Por: Juan David Escobar Cubides
El desarrollo sostenible lo definimos como la capacidad de satisfacer las necesidades de la generación presente, sin perjudicar la capacidad de satisfacción de las necesidades de la generación futura. Es acá donde encontramos una doble finalidad: la primera, contribuir con el desarrollo de los habitantes del presente; y la segunda, contribuir con el desarrollo de las generaciones futuras. Observamos un primer objetivo que es la propensión del bienestar general, dado que se busca desde una óptica temporal (presente y futuro) no solo beneficiar a unos, sino a todos. Es allí, donde aparece la sostenibilidad en el tiempo; lo que resulta plenamente positivo para el desarrollo de un Estado Social.
Sabemos que cualquier política pública debe ir en sintonía con el desarrollo sostenible para que cuente con eficiencia, eficacia y efectividad en la práctica. Y esto cobra mayor relevancia porque las políticas públicas de seguridad, vivienda, salud y educación tienen que ser prolongadas para la tranquilidad y el desarrollo del conglomerado social. Esto es, precisamente, lo que debería obligar a los gobernantes de turno a continuar con todo aquello que resulte positivo para la sociedad, sin importar la relación política que lleve con su antecesor. Ciertamente, nos referimos a combatir el efecto Adán y Eva, el cual es, creer que todo inicia cuando uno llega y que todo se acaba cuando uno se va. ¡Nada más nocivo para la democracia!
Por lo antecedente, consideramos que los gobernantes del mundo contemporáneo deben comprender tres aspectos fundamentales: el primero, que hay que continuar y fortalecer lo beneficioso que han heredado del gobernante anterior. El segundo, que hay que corregir lo que no está funcionando bien, sin acudir con virulencia al espejo retrovisor. El tercero, que hay que distanciarse de las vanidades personales, según las cuales, no se continúan con las obras idóneas para el desarrollo económico y social de un territorio cuando estas fueron ideadas e impulsadas por el antecesor político que, generalmente, milita en toldas diferentes a las del sucesor. Por el contrario, debe trabajarse, siempre, para lograr los objetivos del desarrollo sostenible, los cuales son: el crecimiento económico, el bienestar social y la protección del medio ambiente.
Frente al crecimiento económico es vital comprender que, la economía es una construcción continuada en el tiempo, en la que se requiere del aporte de todos. No basta únicamente con las medidas positivas de un alcalde, gobernador o presidente de turno para crecer, sino que es menester echar mano de los aspectos positivos de los antecesores. Acá la cuestión supera cualquier rezago ideológico. Frente al bienestar social, debemos asumir que los derechos sociales como salud, vivienda y educación solo son sostenibles si los desarrollamos como políticas públicas de Estado prolongadas en el tiempo, y no como meras políticas de gobierno. Frente a la protección del medio ambiente, debemos satisfacer los retos de la sostenibilidad ambiental, los cuales exigen implementar políticas del futuro, para largos años y no para someros turnos. Y a todo lo anterior, hay que sumarle voluntad política, rigor y profundidad. Solo así podremos satisfacer los objetivos del desarrollo sostenible que nos permitirán consolidar una óptima política social.
Nuestro mensaje es claro: la gobernabilidad está llamada a superar cualquier lucha ideológica porque el esfuerzo debe concentrarse, puntualmente, en la satisfacción de las necesidades del conglomerado social, dejando de lado aquellos devaneos políticos carentes de fondo y de estructura. La política del nuevo siglo no puede emular las formas impetradas por los líderes conservadores y liberales del siglo XX. Ello está mandado a recoger. Ahora solo es factible pensar en la armonía absoluta de la nación. La política social nos solicita anteponer la razón sobre el apasionamiento
¡Feliz Navidad!
@JuanDaEscobarC