Por: Luis Eduardo Forero Medina
La ciencia de la química desde hace mucho tiempo forma parte de la vida diaria; en la agricultura después de miles de años empezó a utilizarse productos para salvaguardar las cosechas de enfermedades, plagas y malezas. La situación pasó inadvertida hasta cuando hace tres décadas se comenzó a hablar de desarrollo sostenible en el Informe Nuestro futuro común de la Comisión Brundtland.
En 1991 se introduce el concepto de agricultura y desarrollo rural sostenibles en la Conferencia de Den Bosch organizada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). A partir de allí, el mayor rendimiento y calidad del cultivo para enfrentar la creciente demanda de alimentos en el mundo, es cuestionada por los ambientalistas por la utilización de herbicidas, insecticidas y fungicidas que dañan el ambiente.
En Colombia a comienzos de la década de los sesenta a los campesinos comenzaron a ofrecerles plaguicidas y demás productos aplicables en los cultivos, presentándose gran oferta y demanda. La situación se convirtió en una cadena irrompible de intermediarios liderados por un puñado de compañías que tradicionalmente han manejado el mercado. Hoy por cuenta de ese ingrediente “milagroso” , el campesino que no siempre recibe orientación sobre las buenas prácticas agrícolas para manejo racional de plaguicidas, invierte a veces hasta la mitad del presupuesto de una siembra. Comparados los precios de los plaguicidas en algunos países de la Región, en Colombia se continúan vendiendo más caros, en detrimento de pequeños, medianos y grandes agricultores.
Desde finales del siglo XX algunos cronistas le vaticinaron dos décadas más de vigencia a la agroindustria; en efecto en 2012 se les frenó aparentemente, al autorizar el gobierno la importación directa de agroquímicos y fertilizantes. Por esas medidas las compañías se vieron presionadas a ceder los registros nacionales de plaguicidas; cartas de autorización que guardaban celosamente. La figura del AIU (‘Agricultor-Importador-Usuario’) copiada del Perú, y presionada por el movimiento campesino, tampoco logró bajar el precio de los agroinsumos. En 2015 la Comunidad Andina de Naciones (CAN), elimina el requisito de solicitar la autorización del titular del registro para importar esos productos con cero arancel.
Aunque los insecticidas se aplican a las plantas, las personas también se benefician, evitándoles enfermedades causadas por vectores porque “los mosquitos deciden morder a nosotros basado en nuestra respiración, temperatura o cuerpo olor”, dijeron en Bayer cropscience. Los Insecticidas, herbicidas y fungicidas se emplean indiscriminadamente y hasta en exceso en países industrializados y en desarrollo. En el mundo se utilizan más de 1000 plaguicidas; en la agricultura, se emplean herbicidas, insecticidas, fungicidas, nematocidas y rodenticidas. Los más peligrosos son el diclorodifeniltricloroetano (DDT) y el lindano, los falsificados, los más antiguos y baratos porque pueden permanecer durante años en el suelo y el agua. Esta situación a veces incontrolable, “provoca la contaminación del agua dulce. Los plaguicidas también reducen la biodiversidad, ya que destruyen hierbas e insectos y con ellos las especies que sirven de alimento a pájaros y otros animales”, dice la FAO. La industria agroquímica concentrada en una decena de empresas, sostiene que “Los modernos insecticidas controlan las plagas de insectos sin afectar a los polinizadores u otros insectos beneficiosos. Los herbicidas suprimen selectivamente las malezas sin dañar los cultivos ”. Sus investigadores igualmente trabajan en nuevos mercados, “incluidos productos biológicos, para promover la agricultura sostenible en el futuro”.
La campaña ecologista a nivel mundial particularmente en las dos últimas décadas ha mortificado el mercado de plaguicidas, pero no al punto de esfumarse, sino de forzar un cambio por plaguicidas “inteligentes”. La FAO estima que en las proyecciones de cultivos para el año 2030, “se supone un menor crecimiento del uso de fertilizantes nitrogenados que en el pasado”. Desde dos años atrás la Universidad Nacional de Colombia explora y experimenta con insumos que ayuden “a suplir las necesidades o desequilibrios resultantes del uso de agroquímicos.”. La agricultura orgánica o a la agricultura NL/AC, es otra de las opciones defendidas por los especialistas. De acuerdo a la FAO “La agricultura orgánica involucra mucho más que no usar agroquímicos”.
Los laboratorios aumentan la innovación, uno o varios de ellos cuentan con un centro de investigación agrícola; suministran los productos y la semilla, para que una vez sembrada produzcan abundantes y saludables alimentos; y asumen que el cliente es el más importante en toda la cadena de valor. En resumen, producen química para un futuro sostenible. FMC Agricultural Products, que adquirió a Cheminova A/S, Arysta, BASF, Bayer, que compró Monsanto en efectivo; Dow Chemical y DuPont, fusionadas en 2015; Syngenta, que sería adquirida por ChenChina, y Yara son algunos de proveedores de esos ítems en Colombia . La región Centroamericana es un importante nicho para la industria, especialmente Costa Rica y Guatemala. Para la FAO una conclusión inevitable es que hay que seguir intensificando la producción de alimentos.
@luforero4