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Opinión

BUEN VIAJE PAPÁ

Pedro Arias Por: PEDRO ARIAS*
“Dios antes de perder a los hombres los hizo ambiciosos”, decía mi padre refiriéndose a aquellos hombres que caen en la tentación, a la que frecuentemente ceden los colombianos: la de aprovechar su cuarto de hora en el poder para enriquecerse. Relativamente pocos son descubiertos y denunciados. La mayoría pasa de agache.

Y contemplando la tragedia de tantos a quienes se ven disfrutando de las mieles de su incremento patrimonial, y luego, su estruendosa caída, se me dio por ponerme a filosofar, como los antiguos griegos, sobre el caso de los ex funcionarios públicos, a quienes la Fortuna los traiciona. Escribí estas letras recordando aquella frase que escuche de mi padre, quien en días pasados emprendió su último viaje.
En el antiguo pensamiento clásico, el Hado o fatum, significaba la ejecución inexorable de los planes determinados por los dioses. Y la única actitud posible del hombre frente al hado era la sumisión o aceptación de sus designios.
El hombre se encontraba sujeto al Hado o fatum con una dependencia parecida a la del siervo respecto a su señor o del reo respecto a su juez, a quien tenía que dar cuenta de su conducta. El hado era identificado con las Leyes de la Naturaleza o con los dioses, pues no era otro que el Orden Universal o Logos que gobernaba el mundo.
Epicteto un filósofo estoico -por excelencia- aconsejaba conformarse con esta idea de la Naturaleza: “Desengáñate amigo mío, la verdadera libertad consiste en querer que las cosas sucedan, no como se te antoja, sino como suceden”.
El hombre era libre cuando se identificaba con las leyes inteligentes que regulan todas las cosas y Epicteto hacía una clara alusión acerca de las leyes inexorables a las que debía someterse el hombre, identificando su voluntad con una Voluntad suprema.
Al contrario del Hado o fatum, la Fortuna, pensaban que era voluble e inconstante. Era la repartidora caprichosa de los bienes temporales y de las riquezas, pero no tenía acceso al interior del hombre. Mientras el mundo de lo material estaba sujeto a los vaivenes de la fortuna, el mundo espiritual, en cambio, estaba sujeto solamente a la voluntad humana. Por eso pensaban que la única solución para hallar el equilibrio de la vida era amurallarse en la fortaleza del interior porque, “No basta la Fortuna favorable para engrandecer a los hombres. Es indispensable ejercer la Virtud al mismo tiempo”.
Séneca también exhortaba a no dejarse influir por los vaivenes de la Fortuna y a no contar con ella. “Es más soportable y más fácil no ganar que perder: Así constatarás que a los que la Fortuna no se ha dignado mirar, son más felices que los que ha traicionado”.
La Fortuna adversa era la personificación del desorden y de los altibajos de la vida humana. La Fortuna favorable era la administradora de los bienes materiales y solo tenía jurisdicción sobre los bienes exteriores, pero no sobre la parte espiritual de la naturaleza humana.
Para los antiguos pensadores la Fortuna era inestable, como el humo. Compañera inseparable de la temporalidad. Repartía las riquezas a su antojo, engañando al hombre que pensaba que le iban a durar.
Resumiendo: es un iluso el que confía en los bienes de la Fortuna. Porque cuando llega la adversidad, esa no tiene amigos, ni deudos, ni padre ni madre. “A muy pocos hizo mejores la prosperidad y a muchos, peores, porque al triunfador generalmente lo hace arrogante, soberbio, desconfiado, despreciador del consejo ajeno, altanero, áspero y cruel con el que no tiene nada”.
Cuánto daño, cuánto dolor y cuánto sufrimiento habrían podido evitar los corruptos si escuchan las voces de la virtud y no los gritos de su codicia.
Definitivamente: “No hay mejor homenaje a la memoria del padre que imitar noblemente sus virtudes».
Buen viaje papá.

* Comunicador Social y Periodista
Email: pedroariasvilla@gmail.com
Twitter: @ariasvillapedro