Es el Encuentro de Expresiones Autóctonas, que cada año convoca a agrupaciones y músicos provenientes de los más recónditos rincones de la zona andina.
Quien asiste, que es casi cautivo, se extasía hasta el llanto o el delirio con las manifestaciones más auténticas de las músicas colombianas.
Los concursantes han sido seleccionados mediante un riguroso proceso en el que intervienen un músico de conservatorio, un folclorólogo, una musicóloga y un historiador.
Este año desde Corinto vino Quemayari, una chirimía infantil conformada por indígenas nasa, mestizos y negros de tres veredas de esa población nortecaucana.
De Vélez, Santander, es Corazón Santandereano, un grupo que interpreta la guabina veleña con los más auténticos sonidos de la tradición. Lo conforman cuatro generaciones de la familia Rivera Hernández, que van desde los bisabuelos hasta una nietecita de 4 años de edad que ya toca la esterilla, un instrumento del folclor del oriente colombiano.
Proveniente de Riosucio, Caldas, es la Chirimía de las Danzas del Ingrumá, integrada por seis jovencitos de resguardos indígenas, así como por campesinos y estudiantes de la zona urbana.
Y del municipio de Peñas Blancas, Huila, el grupo Los Cagüingos, intérprete de rajaleñas, sanjuaneros, cañas y bambucos, con instrumentos que combinan lo más tradicional con algunas concesiones a lo electroacústico. “Hay que ir con los tiempos”, dice su director, Luis Carlos Álvarez.
Cada grupo canta y cuenta sus historias de vida, mostrando unos sistemas de vida, unos rituales y unas costumbres que ya parecen lejanas para los habitantes de las ciudades. Y sin embargo, son parte de sus vidas cotidianas. Unos grupos han conservado esas músicas por generaciones, como huilenses y santandereanos; otros están en proceso de recuperarlas, como caucanos y caldenses
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