Por: Luis Eduardo Forero Medina
En todos los continentes los alimentos son uno de los tantos productos y servicios que ofrecen cientos de millones de trabajadores en espacios públicos; en las Américas el trabajo informal es inferior al que se vive en África, Asia, el Pacífico y los Estados Árabes; y superior al que se presenta en Europa y Asia Central. De acuerdo a informe de 2018 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), “si se excluye la agricultura, la mitad de la población activa tiene un empleo informal”; lo que significa que dos mil millones de personas – más de 61% de la población activa – se encuentran en el rebusque minuto a minuto.
Es el espectáculo urbano que se vive desde la década de los 70, incrementado en los 90, ese trabajo precario se muestra y se invisibiliza en el área urbana; se olvida el del sector agrícola, donde la informalidad es del 90 %, y el servicio doméstico , que en muchas ocasiones es informal. Genera indignación las llamadas mafias del espacio público y que los gobiernos durante más de medio siglo se hayan levantado con el pie izquierdo para hacerle frente a la rampante informalidad laboral que incluye a menores de edad, mujeres lactantes o cabeza de familia y jóvenes. En el mundo unas 740 millones de mujeres se ganan la vida de manera informal, en un sector “ multicolor, masivo y diversificado”, dice la OEA. Según las Naciones Unidas, en Perú, Bolivia y Honduras 8 de cada 10 trabajadores jóvenes con un empleo pertenecen al sector informal del trabajo; el caso más grave es Haití. En Honduras, Guatemala y Nicaragua los empleos informales circundan un 80 %, siendo mayor el índice en Bolivia. En la región, los países donde más de la mitad de la población económicamente activa está en la informalidad, son México, Colombia, Perú y los 3 países del Triángulo del Norte, indica el Foro Económico Mundial (WEF). En Colombia, indicó la OCDE “a la generalizada informalidad laboral se suman una elevada tasa de empleo por cuenta propia y el hecho de que numerosos trabajadores sean eventuales”.
Despectivamente se les conoce como trabajadores ilegales, trabajo negro, trabajadores sumergidos, trabajadores clandestinos. La constante es idéntica en países emergentes y en desarrollo: A menor educación, el lugar donde se vive, género femenino y mayor pobreza; más informalidad. Aunque “si bien no todos los trabajadores informales son pobres, la pobreza es tanto una causa como una consecuencia de la informalidad”, señalaron Florence Bonnet y Vicky Leung, coautores del informe de la OIT. Un estudio de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) concluyó que “la mayor parte de los pobres pertenece al sector informal de la economía”; aunque muchas personas llegan a la informalidad en busca de flexibilidad e independencia o “al no encontrar empleos atractivos”. En conjunto en América Latina y el Caribe, la tasa de informalidad es del 53% , esto es unos 140 millones de trabajadores que están en esas condiciones (“Políticas de formalización en América Latina y el Caribe”). Para el WEF, los latinoamericanos que tienen empleos informales son alrededor de 130 millones.
La informalidad laboral es lesiva a trabajadores y empleadores; a los primeros se les desconoce el derecho del trabajo; excluidos por generaciones en seguridad social en salud, pensiones, riesgos laborales; prestaciones sociales, seguro de desempleo y extensas jornadas laborales; lo contrario al concepto de trabajo decente. “Para las empresas significa una baja productividad”, dijo Florence Bonnet de la OIT. El estado igualmente lleva su parte, por “una menor recaudación de impuestos y un freno para la productividad de los países”, puntualizó el Banco Mundial. La informalidad impide el crecimiento de las economías latinoamericanas, es un palo en su rueda.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó un estudio que estableció que la economía informal en América Latina supera por primera vez a África Subsahariana; ese fenómeno es calificado como “el problema más importante de los mercados laborales de América Latina y el Caribe”, por David Kaplan, especialista del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). De acuerdo al WEF, “La economía informal o sumergida es muy difícil de erradicar en los mercados emergentes”; fuera que “no puede ser medida, su magnitud debe ser estimada”. La CEPAL la lee como una oportunidad; por ser “ una fuente importante de empleo en la región”.
La OIT atribuye la informalidad a falta de familiaridad con la ley o incapacidad para cubrir el costo de la formalidad. Para combatirla se exponen diversidad de remedios; esa organización plantea “la necesidad de repensar las políticas de formalización”; Julián Messina, economista del Banco Mundial, es partidario de “generar condiciones para que las empresas crezcan, y puedan así ofrecer más empleos de calidad”. El Banco Mundial considera que se debe “promover la inclusión de los trabajadores del sector informal en los programas de seguro social contributivo”. La OEA propugna por “desarrollar nuevas normas que permitan extender a todos los trabajadores la protección que necesitan”.
Con respecto a la transición de economía informal a economía formal, en 2015 la OIT adoptó la Recomendación núm. 204, y una guía práctica; las primeras iniciativas en ese tema. La meta mundial es en l 2030, bajar sustancialmente la informalidad laboral.
@luforero4