Por Mauricio Botero Caicedo
Bogotá es una de las ciudades del mundo que tiene más vándalos, vándalos que empuercan nuestras paredes, nuestros monumentos, y nuestros parques. Para los progresitas no se trata de vándalos, sino de grafiteros, artistas espontáneos que demuestran la vitalidad creativa y cultural de la capital.
Indistintamente que se les llame vándalos o grafiteros, la verdad es que las paredes, los puentes, y los monumentos de la ciudad no fueron puestos ahí para servir de lienzos para que estos personajes puedan expresar sus inquietudes artísticas.
La ciudad, según informes de prensa, lleva gastado 675 millones de pesos en limpiar las atrocidades que pintan los grafiteros. Tras el paro nacional convocado en marzo pasado por los sindicatos, la Plaza de Bolívar terminó plagada de rayones. Dos semanas antes, el Distrito había invertido $30 millones en una limpieza integral del lugar. Después, el 1º de mayo, unos encapuchados destrozaron las escalinatas que conducen a la estatua de Simón Bolívar, ubicada en el centro de la plaza. Para la reconstrucción hubo que instalar nuevas baldosas de piedra y tallar injertos en cada una. Limpiar con químicos es la única opción. Y hacerlo cuesta cerca de $150.000 por metro cuadrado.
Con los 675 millones de pesos la ciudad sólo ha iniciado el proceso de limpieza. Se calcula que va a necesitar cerca de 67.500 millones, lo que costaría educar a más de treinta y tres mil niños.
¿Tenemos los bogotanos que seguir sufragando con nuestros impuestos la creatividad de estos vándalos? ¿Tenemos que dejar de educar a 34.000 niños por culpa de estos supuestos artistas?
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