Cien años de Soledad en Netflix: Lo bueno, lo malo y lo feo desde la óptica del público y de los críticos
–(Foto Mauro González-Netflix). El seriado basado en ‘Cien años de soledad’ de Netflix ha recibido un abrumador respaldo del público. Una lluvia de flores amarillas, un sacerdote que levita cuando toma chocolate caliente, un hilo de sangre que recorre el pueblo y se detiene justo frente a su destinatario, una peste que causa insomnio y olvido, hacen parte de las expresiones del realismo mágico presentes en la insuperable novela ‘Cien años de Soledad’, publicada en 1967 bajo la firma del luego Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez.
En vida, el autor rechazó numerosas propuestas de estudios hollywoodienses para llevar la obra a la gran pantalla. ‘Gabo’, como se conocía familiarmente al reconocido narrador, insistía en que era imposible recoger esa historia en una cinta de dos, tres e incluso cuatro horas de duración.
Ni siquiera su conocida admiración por el séptimo arte y su vinculación como guionista en algunos proyectos sirvió para que cediera. Antes bien, sobre esa base aseguró reiteradamente que el discurso audiovisual no era adecuado para plasmar el realismo mágico presente en su historia.
El carácter profundamente colombiano –y también, muy caribeño y latinoamericano– de la obra, se le hacían inconcebibles de reproducir con personajes que hablaran en inglés o en cualquier otra lengua, pues no solo se trata de la historia de la familia Buendía a través de siete generaciones en un pueblo fundado en un lugar remoto de la ciénaga colombiana en la segunda mitad del siglo XIX.
En paralelo se cuenta el tránsito de un mundo donde rigen los parámetros de la vida comunitaria y la solidaridad, a la llamada modernidad, que en los pueblos latinoamericanos se impuso a sangre y fuego durante largas décadas. Incluso, en la natal Colombia de Gabo ya no hay guerras civiles como las 32 que libró el coronel Aureliano Buendía, el impar personaje de ‘Cien años de soledad’, pero sigue abierta la herida de un conflicto armado interno que parece no tener fin.
Todas esas razones sumaron para que García Márquez, fallecido en 2014, se negara una y otra vez a adaptar la que, a no dudarlo, ha sido su más celebrada creación. Pero ello habría de cambiar en 2019, cuando sus hijos, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, vendieron los derechos a la plataforma de ‘streaming’ Netflix, con la expectativa de que una mega producción pudiera hacerle justicia. No se equivocaron.
Estrenada este 11 de diciembre, en un par de días, la primera temporada de la serie se ha convertido en un verdadero suceso, tanto por parte de la gente común, como por parte de opinadores y portales especializados.
Así, por ejemplo, el sitio Rotten Tomatoes le otorga una puntuación perfecta (100 %), mientras que los comentaristas de ese espacio la calificaron con 92 %. Asimismo, circulan en las redes de Netflix y de numerosos usuarios imágenes con el árbol genealógico de los Buendía, a modo de medida preventiva para frenar cualquier posible confusión.
También personalidades como el presidente colombiano, Gustavo Petro, valoraron positivamente la serie. Petro es un manifiesto admirador de la novela, al punto de haber tomado como nombre de guerra ‘Aureliano’, en sus días de militante de la guerrilla M-19.
«Me gustó ‘Cien años de soledad’ en Netflix. Es producción colombiana de la mejor calidad y respeto a nuestra cultura y naturaleza. Será la máxima embajadora para acrecentar el turismo mundial al país. El colombiano más universal no es un traqueto (narcotraficante), sino un poeta revolucionario y caribeño: Gabriel García Marquez», escribió en su cuenta de X.
¿Qué hizo bien Netflix?
En primer lugar, aprendió de los errores. Intentos previos de adaptar cinematográficamente obras como ‘El amor en los tiempos del cólera’, también de García Márquez, resultaron en estruendosos fracasos, tanto por parte de la crítica como de los numerosos fanáticos de la obra garciamarquiana.
Aunque los motivos pueden variar según quien lo considere, se suele señalar la imposibilidad de reproducir el espíritu caribeño por medio de una lengua distinta al español y al uso fallido de efectos especiales para recrear los rasgos del realismo mágico, como apunta Juliana Barbassa en un texto aparecido esta misma semana en The New York Times.
A contrapelo de eso, los productores y directores se plantearon presentar una experiencia realista, que no pareciera producto de la fantasía o pudiera tacharse de ridícula o inverosímil.
«Esto tenía que ver con una decisión formal de nosotros. Todo tiene que sentirse muy hecho, muy análogo, muy, muy en cámara», explicó al diario neoyorquino Laura Mora, una de las codirectoras del proyecto.
Del mismo modo, así como la decisión de usar actores mayoritariamente colombianos resultó adecuada, también lo fue enclavar la producción dentro de ese país suramericano y construir un Macondo capaz de mostrar sus transformaciones paulatinas conforme avanza la historia.
