Por: Diego Calle Pérez.
Son conjeturas, son hipótesis, muchas referencias de entrevistas de programas de opinión se juntan para resumir lo más significativo. Las elecciones presidenciales, en Colombia, son una suma de secretos de grandes inversionistas de la banca privada y de empresas que tributan al fisco nacional.
Colombia es tan compleja en sus subregiones, como en su política nacional, solo falta que un banco privado quiera editar su propio billete para cruzar por sus peajes. Los temas de la frontera se silencian con la pandemia y en Ecuador hay cambio presidencial. La vida nacional gira entorno de la vacunación y los nombramientos del banco emisor.
Las elecciones en Colombia están empezando su proceso preelectoral con las campañas al capitolio nacional. Todos quieren continuar en la silla centro de la capital. Se hacen nuevas alianzas, negocios electorales. Los que ayer estaban unidos, hoy reniegan y madreando se acercan a nuevos amigos de alianzas. Aquí nadie está confiando en el otro. Parece una venganza de clanes de elecciones locales.
No se hace complejo entender, lo que buscan los que ahora se hacen llamar de otro partido político, sin importar color o bandera, algunos se cambian solo de ropa más fina y con abrigo estilo Oscar de la Renta. Escucha uno desde las sesiones virtuales del senado y la cámara de representantes los argumentos tan flojos para justificar esos cambios momentáneos. Todos se están dedicando a dispersar a la ciudadanía que vota por ellos. Nadie propone una unidad. Los egos no los deja. Muchos lo saben, nadie reniega y pocos hacen una convocatoria nacional. Todos se lastiman en sus competencias internas y ninguno está interesado en conciliar. Se reúnen los machos y queda por fuera la representación femenina.
No hay un real consenso entre los que creen que tienen fuerza electoral. En palabras de una líder comunal de Barranquilla: “aquí no pagan por el voto, aquí vendemos el voto”. La historia electoral de Colombia se puede resumir en el papel que cumple la registraduría en cada pueblo de sexta categoría. Los que se dicen, llamarse, la fuerza que reúne la democracia son los que buscan dispersar la votación en el 2022.