Foto: Defensoría del Pueblo
Deisson Ramiro Mariño Gómez, al tomar juramento del Defensor del Pueblo, Carlos Alfonso Negret Mosquera, se convirtió desde el pasado 23 de noviembre en el primer defensor regional que también es sacerdote. Un honor ganado a pulso, impulsado por su vocación de servir a los demás.
Desde cuando era niño y con sus padres y cinco hermanos trabajaban una parcela en Sativasur (Boyacá), quiso colaborar con la iglesia en su pueblo, la parroquia del Señor de los Milagros.
“Mi familia era muy religiosa, entonces estuve en la infancia misionera, en la juventud misionera y también fui catequista. Pero fue cuando culminaba mi bachillerato en el colegio Señor de los Milagros que llegó un promotor vocacional y me vinculé a la Diócesis de Arauca”, dice el padre Deisson, como lo conocen en la Regional Arauca.
Una vida mundana se le presentaba como otra opción, pero aquel muchacho que en 1992 tenía solo 19 años decidió dedicarse de cuerpo y alma al estudio de la filosofía y la teología.
“Con la ayuda del sacerdote promotor y del párroco del lugar, me hicieron ver que irse al seminario no era ser sacerdote, sino iniciar un camino de discernimiento. Me dijeron: ‘Dios le va a mostrar la luz necesaria para que pueda tomar una decisión’. Y así fue. Luego siguieron los estudios en Bogotá y Villavicencio, y un año de servicio pastoral en Puerto Rondón (Arauca), en 1996”, explica el Regional Arauca.
Otros misioneros le preguntaban: “¿De verdad quiere ser sacerdote para Arauca?”. Buscaban que se cuestionara, que estuviera convencido de una vocación de servicio a pesar de las duras pruebas. “Una etapa difícil fue en Puerto Rondón. En mi tierra natal se vivía la violencia, pero no tan cruel. En ese año veíamos los muertos en la carretera, teníamos enfrentamientos, hostigamientos a la Policía. La casa cural estaba al lado de la Policía. Yo dormía en un segundo piso y cuando escuchaba los primeros disparos, nos tocaba ir a la zona de refugio, que era un cuarto de atrás”, recuerda el padre Deisson.
En 1997 lo enviaron a Villavicencio (Meta). En ese año ocurrió la masacre de Mapiripán y fue con los desplazados de esa tragedia y con la orientación de Pastoral Social de Villavicencio, que tuvo su primera labor humanitaria con víctimas de la violencia armada.
“Estaba en el seminario Mayor de Los Llanos Nuestra Señora del Carmen y empiezo a acompañar a esas familias. Era algo nuevo el tema de los derechos de la población desplazada. Ellos me decían: ‘Lo tenía todo, mi finca, mis animales, mi cultivo y ahora no tengo nada… estoy mendigando’. Y así empecé a unir mi vida sacerdotal con el conflicto”, dice el padre Deisson, mientras sujeta con su mano derecha la cruz de madera que siempre lo acompaña.
En esa época, algunas familias carentes de vivienda invadieron terrenos cerca de Villavicencio y junto con la oficina jurídica de las Pastoral Social de Villavicencio, los ayudó a instaurar acciones de tutela. “Ahí descubrí la importancia del derecho”.
Participó en las Semanas por la paz y acompañó a la comunidad para solucionar problemas sociales, mientras su labor religiosa avanzaba. “El 29 de abril del 2000, durante el Gran Jubileo, el año de la Redención, mi Obispo, monseñor Arcadio Bernal, me ordena Diácono, sacerdote en primer grado, en la Catedral Santa Bárbara de Arauca; y el 11 de noviembre, como presbítero sacerdote en segundo grado. Eso fue en mi natal Sativasur”, explica el padre Deisson.