A ello se sumó la recreación cuidadosa de aspectos de la vida doméstica y comunitaria de un pueblo remoto, rural y caribeño entre el último tercio del siglo XIX y el filo del XX, donde concluye el octavo capítulo del seriado.
Los realizadores también acertaron en poner de manifiesto ese carácter real-mágico que atraviesa a los personajes, puesto que, por ejemplo, fueron capaces de exponer con eficacia tanto el asombro de los macondinos ante artefactos que les eran desconocidos como el hielo, los imanes, la pianola o la máquina de daguerrotipos, como su casi absoluta incapacidad de asombro ante un fantasma perseguidor, una canastilla que flota o un párroco con el don de la levitación.
Esto último constituía un aspecto clave de la adaptación. José Rivera, autor del primer borrador del guion, aseveró en conversación con el citado medio que «cuando se produce la magia, es sorprendente». Ello, a su juicio, «es precioso, porque cae en medio de un realismo muy cotidiano».
Si bien es cierto que las críticas han sido abrumadoramente positivas, hay quien advierte fallos y aspectos a mejorar, de cara a la segunda temporada del seriado, que ya se encuentra en fase de producción aunque no se ha anunciado formalmente su eventual fecha de estreno. Además, hay quien denuesta de plano la iniciativa.
En el primer grupo se inscribe el periodista y filósofo colombiano Juan Carlos Bermúdez, quien en su blog para El Tiempo asevera que le «costó trabajo seguir los primeros tres episodios dirigidos por el argentino Alex García», porque vio en ellos un eco de la película de Netflix ‘Pedro Páramo’, basada en la obra homónima del mexicano Juan Rulfo, y como ‘Cien años de soledad’, valorada como una de las piezas más representativas del ‘boom latinoamericano’.
A su parecer, esto sucedió porque se intentó llevar una obra que asume plenamente ligada a la historia de su país y a su idiosincracia a un «público internacional», lo que acabó por otorgarle un aire de «neutralidad» en el que no encajan aspectos como el omnipresente desparpajo caribeño y el irrenunciable humor de los nativos de esas tierras.
A eso suma comentarios sobre la fotografía, los juegos de cámara en los primeros capítulos y las actuaciones –especialmente las de los personajes jóvenes–, en tanto, para él, les falta profundidad. En contraste, afirma, está el trabajo del actor colombiano Claudio Cataño, quien da vida al coronel Aureliano Buendía, uno de los personajes con mayor peso narrativo de toda la historia.
Una opinión mucho menos benevolente expresa el columnista Sergio del Molino en su columna para el diario español El País. Se trata de alguien que considera que la novela está sobrevalorada y que la adaptación «señala la desnudez del emperador Gabo».
«Convengamos en que adaptar una novela de resonancias tan hondas en la lengua castellana y en la educación sentimental de tanta gente en tantos países era un empeño condenado al fracaso, pero de todas las formas de fracaso posibles, los productores, guionistas y directores escogieron la más rotunda e inapelable. La concepción misma del proyecto era un disparate que atentaba contra la esencia misma de ‘Cien años de soledad’, que se levanta sobre un acusadísimo sentido de la autoría artística», alega.
Así, asevera, «‘Cien años’ es el compromiso de un escritor, la expresión decantadísima y mayúscula de una libertad creativa autoconsciente. La adaptación, en cambio, es un producto prefabricado e industrial sin autor reconocible».
¿Novela o serie?
Pese a estos señalamientos, que ya entran en los terrenos de los defensores a ultranza de la palabra escrita y de una fidelidad siempre imposible de reproducir plenamente, la serie de Netflix basada en ‘Cien años de soledad’ puede considerarse una adaptación exitosa del universo creado por la imaginación de García Márquez, que logra superar con éxito las dificultades asociadas a la recreación de ese mundo como el tiempo no-lineal, los elementos de realismo mágico o la repetición de nombres y destinos trágicos.
En ese sentido, cualquier persona interesada –haya leído o no la novela– podrá seguir sin mayores problemas el hilo narrativo, pues los creadores apostaron por explayarse en asuntos que en el libro son menciones en interés de aportar claridad al relato y en momentos clave se decantaron por un narrador con voz en ‘off’ para reproducir pasajes literales de la novela.
De su parte, los lectores de ‘Cien años de soledad’ encontrarán alta fidelidad a la obra y un desarrollo de personajes que, aun con críticas a la labor de algunos actores o al ‘casting’, es bastante consistente con los que Gabo presentara en su día. Empero, también habrá los que insistan en la tesis de que es imposible adaptarla, como afirma Del Molino.
En cualquier caso, queda ver si Netflix será capaz de emular en la segunda temporada el éxito que ya cosecha en la primera, aunque ha dejado el listón muy alto. (Informe Zhandra Flores, RT).