La Agencia Espacial de Estados Unidos (NASA) dará el próximo 27 de mayo un paso de notorio significado: por primera vez desde 2011, cuando se cerró el programa de transbordadores espaciales, enviará astronautas al espacio desde territorio estadounidense y en una nave comercial.
Ese día, los astronautas de la NASA Bob Behnken y Doug Hurley emprenderán desde Florida su vuelo hasta la Estación Espacial Internacional a bordo de la cápsula Dragon Crew, de la compañía SpaceX, impulsada por un cohete Falcon 9 de la misma empresa, propiedad del magnate Elon Musk.
Previamente, desde 2011 a la fecha las misiones tripuladas estadounidenses viajaban al espacio desde Kazajastán a bordo de cohetes y cápsulas de la empresa estatal rusa Roscosmos.
Aunque se informó de última hora que la NASA retrasó dar la luz verde definitiva el pasado jueves a la misión de la Dragon Crew, por no haber aún concluido el proceso de revisión final, el despegue sigue programado para el 27 de mayo.
La misión marcará un hito en la historia de la NASA y, en general, de la exploración espacial. Desde su fundación, en los tiempos de intensísima competencia con el programa espacial de la Unión Soviética, la NASA desarrolló cohetes y naves que le permitieron colocar satélites en órbita de la Tierra y, posteriormente, llevar astronautas al espacio y a la Luna. El cohete Saturno V y el Módulo Lunar del proyecto Apollo o los transbordadores espaciales son icónicas muestras de ese desarrollo.
Pero, como se narra en The Verge, el muy alto costo de esos programas comenzó a limitar las capacidades de la NASA.
Así, a principios de la década de 2000 comenzó un giro. En lugar de que esa agencia gubernamental cubriera el enorme costo del desarrollo de cohetes y naves para sus misiones al espacio, se propuso que fueran empresas del sector privado las que lo hicieran y la NASA contratara sus servicios. Eso parte del hecho de que compañías comerciales han participado desde el inicio en el desarrollo y producción de sistemas para proyectos espaciales, pero lo hacían como contratistas al servicio del programa gubernamental.
El cambio ha tenido como objetivo que la NASA reduzca sus costos, y presumiblemente lo logrará, aunque el costo paralelo de incertidumbre y riesgos es también considerable.
Ese giro fue de relevancia y larga gestación: comenzó cuando en 2004 se decidió cerrar el programa de transbordadores espaciales (cuyo último vuelo fue en 2011) y la NASA invitó a varias empresas a comenzar el largo proceso de desarrollo de cohetes y naves, primero para el envío de satélites y carga (por ejemplo, para la Estación Espacial Internacional), y posteriormente para misiones humanas.
La NASA así se convirtió en inversionista en programas de desarrollo, en lugar de ser ella el supervisor o desarrollador, proveyó los lineamientos de lo que deseaba se lograra y financió esas actividades. Pero las empresas privadas también debía cubrir parte de los costos y se seleccionó a varias de ellas para que existiese competencia y, con ella, reducción de costos.
Ello implicó riesgos, no solo de corte financiero pero también de seguridad. Una de las razones del alto costo de los proyectos propios de la NASA era que se hacía un énfasis considerable en la seguridad y se trataba de reducir al máximo los riesgos y peligros. Todo ello ampliaba el tiempo y el dinero necesario para sacar adelante cada proyecto.
Con una complejidad menor, y con sus riesgos inherentes, las corporaciones privadas pueden, al menos en teoría, avanzar e innovar más rápido, y de modo más barato. La seguridad de la tripulación, con todo, ha sido uno de los énfasis mayúsculos que la NASA ha hecho en el proceso de desarrollo de las naves privadas.
Así, tras un proceso que duró años y tuvo varias etapas previas, que comenzaron por operaciones de cohetes privados para enviar satélites y carga al espacio, en 2014 la NASA seleccionó a SpaceX y Boeing para desarrollar naves espaciales para viajes tripulados y, en esa carrera, ha sido SpaceX quien ha tomado la delantera y se dispone a hacer historia el 27 de mayo de 2020.
El menor costo, que según The Verge podría ser de decenas de miles de millones de dólares, del desarrollo privado de naves espaciales tripuladas tiene una arista importante: la cápsula Dragon Crew de SpaceX o su competidora, la Starliner de Boeing, son vehículos más simples que los que la NASA usualmente ha desarrollado y son mayormente naves de transporte de astronautas, con protección más simple y, por ejemplo, sin brazos robóticos para realizar otras tareas.
Su desarrollo, aunque menos costoso, no se ha dado sin retrasos ni fallas pues originalmente se planteó que los primeros vuelos tripulados en esos ingenios privados se diera en 2017. Ahora, la cuenta regresiva rumbo al despegue del Dragon Crew avanza en su recta final.
Y podría ser un cambio de gran trascendencia, de resultar exitoso y sustentable. Se afirma que el muy alto costo de las misiones tripuladas al espacio frenó el desarrollo del sector por décadas y, en cambio, misiones más asequibles podrían catalizar nuevos programas, tanto gubernamentales como comerciales, y de misiones que no son solamente científicas o militares sino también de tono corporativo y turístico.
En ese esquema, no solo empresas comerciales participan en el desarrollo de naves para viajes espaciales tripulados sino que podrán vender sus servicios tanto a la NASA, una entidad pública, como a otras empresas privadas o incluso a individuos interesados en el llamado turismo espacial.
En ello hay, con todo, importantes incertidumbres. El envío comercial de satélites es una industria consolidada pero los vuelos tripulados son aún de enorme complejidad y costo. No es claro, así, que exista suficiente demanda o capacidad para que SpaceX o Boeing pudieran sustentar con contratos con otras empresas o personas ese negocio. Pero ciertamente, como comentan analistas, agencias espaciales gubernamentales de otros países podrían ser clientes, tal como la NASA lo ha sido de la rusa Roscosmos por años.
En realidad, dado que el programa estadounidense de vuelos tripulados de compañías privadas está en su infancia, la NASA seguirá contratando los servicios de Roscosmos para mantener presencia en la Estación Espacial Internacional, de acuerdo a Space Flight Now. Eso presumiblemente continuará hasta que se consolide un esquema comercial de vuelos espaciales tripulados, con SpaceX, Boeing u otras empresas, lo que más allá de la primicia que se logre el 27 de mayo, no está aún asegurado ni es claro cuál será su alcance.
Y dado que la NASA es, y presumiblemente será por un tiempo considerable, el cliente mayor o único de esos sistemas privados de viajes espaciales, no existirá todavía un mercado como tal para estos viajes y servicios. El llamado turismo espacial es una visión al respecto, pero su alcance en cantidad de pasajeros e ingresos sería comparativamente muy reducido.
Pero si el envío a la órbita terrestre a bordo del Dragon Crew u otras naves privadas resulta exitoso, la NASA podría proceder a llevar ese esquema a misiones más ambiciosas, por ejemplo a la Luna o más allá, en paralelo a otros esquemas, como la nave Orion, desarrollada por Lockheed Martin para la NASA para misiones más allá de la órbita terrestre y que sería el vehículo para las misiones a Marte más adelante en la presente década.
El 27 de mayo será un paso sustantivo en el futuro de la participación privada en los viajes espaciales tripulados.