Por: Juan David Escobar Cubides
El gobierno Duque recibió hace cuatro meses un país descuadernado con infinidad de problemas sustanciales y estructurales. Las expectativas en los primeros meses fueron positivas para el conglomerado nacional, toda vez que los sectores socioeconómicos y los ciudadanos colombianos en un acto de buena fe y de confianza legítima, le proporcionaron una senda aprobación al presidente de la república, pues creyeron en él y se sintieron representados.
Empero, todo comenzó a desvanecerse cuando se anunciaron medidas impopulares despreciadas con ahínco por la población, como, por ejemplo, la mal denominada ‘ley de financiamiento’ o comúnmente conocida ‘reforma tributaria’, la improvisación ministerial, la contradicción con el partido de gobierno, y los constantes enfrentamientos con una oposición agresiva, que únicamente se ha preocupado desde el 07 de agosto por desestabilizar lo propuesto.
Luego, para referirnos a cada punto, debemos manifestar lo siguiente…
Primero, frente a la ley de financiamiento, no hubo pedagogía ni comunicación asertiva con los ciudadanos sobre la necesidad inexorable de tramitar la misma. El ministro de hacienda, Carrasquilla, asumió desde el inicio un comportamiento imprudente, al manifestar opiniones desviadas que carecían de una previa explicación, tales como afirmar que el salario mínimo era muy alto y que subiría impuestos para disminuirle la carga tributaria a los empresarios.
Craso error el del ministro: en primer término, no podía expresarse así frente a los ciudadanos de a pie, pues estos inmediatamente comprendieron un abuso dado que sintieron expuestos sus bolsillos. Y bien sabemos que no hay situación que le duela más a un colombiano como que le toquen su patrimonio. En segundo término, fue un exabrupto considerar elevado el salario mínimo vigente, pues los ciudadanos asumieron dicha afirmación como una degradante afrenta institucional. En tercer término, no les explicaron con rigor a los colombianos los efectos de tramitar una reforma fiscal, por ende, cada cual entendió lo que quiso. Desafortunadamente, el efecto fue funesto porque, comprendieron todo lo negativo; ni un solo aspecto positivo. He ahí el problema.
Segundo, ha relucido abruptamente la improvisación de algunos ministros que, por ser técnicos mas no políticos, desconocen el mero funcionamiento del Congreso y las relaciones con los congresistas, lo que les ha dificultado llevar una relación en sintonía. Es cierto que los gobiernos deben ser integrados por ministros académicos, pero no es menos cierto que también hay que incluir a los políticos, pues hay aspectos del simple funcionamiento orgánico que no pueden desconocerse.
Tercero, hemos observado como el partido de gobierno, Centro Democrático, difiere sin piedad en aspectos trascendentales con el mandatario que ellos mismos ayudaron a elegir. Algunas veces pareciera que no les gustara Duque, lo cual ha causado zozobra dentro de los electores, dado que el conducto regular es encontrar plena coherencia.
Además, hemos comprobado como algunos congresistas se quejan por la falta de representatividad y otros tantos por la carencia de mermelada. Existen quienes todavía no se acostumbran a la escasez de contratos y cupos indicativos. Lo cual ha contribuido también con la poca gobernabilidad del presidente. Finalmente, no podemos ignorar la férrea oposición de algunos políticos que se han dado a la tarea de atacar con virulencia cualquier propuesta del gobierno, no obstante, siendo positiva. Razones de peso para padecer una rimbombante crisis de gobernabilidad e impopularidad.
¡En buena hora, estamos a tiempo de mejorar!