias si el matrimonio llegare a fracasar o terminar en edades tempranas.
Sexto: No es bueno exigir que nuestra pareja se sacrifique por nuestra felicidad. Eso es egoísmo del más alto calibre. La felicidad es decisión propia y el trabajo, el aporte, para tener un matrimonio feliz es recíproco.
Séptimo: Somos diferentes y como tal debemos respetar esas diferencias las que no deben ser excluyentes. Temas como la religión, la política, los deportes y la economía deben tratarse sin apasionamientos ni fundamentalismos.
Octavo: Siempre se encontrarán “amigos” y “amigas” que son enemigos de nuestro matrimonio. Ojo con ilusionarse. Luego de saber que han logrado romper el matrimonio nos dejan frustrados y muchas veces al borde del abismo.
Noveno: Es fácil encontrar “razones” para el divorcio, pero es más satisfactorio saber al final que no había razones graves para haber roto el matrimonio. Los encuentros matrimoniales de vez en cuando y cuando sean necesarios son muy útiles para fortalecer la vida en familia.
Décimo: La solidaridad es decisiva en el matrimonio, pero ojo con ser solidarios cuando de conductas ilícitas se trata. Uno acompaña a los amigos, pero nunca se entierra con ellos. El amor no puede ser ciego hasta el punto de impedir ver o barruntar que nos están utilizando como idiotas útiles.
Bogotá, 30 de noviembre de 2015.
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