A los 9 años Cristian Rojas ingresó a los servicios del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron), después de haber vivido en las calles, en Bogotá. Las condiciones en las que fue encontrado por el equipo territorial que recorre la ciudad no eran las mejores. Vivía en las calles del centro con otro amigo, donde deambularon por cerca de tres años, antes de entrar a los servicios del instituto. “Creo que me había perdido y no me buscaron, entonces quede en la calle”, cuenta.
“Con él nos cuidábamos, teníamos problemas de adicción al consumo de sustancias psicoactivas, entonces la única manera de sobrevivir en la calle era levantarnos plata para consumir. Si yo consumía mi amigo me cuidaba, él no consumía y así, si él era el que consumía”, relata de su tiempo viviendo en la calle.
Debido al alto consumo que presentaban él y su amigo fueron enviados a diferentes internados fuera de Bogotá, donde duraron alrededor de 4 años.
“Como ya no había nada de drogas nos rehabilitamos en este aspecto, y aprendimos muchas cosas, panadería, teatro. Ya después nos trajeron a Bogotá, nos internaron en Arcadia que es un proceso de muchachos entre 11 y 14 años”, recuerda Cristian.
En este espacio empezó su educación básica para luego ir a la Unidad de Protección La Florida donde permaneció los últimos 6 años de su proceso en el Instituto.
“Allí trabajamos desde el área de liderazgo, nos formamos para ser líderes. Se maneja un autogobierno que está conformado por Secretarios, Alcalde, fue aquí donde empecé mi parte deportiva”, cuenta Cristian.
Cuando conoció el deporte su vida cambió. Empezó a practicar Jiu-jitsu, que es un arte marcial japonés clásico que contiene una variedad de combates modernos basados en la defensa sin armas.
“Al paso de 4 años de solo hacer deporte en la Florida uno de los directores de deporte nos vio y nos vinculó a la Federación Colombiana de Jiu-jitsu, entonces empezamos a seguir el proceso con la Federación cuando estábamos internos”, relata.
De hecho, el apoyo del Idipron fue fundamental en su desarrollo como deportista, ya que apoyaron sus viajes a torneos fuera y dentro del país. “El instituto nos patrocinó todos los viajes que hicimos, salimos del país a Rumania, Brasil, estuvimos en un mundial en Cali. De acuerdo a los logros, teníamos salidas a otros lados”, sostiene este joven.
Para él el deporte se convirtió en su estilo de vida y ha marcado gran parte de lo que hoy es como ser humano. “Una autoestima cada vez más alta, porque hay logros, porque he sido campeón mundial, porque he viajado, y como quiero ser un ejemplo soy humilde, entonces entre más logros más humilde y enseñando todo lo que pueda a los demás”, señala.
Ha sido Campeón Mundial en su disciplina, en Rumania; Campeón Suramericano en Río de Janeiro, Campeón en los Juegos Nacionales y subcampeón del World Games 2013 en Cali.
Después de salir del Idipron a los 18 años a prestar su servicio militar, decidió volver al instituto con una misión muy especial: retribuir un poco de lo que durante muchos años le dieron.
Por esta razón, se convirtió en uno de los tutores que acompaña a los jóvenes del instituto en los diferentes procesos que adelantan. “Me apropio del tema y habló del Jiu-jitsu pero también de la vida, me enfocó en las lecciones de vida que debo decirles a los muchachos porque creo que deben ser más conscientes de su vida, más allá de ver una materia, es la construcción de un proyecto de vida. Si la tiene clara, sale y toma decisiones, pero sino no sirve nada lo que aprendan”.
Para él, uno de los mayores referentes en su vida ha sido el padre Javier de Nicoló, fundador del Instituto hace 49 años. “Nos enseñó muchas cosas, entre ellas algo muy cierto: si nosotros educamos a un joven que es de la calle su crecimiento personal va ser más grande que una persona que lo ha tenido todo. Nosotros ya venimos desde abajo y sabemos lo que podemos afrontar”, destacó.
Y su entrañable amigo, con el que antes andaba las calles, también tuvo una historia de vida diferente, hoy estudia trabajo social y labora en la parte administrativa de Misión Bogotá.
“Me siento muy feliz porque esto no sería tan impactante si no hubiera estado en la calle, sería algo normal. Me siento muy feliz de ese proceso que tuve, y la diferencia que va marcar hoy mi vida es que soy un ejemplo para nuestros muchachos, que ellos se enteren de que sí se puede hacer todo lo que uno se propone”, puntualizó este joven de 20 años para quien algo es claro: todos los sueños son posibles y se pueden hacer realidad.