Pese a los riesgos para su seguridad, el Papa Francisco viaja a Irak. “El pueblo iraquí nos espera”, afirma
–El Papa Francisco pidió a los fieles que recen por el viaje apostólico a Irak, que emprenderá del 5 al 8 de marzo, y mostró su satisfacción por poder emprender esta visita. Se trata de un viaje que, según señaló durante la Audiencia General este miércoles 3 de marzo, llevaba tiempo deseando hacer.
Francisco exhortó a toda la Iglesia a implicarse en el viaje por medio de la oración, para que se pueda hacer bien, porque “no se puede decepcionar a un pueblo por segunda vez”.
“El pueblo iraquí nos espera. Esperaba a San Juan Pablo II, a quien se le prohibió ir. No se puede decepcionar a un pueblo por segunda vez. Recemos para que este viaje se pueda hacer bien”, precisó el Pontífice.
Además señaló:
“Pasado mañana, Dios mediante, viajaré a Irak para una peregrinación de tres días. Desde hace tiempo deseo reunirme con aquel pueblo que ha sufrido tanto y encontrarme con aquella Iglesia mártir. En la tierra de Abraham, junto con otros líderes religiosos, daremos otro paso adelante en la fraternidad entre creyentes. Os pido que acompañéis con la oración este viaje apostólico, para que pueda desenvolverse del mejor de los modos y que aporte los frutos esperados”.
Durante su estancia en el país árabe, el Pontífice visitará la capital, Bagdad; la patria de Abraham, Ur; las ciudades “mártir” de Qaraqosh y Mosul, marcadas por la violencia de Estado Islámico; y la capital del Kurdistán iraquí, Erbil.
Irak es un país de mayoría musulmana en la que los católicos representan solo el 1,5% de la población, y que hace unos años sufrieron la persecución del grupo terrorista Estado Islámico. Dependiendo de la fuente consultada, se estima que en Irak viven entre 400 mil y 600 mil católicos.
En el programa del viaje está previsto un encuentro con las autoridades políticas y religiosas del país. Entre los momentos más esperados está el encuentro con Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y catequistas el viernes 5 de marzo en la catedral siro-católica de “Nuestra Señora de la Salvación”.
Veintinueve Organizaciones No Gubernamentales de inspiración religiosa que trabajan en Iraq hicieron público un comunicado con motivo de la visita que el Papa Francisco, en el cual dan “la bienvenida a Su Santidad el Papa Francisco a la cuna de Abraham, Padre de muchos en la fe”.
“Iraq es la cuna de la civilización humana y un hermoso país de rica diversidad cultural y religiosa. Durante siglos, muchas comunidades étnicas y religiosas han convivido en esta tierra. Sin embargo, en las últimas décadas, Iraq ha sufrido la guerra, la inseguridad y la inestabilidad y, más recientemente, el ascenso del ISIS”, señalan.
Afirman también que “esta secuencia de conflictos ha tensado profundamente las relaciones entre comunidades y ha dañado el tejido social del país. En la actualidad, Iraq sigue enfrentándose a retos de enormes proporciones. Entre los 1,2 millones de iraquíes que siguen siendo desplazados internos y los aproximadamente 4,8 millones de retornados, muchos necesitan ayuda urgentemente”.
“Mientras tanto, el empeoramiento de la crisis económica, exacerbada por la pandemia del COVID-19, está empujando a muchos a la pobreza y privando al gobierno de los recursos necesarios para ayudar a su propio pueblo”, puntualizan.
Vatican News hace la siguiente reseña a propósito de este viaje del Papa:
Los cristianos iraquíes llevaban veintidós años esperando al Papa. Fue en 1999 cuando San Juan Pablo II programó una breve pero significativa peregrinación a Ur de los Caldeos, primera etapa del camino jubilar a los lugares de la salvación. Quería partir desde Abraham, del padre común reconocido por judíos, cristianos y musulmanes. Muchos desaconsejaron al anciano pontífice polaco, pidiéndole que no realizara un viaje que habría podido correr el riesgo de reforzar a Saddam Hussein todavía en el poder tras la primera Guerra del Golfo. El Papa Wojtyla siguió adelante por su camino, a pesar de los intentos de disuadirlo, realizados en particular por los Estados Unidos. Pero al final ese viaje relámpago de carácter exquisitamente religioso no se hizo por la contrariedad del presidente iraquí.
