Por Fernando Alvarez
Para los colombianos que esperaban que Oslo fuera un escenario donde se jugaran las primeras cartas tanto los voceros del Gobierno como los representantes de las Farc, la sensación es que fueron hasta el otro lado del mundo a decir que quieren dialogar, que aún no han comenzado y que todo depende del otro. Cualquiera que haya asistido a un proceso de conciliación o a algún tipo de negociación tiene que sentirse frustrado porque ni siquiera se haya llegado a la etapa de mostrarse los dientes, o de remangarse la camiza, como paso previo a la distensión que requiere pasar del tradicional estadio de ganar- perder para buscar la perspectiva transacccional de ganar- ganar. Ambos fueron a cañar, que es el perfecto ambiente para situarse en la tarima de perder- perder.
Pero mientras los del gobierno por lo menos de dientes para afuera aceptaban que las FARC han cumplido con sus compromisos y lo máximo que les piden es que se muevan rápidamente hacia los acuerdos porque el gobierno quiere meterle acelerador a la nueva locomotora de la paz, los de la las FARC aprovecharon para mostrarse como mansas palomas, férreos luchadores sociales en un país donde los ricos y el Estado son los promotores de la violencia y de los crímenes de lesa humanidad. Como decían los bogotanos de antes los guerrilleros fueron a hacerse los de las gafas. Las Farc no reconocen que son victimarios. Ellos están convencidos de que son las víctimas.
El gobierno tímidamente acepta la existencia de inequidad y de desigualdad en Colombia y aunque afirma no limitarse al diagnóstico dice que ¨hoy hay en marcha una transformación de la realidad social en Colombia¨ y que ¨las Farc tienen la posibilidad de unirse a ella¨. Pero un diálogo ¨serio, digno, realista y eficaz¨ como el que dice querer el gobierno tendría que pasar por una reflexión autocrítica de las clases dirigentes en la que reconocieran los errores por lo menos de los últimos 70 años en donde por acción y por omisión han sido responsables de crímenes como el de el líder popular Jorge Eliecer Gaitán, los desfalcos a entidades del Estado, la corrupción política y administrativa y la falta de democracia; pero sobre todo de haberse hecho los de las gafas cuando crecía el fenómeno del narcotráfico y su posterior expresión paramilitar que hoy es la principal verguenza de quienes han regido los destinos de este país durante más de medio siglo.
Y si acaso algunos ilusos pensaban que la guerrilla estaba en una tónica de arrepentimiento, o en algún lapsus de propósito de enmienda o algo de contricción de corazón tuvieron que ver cómo se vestían de palomas con ramo de olivo en la boca y ocultaban ser los lobos feroces del terrorismo. No mostraron sus fieros colmillos de ajusticiadores de campesinos, de inhumanos expertos en minas quiebrapatas o collares-bomba, de implacables secuestradores, mucho menos de indolentes neomercaderes en la macabra cadena del narcotráfico. Son perseguidos políticos de unos voraces capitalistas que lo quieren todo y no están interesados sino en agrandar sus arcas a costa del pueblo, que ellos defienden desde hace 50 años, cuando los desterraron y confinaron a sobrevivir salvajemente en las montañas.
Con tal cañazo, el mundo entero debe estar consternado. Sí, las camarillas dirigentes de Colombia sólo se pueden comparar con gobiernos mafiosos de países asiáticos o con sátrapas gobernantes africanos, no sólo se justificaría la presencia guerrillera en este país sino que la comunidad internacional debería apoyarlos para que derrocaran la dictadura y diera paso a la democracia en esa banana republic, como pintan a Colombia los enviados de Timochenco.
El Gobierno si hizo un alarde de pedagogía para la paz. El vocero Humberto de la Calle hablo de cómo debe asumirse el tema de la prudencia, la confidencialidad, los riesgos y las oportunidades. Prácticamente hizo una exhibición del DOFA que llaman en teoría organizacional. Con una que otra frase célebre como “nada está acordado si todo no está acordado” y conceptos como el del respeto a la diferencia, el discurso del gobierno no despertó ningún entusiasmo. Si acaso desconcertó la perogurllada cuando De la calle dijo que ¨Hay un punto en el que coincidimos con las Farc: la finalización del conflicto no es en sí misma la consecución inmediata de la paz¨.
En lo que si coincideron notoriamente es que ambos calleron en la demagogia de la paz. ¨La Fase 3 es el escenario para las transformaciones necesarias que serán el verdadero motor de la paz¨, dijo el vocero gubernamental. ¨La riqueza de iniciativas como los programas de Restitución de Tierras, Reparación de Víctimas y Desarrollo Rural con carácter territorial¨, fue ripostada por el tono rimbombante de Iván Márquez con ¨Una paz que no aborde la solución de los problemas económicos, políticos y sociales generadores del conflicto es una veleidad¨. Y ¨Una paz que implique una profunda desmilitarización del Estado y reformas socioeconómicas radicales que funden la democracia, la justicia y la libertad verdaderas¨. Eso, para los colombainos resultaba un poco comprensible si de lo que se trataba era de descrestar a la comunidad internacional pero como cartas sobre la mesa parecían meros saludos a la bandera.
Las que si dejaron preocupaciones son algunas afirmaciones del representante de las FARC en las que refleja o que no está en la línea de lo conversado en Cuba, y algunos incluso llegan a sugerir que existe una distancia con Timochenco, o que la guerrilla comenzaba a mostrar un doble juego. Perlas como ¨No somos los guerreristas que han querido pintar algunos medios de comunicación¨, ¨La titulación de tierras tal y como la ha diseñado el actual gobierno es una trampa¨, ¨No somos causa, sino respuesta a la violencia del Estado que es quien debe someterse a un marco jurídico para que responda por sus atrocidades y crímenes de lesa humanidad¨, ¨Quien debe confesar la verdad y reparar a las víctimas son los victimarios atrincherados en la espuria institucionalidad¨, todas ellas, no parecedn estar encarriladas en la locomotora de la paz.
Esto sin contar con las que los colombianos sintieron como que el mundo estaba al revés cuando Iván Marquez recitó una frase que parecía sacada de un texto de sus enemigos. ¨Nuestra determinación tiene la fortaleza para enfrentar a los guerreristas que creen que con el estruendo de las bombas y los cañones pueden doblegar la voluntad de quienes mantenemos en alto las banderas del cambio y de la justicia social¨. Pero en lo que si son las FARC ganadoras del primer round es el triunfo mediático que implica su nuevo estatus tácitamente reconocido nacional e internacionalmente, que lleva a Márquez a afirmar: ¨Somos una fuerza beligerante, una organización política revolucionaria, con un proyecto de país esbozado en la plataforma bolivariana con la nueva Colombia y nos anima la convicción de que nuestro puerto es la paz, pero no la paz de los vencidos sino la paz con justicia social¨.
Pero como no hay peor ciego que el que no quiere ver lo que aquí se palpa es que por ahora no han comenzado a hablar ni seria, ni diga, ni realista, ni mucho menos eficamente. Y que aún no han entendido los negociadores que para los colombianos si hay alguien a quien perdonar ese alguien debe ser conciente que la ha embarrado y está dispuesto a pedir perdón y porsupuesto a cambiar. Pero ahí estñan dando palos de ciego.
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