Familiares y miles de ciudadanos anónimos participaron este sábado, en medio de una enorme emoción, en el funeral de las víctimas del derrumbe del puente Morandi de Génova, en el norte de Italia.
En el inmenso pabellón Jean Nouvel del parque de exposiciones de Génova, 18 ataúdes, cubiertos de grandes ramos de flores y colocados sobre soportes, estaban alineados en una gran alfombra roja rectangular.
Un poco más adelantado, un pequeño ataúd blanco: el de Samuele, de 8 años, caído al vacío junto a sus padres, cuando la familia iba de vacaciones a Cerdeña.
La mitad de las familias de los 38 muertos confirmados rehusó participar en la ceremonia.
Algunos, por considerar -como lo hizo una madre ante la prensa, que calificó el funeral de “farsa”- que el Estado era responsable del drama; otros, que abogaron por despedidas más íntimas.
En el parking situado frente a una de la entradas del lugar, los familiares y amigos afluyeron durante toda la mañana, algunos vestidos de negro, a menudo en silencio.
Una mujer sale de un taxi, llevando una rosa blanca. Luego un hombre, con camisa gris, trae una foto enmarcada, la de una hombre de edad media, vestido con traje y sonriente.
Minutos después, se ve a un anciano llegar de lejos. Avanza con dificultad. Sus familiares lo sostienen, lo mantienen en la sombra, para evitarle el suplicio de un sol de plomo.
“Hemos venido por Marius, mi primo”, dice, un poco más lejos, Ayde Djerri. “Tenía 22 años y estaba en el puente. Iba a su trabajo, con un colega. Era jardinero”.
En el interior de la amplia sala, la emoción crece a medida que llega la gente. Un millar de personas, algunas están allí desde muy temprano, están sentadas detrás de los féretros. Al fondo, miles de personas se mantienen de pie.
– Aplausos –
Muchas veces, resuenan las salvas de aplausos para saludar la llegada de los bomberos, que desde el martes trabajan incansablemente entre los escombros.
AFP / Piero CRUCIATTI
Funeral de las víctimas del desplome del puente en Génova, en Italia, el 18 de agosto de 2018
También es saludada la presencia de futbolistas de los dos grandes equipos de la ciudad, el Génova y la Sampdoria, que llegan juntos, igual que Matteo Salvini y Luigi Di Maio, los dos jefes de fila del gobierno populista italiano.
El último en llegar, el presidente italiano, Sergio Mattarella, intercambia algunas palabras con los familiares en torno a los féretros. Abraza a algunos de ellos, visiblemente emocionado.
Poco antes de mediodía, se inicia la ceremonia. Suenan el órgano y los coros, y el incienso envuelve el espacio.
Una nueva salva de aplausos se produce cuando un sacerdote lee los nombres de las 38 víctimas del viaducto Morandi, y alude a las halladas esta misma madrugada, aún no identificadas.
Y cuando el arzobispo de Génova, Angelo Bagnasco, cede durante algunos minutos su lugar a un imán en honor de los dos albaneses musulmanes que figuran entre las víctimas, un respetuoso silencio acoge sus rituales, en que repite cuatro veces “Alá Akbar” (Dios es el más grande) durante su oración.
“He perdido a un amigo, pero he venido por todas las víctimas” confía Nunzio Angone, que ha acudido por su esposa.
Salvatore Catrini está ahí, también con su mujer, “por la ciudad” y por todas las víctimas, pero también ha perdido a un amigo de infancia.
“Crecimos juntos… El trabajaba en una calle bajo el puente cuando se desplomó”, dice.
Su esposa añade: “Ese día, debía estar de descanso, pero como hacía un tiempo tan horrible, se fue a trabajar y dijo que ya se tomaría un día de descanso más tarde, cuando saliera el sol”. AFP