En 1999 el país ya estaba de rodillas por la sangrienta guerra contra Irán (1980-1988) y por las sanciones internacionales que siguieron a la invasión de Kuwait y a la primera Guerra del Golfo. El número de cristianos en Irak era entonces más de tres veces superior al actual. El viaje fallido de Juan Pablo II permaneció como una herida abierta. El Papa Wojtyla alzó su voz contra la segunda expedición militar occidental en el país, la guerra relámpago de 2003, que se concluyó con el derrocamiento del gobierno de Saddam. A la hora del Ángelus del 16 de marzo dijo: “Quisiera recordar a los países miembros de las Naciones Unidas, y en particular a los que componen el Consejo de Seguridad, que el uso de la fuerza representa el último recurso, después de haber agotado todas las demás soluciones pacíficas, según los conocidos principios de la propia Carta de la ONU”. Luego, en el post-Ángelus, suplicó: “Pertenezco a esa generación que vivió la Segunda Guerra Mundial y sobrevivió. Tengo el deber de decir a todos los jóvenes, a los más jóvenes que yo, que no han tenido esta experiencia: ‘¡Nunca más la guerra!’, como dijo Pablo VI en su primera visita a las Naciones Unidas. Debemos hacer todo lo posible”.
No fue escuchado por esos “jóvenes” que hicieron la guerra y fueron incapaces de construir la paz. Irak fue golpeado por el terrorismo, con atentados, bombas, devastaciones. El tejido social se desintegra. Y en 2014 el país vio el ascenso del autodenominado Estado Islámico proclamado por el Isis. Más devastación, persecución, violencia, con potencias regionales e internacionales empeñadas en luchar en suelo iraquí. Con la multiplicación de las milicias fuera de control. La población indefensa, dividida por pertenencias étnicas y religiosas, está pagando el precio, con un alto coste en vidas humanas. Viendo la situación iraquí, uno toca con la mano la concreción y el realismo de las palabras que Francisco quiso esculpir en su última encíclica “Fratelli tutti”: “Ya no podemos pensar en la guerra como solución, dado que los riesgos serán probablemente cada vez mayores que la hipotética utilidad que se le atribuye. Ante tal realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible ‘guerra justa’. ¡Nunca más la guerra!… Todas las guerras dejan el mundo peor de lo que lo encontraron. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una rendición vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal”.
Durante estos años, cientos de miles de cristianos se han visto obligados a abandonar sus hogares para buscar refugio en el extranjero. En una tierra de primera evangelización, cuya Iglesia muy antigua tiene orígenes que se remontan a la predicación apostólica, hoy los cristianos esperan la visita de Francisco como una bocanada de oxígeno. Desde hace tiempo, el Papa había anunciado su voluntad de ir a Irak para consolarlos, siguiendo la única “geopolítica” que le mueve, es decir, la de manifestar la proximidad a los que sufren y la de favorecer, con su presencia, procesos de reconciliación, reconstrucción y paz.
Por esta razón, a pesar de los riesgos relacionados con la pandemia y la seguridad, a pesar de los recientes atentados, Francisco ha mantenido esta cita en su agenda hasta ahora, decidido a no decepcionar a todos los iraquíes que lo esperan. El corazón del primer viaje internacional tras quince meses de bloqueo forzoso por las consecuencias del Covid-19, será la cita en Ur, en la ciudad de la que partió el patriarca Abraham. Una ocasión para rezar junto a los creyentes de otras confesiones religiosas, en particular los musulmanes, para redescubrir las razones de la convivencia entre hermanos, a fin de reconstruir un tejido social más allá de las facciones y las etnias, y para lanzar un mensaje a Oriente Medio y al mundo entero. (Información Aciprensa y Vatican News).