Por: Luis Eduardo Forero Medina
El tema de las cavernas en este país pareciera que se ha dejado a un lado, quedando a la deriva cientos o miles, nadie sabe, de cuevas, cenotes, grutas, simas (hoyos) , abrigos rocosos y cavernas, objeto del estudio de la Espeleología, ciencia poco estudiada, que además no cuenta con un marco jurídico que la reglamente, como tampoco de un catálogo espeleológico nacional; y de ordinario las alcaldías y organizaciones administrativas locales desconocen si en su localidad hay cavernas, o si son aptas para el turismo.
Una de las primeras y pocas exploraciones de relevancia a las cuevas, vistas sólo como sitios de oscuridad y humedad, fueron llevadas a cabo en 1938 por el maestro Luis Cuervo Márquez, quien describe la geología del Hoyo del Aire en el municipio de Vélez, Santander; puntualizó la secretaría de cultura, recreación y deporte. Desde 1947 se comenzó a visitar La Cueva de Morgan, la mítica cueva en el departamento de San Andrés, Islas, donde Henry Morgan escondió su afamado tesoro. En 1959 se declaró patrimonio histórico y artístico nacional los monumentos, tumbas prehispánicas y demás objetos afines. Más de 80 años después, de las entrañas de la tierra surgió una luz para la Espeleología, importante parte de la biodiversidad; en el cierre legislativo del 2020 se aprobó el proyecto de ley número 218 de ese año que busca proteger el patrimonio espeleológico y crearía el Observatorio de Cavernas; iniciativa que queda en manos de la plenaria del senado de la República para que se convierta en ley. La mayoría de las cuevas tienen entradas/salidas hacia la superficie; y su ingreso no està restringido; empero se requiere de una previa preparación física y mental, fuera de los elementos indispensables para la aventura, ( bastones de montañismo, botas de caucho, botiquín de primeros auxilios, clavos, escaleras de cuerdas, casco con linterna frontal y armados de perceptivos aparatos especializados, mapa, GPS o brújula, linterna y pilas de repuesto, entre otros); teniendo en cuenta que en esos sitios se puede escalar o descender más de cien metros, bucear, practicar torrentismo -rapel con caídas de agua-, y estar dispuesto a ser recibido por sus huéspedes, acomodados en nidos imperceptibles, sobrevolando o husmeando al visitante, o que la tienen como “residencia desde algunos miles e incluso millones de años” (arañas, alacranes, insectos, mapaches, mamíferos medianos y grandes, osos, peces, polillas, reptiles, tejones, etc. ) o plantas como helechos y musgos que se observan en la zona de entrada, no en la zona de penumbra y la zona de total oscuridad de las cavernas, donde las plantas no se dan y sólo se encuentran murciélagos y aves como los guácharos y vencejos. Los guacharos, “cuyo vuelo, a más de 100 kilómetros de la cueva, permite polinizar amplias regiones circundantes”. De repente se topa con saltos y cascadas que aumentan el frío; la fatiga y la incertidumbre que se causan por moverse en lo desconocido y temor a perderse en la profundidad de la tierra o descontrolarse en la noción del tiempo; como los principales obstáculos para continuar formando huellas que quizá no volverán a ser recorridas por otro ser humano en sitios hasta ese momento inexplorados, y de los cuales no existe un inventario oficial. En algunas de ellas lamentablemente algunos visitantes dejan impregnados sus nombres como triste memoria de su paso por una caverna; daño que “tardará muchos años en revertirse”. De acuerdo al Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, creado en 1993, Colombia cuenta con más de 260 ecosistemas subterráneos en 21 departamentos del país, especialmente en Santander, Boyacá?, Antioquia, Huila y Tolima. Ese Instituto, sostiene que “estos ecosistemas son frágiles, resultado de amenazas como los agroquímicos utilizados en cultivos, pastizales asociados a la deforestación, tala o quema, así como la ganadería extensiva.” En algunas cavernas no es raro ver asentamientos humanos, “cuevotecas”, vertedero de basuras, gallineros y marraneras. Según la Sociedad Colombiana de Espeleología, se estima que en el país hay más de 1.500 cavernas que se hallan principalmente en los departamentos de Santander, San Andrés y Huila. En Santander, investigadores de la Universidad Nacional de Colombia han identificado, reconocido y clasificado 120 cavernas y 30 en Boyacá. Lo cierto es que el gobierno local donde se ubican las cavernas, no tienen diseñados proyectos de restauración de estos ecosistemas, del cual el más representativo es en El Peñón (Andes), que pertenece a la provincia de Vélez, Santander, el lugar donde hay más cavernas en el país, afirmándose de ellas que son las “más profundas, extensas y más diversas de Colombia.” Las cavernas y cuevas de El Peñón “cuenta con un gran potencial para el desarrollo del espeleoturismo. Debido al conflicto vivido hasta 2016, esta zona no había sido explorada a profundidad, por lo que la información científica disponible sobre estos ecosistemas subterráneos aún es insuficiente” (Agencia de noticias UN). “Cavernas de Colombia” de Juan Carlos Higuera, es el primer libro editado sobre el tema en el país, que adentra al lector en veinticinco cavernas. “Este no es solo un libro de fotografías, es también una puesta sonora, metiéndonos bajo la piel del planeta para recorrer un universo cuya existencia ni siquiera habíamos sospechado.”.
@luforero4