por Mauricio Botero Caicedo
Según informes de prensa, en el intermedio del concierto que dio en el estadio El Campín el pasado 21 de noviembre, Roger Waters, creador de Pink Floyd, se reunió con la líder estudiantil Jennifer Pedraza. En fluido inglés la representante de los estudiantes de la Universidad Nacional le contó las razones del paro estudiantil. Al terminar de escucharla Waters le confesó que tenía una guitarra lista para dársela al presidente pero después de escuchar a Pedraza afirmó: “Entonces no le voy a dar la guitarra, porque no me sorprende que haga parte de este tipo de políticos en el mundo”
Pero el punto de fondo es que, parece que a doña Jennifer no le importa que haya educación, sino que está educación sea pública. En otras palabras, no les importa que el gato cace ratones, sino el color del gato. Lo que pretenden doña Jennifer y los millares de estudiantes que marchan, es limitar de manera drástica la educación privada, aquella que denominan – de manera equivocada ‘con ánimo de lucro’. Lo único que le importa a los manifestantes, es la educación pública. No parecen entender que lo verdaderamente importante en educación – indistintamente sea pública o privada – es la calidad; y la calidad – por excelencia – radica en la excelencia de los profesores. Vale mucho más un profesor superior que, debajo de un árbol, cobra a los estudiantes por la sabiduría que imparte (como ocurría con Sócrates en la antigua Grecia) que una enseñanza gratuita impartida por un mal profesor, indistintamente que sea en una universidad pública. Lo que pretende Jennifer es imponer un sistema centralizado en donde las necesidades en educación superior las determinan unos burócratas que supuestamente conocen mejor que nadie las materias que satisfacen de mejor manera a los estudiantes y a la sociedad, no, como afirma el chileno José Manuel Silva, “un sistema descentralizado en donde cientos de alternativas pedagógicas compitan en un mercado de educación enriquecido por la experiencia de maestros y padres.”
Reiteramos, como lo dijimos en una columna hace varios años, que la forma de maximizar el gasto en educación superior sería la opción de otorgar un ‘bono educacional’ a cada estudiante con valor determinado, que sea redimible en la escuela de su elección, ya sea pública o privada. Se respetaría la libertad de elegir entre un universo de instituciones universitarias. Así, se desarrollaría un robusto mercado secundario que permitiría a los estudiantes, discriminar entre proveedores buenos y proveedores malos. En otras palabras, el consumidor, no el legislador, ni mucho menos la burocracia del SUE, tendría la última palabra.
Yo no sé si en los pocos minutos en que se entrevistó con doña Jennifer, Roger Walters entendió la magnitud del problema. Si lo hizo, es un genio. Si lo que pasó es que lo manipulo doña Jennifer, lo que en realidad es que Roger Walters es un pendejo.